Montevideo (Uruguay)
De ser ciertas las encuestas, en el balotaje del domingo 24 en Uruguay los dados ya estarían echados: la llamada “coalición multicolor” construida en torno al líder del Partido Nacional (PN) Luis Lacalle Pou, hoy en la oposición, desplazaría del poder al centroizquierdista Frente Amplio (FA), que gobernó al país en los últimos quince años. Los últimos sondeos de las principales encuestadoras ubican a la coalición al menos cinco puntos por encima del candidato del Frente Amplio, Daniel Martínez. Lacalle oscilaría entre 47 y 51,5 por ciento, y Martínez entre 42 y 44.
Entre el 5 % y 6 % votarían en blanco y algunas empresas relevan la existencia de un núcleo de 6 % de electores que aún no decidieron su voto y que serían la última esperanza de un Frente Amplio que apuesta también algunas fichas a los votantes procedentes del extranjero. De acuerdo a cálculos de responsables de la campaña del FA, unos 20.000 uruguayos residentes en la vecina Argentina regresarían el fin de semana al paisito para votar. Serían sin embargo muy insuficientes para torcer la tendencia. Una de las principales encuestadoras, Fáctum, tradujo en números esta semana una sensación que se palpa en el aire: alrededor del 66 % de los uruguayos piensa que el próximo presidente será Lacalle, una percepción que comparten uno de cada tres electores que aseguraron que el domingo se inclinarán por Martínez.
En Montevideo, feudo tradicional del Frente Amplio, esa impresión no logra ser disimulada por las banderas con los tres colores del movimiento (blanco, azul y rojo) que pueblan balcones de casas y edificios y ondean en gran cantidad de vehículos que circulan por la capital. El golpe recibido en la primera vuelta de las elecciones, el 27 de octubre, caló hondo: un mes atrás, el FA apenas superó el 39 % de los votos (esperaba al menos cuatro puntos más), perdió –por mucho– la mayoría absoluta que había tenido en el parlamento en las tres últimas legislaturas y su candidato presidencial quedó en posición muy desfavorable frente a una oposición que se unió para desalojarlo del gobierno. Para cerrar su campaña de cara al balotaje, el jueves 21, el Frente Amplio no eligió hacer un acto de masas como el que había convocado en Montevideo para el cierre de la primera vuelta (y había sido gigantesco), sino una concentración en Florida, una pequeña capital provincial.
“Se lo presentó como una decisión de estrategia electoral –por la necesidad de ganar votos en zonas donde en octubre retrocedió fuertemente en relación a elecciones anteriores, y esas zonas pertenecen mucho más al interior del país que a Montevideo y la región metropolitana– pero da la impresión que obedeció a que probablemente reuniera mucho menos gente que la deseable”, dijo a la estatal radio Uruguay el politólogo Oscar Bottinelli, presidente de Fáctum.
Explicaciones de un "misterio"
“A mí me preguntan desde el exterior: vistos los números, este (el del Frente Amplio) es un gobierno exitoso, de incremento del salario real y las pasividades, de creación de empleo. ¿Cómo es que perdió o puede perder la elección?”, contó Bottinelli en una entrevista publicada el domingo pasado por el diario uruguayo El País. Y añadió: “No es tan fácil explicarlo, hay que investigar y debe haber una reflexión política del FA sobre por qué ocurrió. Hay un dato: el 56 % (de los uruguayos) en algún momento votó a la izquierda en los últimos 15 años. ¿Por qué hay un 16 % que ya no vota al FA? Es una pregunta sin respuesta”.
El veterano politólogo –que muchos atrás fuera secretario político del líder histórico del FA, Líber Seregni– ensayó de todas maneras algunas hipótesis: los 200.000 votantes que desertaron del Frente Amplio entre 2014 y 2019, “se fueron” hacia algún lado, dijo. Y propuso analizarlo “por segmento social”. Explicó: en 2009, cuando José Mujica ganó la presidencia, el FA perdió votos entre franjas de las capas medias altas que lo habían apoyado anteriormente y que retornaron hacia los partidos tradicionales de centro derecha (el PN y el Partido Colorado, PC), pero los compensó ampliamente con los que ganó entre los sectores más pobres, a quienes la figura del octogenario ex guerrillero tupamaro les resultaba atractiva y se animaron a votar casi que por primera vez a un partido con acentos de izquierda. Pero ahora “el FA pierde en ese nivel de abajo”, señaló Bottinelli. “Aquellos votantes de las periferias urbanas del interior del país que hicieron la diferencia para que el FA ganara en las últimas elecciones, hoy, en buena parte, lo abandonaron”, coincidió el historiador y politólogo Gerardo Caetano en declaraciones al programa “Recta final” de la televisión estatal TNU el miércoles 20.
La “gente de más abajo” –“con menor nivel de educación, menos politizados y más sensibles a temas como la inseguridad”–, observó Caetano, encontró otro caudillo: Guido Manini Ríos, un ex comandante en jefe del Ejército que se puso al frente de Cabildo Abierto, un partido creado a comienzos de este año y que en muy pocos meses logró captar a más del 11 por ciento del electorado en base a un discurso articulado casi exclusivamente en torno a la “lucha contra la delincuencia y la corrupción”.
Junto al PN, el PC, y los pequeños partidos Independiente (una escisión por derecha del FA) y De la Gente, Cabildo Abierto integra la “coalición multicolor” que lidera Lacalle, ocupando su extremo derecho. Manini se valió de su muy reciente ascendencia sobre la tropa, a la que comandó hasta su destitución de comienzos de este año por ocultar información sobre crímenes de lesa humanidad cometidos bajo la dictadura, para ir unificando a la “familia militar” (unas 100.000 personas) en torno a reivindicaciones corporativas, pero “supo también llegar a pequeños productores rurales que se sintieron abandonados por el FA y a mucha gente pobre que a la hora de votar puso más en la balanza su sentimiento de indefensión ante el aumento de la delincuencia, que los afecta particularmente, que los avances sociales que sin duda lograron bajo los gobiernos del FA”, consideró Caetano.
Aunque hasta el momento ha logrado evitar una hemorragia a su izquierda, la erosión del FA por ese lado del espectro también es notoria, traducida en parte en el surgimiento de pequeños partidos liderados por ex militantes frenteamplistas que han convocado en este balotaje a votar en blanco. Algunos de esos exintegrantes del FA forman parte, por ejemplo, de un movimiento que se opone a la instalación en Uruguay de la segunda planta de la empresa finlandesa de fabricación de pasta de celulosa UPM, un proyecto que el gobierno del FA presenta como “la mayor inversión privada en la historia del país” y defiende como generador de empleo y de desarrollo pero que sus críticos perciben como la encarnación de un modelo que consolida la dependencia del país y al que el FA se había opuesto antes de acceder al gobierno.
“El FA es tan neoliberal como el Partido Nacional. La diferencia es que el Frente Amplio tiene asistencialismo social. Hay otros neoliberalismos más crudos que son impiadosos con los pobres”, dijo en una entrevista reciente Jorge Zabalza, ex compañero de Mujica en la dirección de la guerrilla tupamara, también detenido y torturado bajo la dictadura. Semanas atrás, Zabalza ratificó que el domingo votará en blanco, como lo hace desde hace años. “Cuando votábamos al Frente (…) creíamos que íbamos a transformar la sociedad, que íbamos a cambiar el modo de producir en el Uruguay, que íbamos a cambiar la desigualdad en el Uruguay. Y bueno, la desigualdad sigue existiendo, más allá de que ha habido una distribución del ingreso. Y el modo de producir no cambió mucho. Capitales extranjeros, empresas extranjeras, UPM 2, favoritismo para esas empresas. Eso no ha cambiado mucho”, dijo semanas atrás.
No hay analista, por otra parte, que no ubique a los errores de campaña entre los factores que ayudarían a explicar la probable derrota del Frente Amplio del domingo. Un mensaje poco claro y contradictorio, un insuficiente destaque de los logros de las gestiones propias en un contexto en el que los grandes vecinos Argentina y Brasil se hunden en la crisis y la pobreza bajo gobiernos de derecha y estalla por todas sus costuras el modelo chileno, defendido a rajatabla por algunos de los principales exponentes de la oposición, y el extraño desaprovechamiento de las contradicciones de una coalición unida solamente por la voluntad de desplazar al FA fueron citados como ejemplo por Gerardo Caetano, el sociólogo Eduardo Botinelli (hijo de Óscar y director de Fáctum), los politólogos Daniel Chasquetti y Daniel Buquet y el analista Álvaro Padrón en distintas intervenciones en la televisión estatal.
Llamó también la atención el apartamiento de varios pesos pesados del FA, incluido Mujica, de los primeros planos de la campaña durante varias semanas. El propio Martínez planteó a la disputa electoral como un enfrentamiento “entre personas”, y durante el debate televisivo del miércoles 13 con Luis Lacalle se separó de algunas propuestas del FA, como el aumento de impuestos a los más ricos. “Si Martínez estuvo solo es por sus convicciones”, dijo Mujica a Radio Sarandí el jueves 21. “Donde a uno no lo invitan no es diplomático ir”, agregó.
Lo que se viene
Óscar Bottinelli prevé tiempos de incertidumbre y de autocrítica para el FA. “Si finalmente pierde la Presidencia, se abre una etapa histórica. Porque la vida del Frente transcurrió en caminar hacia el gobierno y luego ejercer el gobierno. Nunca tuvo una etapa después de haber ejercido el gobierno”, dijo al diario El País. Ante la posibilidad de que se avecinen horas de ajustes de cuentas, Mujica llamó a sus compañeros a “la calma” y a darse una tregua para la discusión interna. Jorge Zabalza cree por su lado que “el período de desacumulación” en el que se encuentra el FA y que le hará “perder el balotaje” lo llevará a que una vez en la oposición vuelva “a ser de izquierda” para recrearse.
Enfrente, Lacalle se apresta para un día después “feliz pero difícil”, según dijo el politólogo Daniel Chasquetti. “Sabe que, de ganar, lo primero que tendrá que hacer será lograr una armonía entre los distintos partidos que lo acompañaron”. Por ahora “no se puede llamar coalición a esta alianza de facto”, opina a su vez Bottinellí, destacando que lo único que se conoce como programa de gobierno de “los cinco” es un documento titulado “Compromiso con el país”, al que Martínez y los dirigentes frenteamplistas criticaron por sus generalidades y la escasa precisión de las medidas que propone. Ni Lacalle ni ningún otro de los dirigentes actualmente opositores quisieron aclarar su contenido, y el probable presidente anunció que apenas asuma, el 1 de marzo, elevará al parlamento una “iniciativa de urgente consideración” compuesta de unos 300 artículos que deberán ser aprobados con muy escaso tiempo para la discusión entre los legisladores. “Una manera de alinear rápidamente a los suyos y de noquear al Frente Amplio”, consideró Chasquetti.
Cabildo Abierto tiene las llaves de la coalición: sin sus tres senadores y 11 diputados ésta no cuenta con mayoría parlamentaria. Partidos más moderados, como el Colorado o el Independiente, que habían afirmado en primera instancia que no gobernarían con una formación que tiene en sus filas a represores de la dictadura, neonazis y supremacistas, fueron “normalizando” su presencia. El sábado 16, el partido de Manini Ríos expulsó a uno de sus convencionales que meses atrás había convocado desde su perfil en Facebook a “formar escuadrones de la muerte para limpiar al país de delincuentes y zurdos”. Antes había echado a un muy ostentoso militante neonazi. El ex comandante del ejército dijo que eran “casos excepcionales”; los otros dirigentes de la coalición no lo contradijeron. “Es muy significativo de todas maneras que esa gente se dé cita en Cabildo Abierto: no son excepciones, ese partido los atrae”, dijo en Radio Uruguay Gabriel Delacoste, docente de Teoría Política en la Facultad de Ciencias Sociales de la estatal Universidad de la República.
En el semanario Brecha explicó cómo, pese a que Lacalle Pou y otros referentes de la coalición, como el ex candidato presidencial colorado Ernesto Talvi, intentan dar una imagen centrista, en esa alianza tendrán mucho peso no sólo los nostálgicos de la dictadura y los partidarios de la mano dura sino también sectores conservadores católicos y religiosos neopentecostales que han puesto sus huevos en distintas canastas partidarias, fundamentalmente Cabildo Abierto y el Partido Nacional. Lacalle ya anunció que en caso de ser electo presidente el ultracatólico Pablo Bartol, miembro del Opus Dei, ocupará la cartera de Desarrollo Social.
Más allá de sus generalidades, señala Delacoste en Brecha, el documento “Compromiso con el país” tiene “una clara orientación empresista, conservadora y liberal”. “Más allá de la apariencia de moderación, la dirección en la que plantea ir es clara: es un programa de ajuste, fortalecimiento del sector privado, políticas impositivas regresivas, conservadurismo familiarista y corporativismo militar”, que se traducirá entre otras cosas en “reducción de los salarios, los beneficios sociales y los servicios públicos” y en un ataque al poder de los sindicatos. No en vano, la novel Confederación de Cámaras Empresariales y varios de los referentes del movimiento ruralista Un Solo Uruguay han manifestado su entusiasmo ante la probable llegada al gobierno de Lacalle Pou, según consignó el semanario Búsqueda.
Aunque los principales referentes de la coalición, incluidos Lacalle Pou y sobre todo su candidata a vice Beatriz Argimón, se comprometieron a “no tocar” los avances en materia de derechos (legalización del aborto y del matrimonio igualitario, despenalización del consumo de marihuana, derecho de los transexuales a su identidad), “la presión de los sectores religiosos conservadores”, en el parlamento y en la sociedad, será previsiblemente cada vez más fuerte, apunta Delacoste.
Otro de los frentes en que se prevé un cambio radical será el de la política exterior. En los últimos años, en América del Sur Uruguay quedó prácticamente solo en la resistencia a los planes de intervención militar en Venezuela impulsados desde Estados Unidos y la OEA y respaldados por buena parte de los países de la región tras la oleada conservadora que barrió con los gobiernos “progresistas”. Lo mismo acaba de suceder en relación a Bolivia, donde denunció un “golpe de Estado” para desplazar del poder a Evo Morales. Es más que probable que Lacalle, que recibió el apoyo del brasileño Jair Bolsonaro, opere un giro de 180 grados en esta materia.
Algunos recuerdan por aquí cómo meses atrás, cuando aparecía inminente una intervención militar en Venezuela y Uruguay, junto con México, presentó un plan para “propiciar el diálogo” que llevó a la creación del Mecanismo de Montevideo, el presidente de Estados Unidos Donald Trump se mostró en público con un mapa de Sudamérica en segundo plano, donde Uruguay y Bolivia aparecían marcados en negro.
¿Se encaminará este país, bajo una eventual conducción de la “coalición multicolor” dirigida por Lacalle, en la misma dirección que la Argentina de Mauricio Macri y el Brasil de Bolsonaro? “Creo que alguna gente puede pensar eso, naturalmente, pero pienso que Uruguay tiene sus características propias. Es un país suavemente ondulado, que nunca se queda quieto pero tampoco se va a los extremos”, afirmó “Pepe” Mujica.
Gabriel Delacoste tiene sus dudas. “Cuando se le preguntó a Lacalle Pou” acerca de sus orientaciones económicas y su opinión sobre las políticas implementadas del otro lado del Río de la Plata, recordó el investigador, “su respuesta fue que el ajuste de Macri fue excesivamente gradualista y que por eso él prefería un shock de austeridad”. Y terminaba su nota alertando: “a ajustarse los cinturones”.
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