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La deficiente salud de Erdogan pone en jaque el futuro de Turquía

Los rumores acerca de la salud del presidente Recep Tayyip Erdogan se han multiplicado recientemente. Las políticas de Ankara durante las últimas dos décadas han supuesto un cambio radical respecto a las anteriores, tanto dentro como fuera del país. Erdogan se ha enfrentado abiertamente a Occidente, Israel y sus aliados introduciendo cambios que difícilmente podrán sostenerse si el presidente turco debe abandonar la vida política.

24/03/2021 El presidente de Turquía, Tayyip Erdogan
El presidente de Turquía, Tayyip Erdogan. Hugh Lawson / REUTERS

Recep Tayyip Erdogan ha guiado a Turquía por nuevos y complejos caminos durante los últimos 18 años, definiendo políticas innovadoras y desconocidas para ese importante país que cabalga entre Oriente Próximo y Europa. Para aplicarlas no ha dudado en enfrentarse a la oposición interna ni a grandes potencias como Estados Unidos, Europa e Israel. Sus decisiones han impulsado la economía de manera exponencial y han ejercido una notable influencia en la región. 

En este contexto, en las últimas semanas se han difundido vídeos que muestran una considerable debilidad física del presidente turco. En uno de los vídeos parece dormitar durante algunos segundos durante una entrevista. En otro se sostiene en un guardaespaldas. En otro se le ve apoyándose en su esposa para bajar unas escaleras. En otros se le ve caminando con dificultad en ceremonias oficiales. 

Las imágenes han suscitado un sinfín de comentarios, y son tan difíciles de ocultar que hasta la propia televisión oficial ha tenido que dar cuenta de ellas, asegurando que la salud de Erdogan es buena. Su oficina ha difundido imágenes en las que se le ve jugando un partido de baloncesto, pero las imágenes, en las que Erdogan se mueve con dificultad, no han despejado los rumores de que su salud se está deteriorando rápidamente, quizás a causa de un cáncer. 

La oposición duda que Erdogan esté capacitado físicamente para gobernar y descalifica para las próximas elecciones

La oposición pone en duda que Erdogan esté capacitado físicamente para gobernar, y sobre todo lo descalifica para las próximas elecciones previstas para 2023, que la oposición aspira a que se convoquen antes. Todo ello está provocando una mayor debilidad política del presidente. 

Para contrarrestar los rumores, Erdogan participó en un encuentro con jóvenes que discutían sobre poesía de manera informal y lejos del protocolo. El presidente recitó versos, cantó canciones y conversó con los jóvenes. Cuando se le preguntó si había escrito poemas dedicados a su esposa, respondió: "Me encanta leer poesía pero no escribirla. No le he escrito poemas a ella (su esposa), pero vivimos una vida parecida a la poesía".

Una cuestión que han suscitado los rumores tiene que ver con el futuro de Turquía en el caso de que se vea obligado a abandonar la vida pública. No cabe duda de que su personal manera de conducir la política es irrepetible y que será imposible que alguno de sus delfines lo sustituya dejando la misma y particular estela que él ha dejado en los últimos años. 

Erdogan inició su carrera hace casi 30 años como alcalde de Estambul. En 2003 se convirtió en primer ministro cuando el partido Justicia y Desarrollo venció con una confortable mayoría en el parlamento. En 2014 hizo el cambio hacia una república presidencialista y reforzó sus poderes en ese puesto en 2018, cuando se completó la transferencia del sistema parlamentario al presidencial. Ahora su intención declarada es ganar las elecciones de 2023. 

Nacido hace 67 años, Erdogan siempre ha mostrado una vitalidad envidiable que ha transmitido con dinamismo a la vida política de Turquía, participando habitualmente en numerosas actividades diarias. Por la edad es un hombre relativamente joven pero los videos recientes cuestionan sobradamente su estado de salud. Él nunca ha hablado de dolencias particulares, ni en su historial médico constan ingresos hospitalarios sospechosos.

En la oposición se insiste en que los videos confirman un deterioro de su salud, y se señala que no será capaz de soportar otra de las intensas campañas electorales que se viven en Turquía. En el pasado, durante las campañas, el presidente intervenía hasta en cinco actos diarios, siempre cargado de energía, un ritmo frenético que ahora quizá no esté preparado para mantener. La oposición también duda de que Erdogan sea capaz de responder a las promesas electorales.

La cuestión central es si la política turca cambiará si desaparece Erdogan, y la respuesta inmediata es que su influencia y su manera de hacer las cosas son irrepetibles. Esa peculiar forma de afrontar los problemas le ha granjeado un gran número de enemigos, pero él siempre ha avanzado por los caminos que consideraba mejores para Turquía, contra viento y marea.

Los mayores errores de sus mandatos han sido la intervención en Siria y la intervención en Libia, dos cuestiones en las que se niega a dar su brazo a torcer a pesar de que el tiro le ha salido por la culata en ambos casos. Sin embargo, no le han causado un desgaste político insoportable y ha sabido manejarlos con cierta holgura aunque no con buen tino.

El momento más crítico lo atravesó con el fallido golpe de 2016. Las autoridades de Ankara acusaron a los Emiratos Árabes Unidos de orquestar esa tentativa cuyos cabecillas fueron militares de alto rango, pero que finalmente pudo controlarse. Es difícil creer que los Emiratos actuaran por iniciativa propia y que no hubiera detrás algunos países occidentales o Israel. 

El islam político que Erdogan ha suministrado a las instituciones turcas durante casi dos décadas no ha sido bien visto en Occidente, ni en Israel y en los países árabes aliados de Israel. Una hipotética desaparición de Erdogan sin duda redundaría en perjuicio del islam político, no solo en Turquía, sino en la región en general, y por lo tanto satisfaría a Occidente y a sus aliados.

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