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Los gobiernos progresistas copan los países escandinavos, con el foco puesto en la crisis climática​

Los comicios del pasado 13 de septiembre en Noruega han devuelto a las cinco naciones nórdicas a posiciones progresistas, por primera vez en 62 años. El medio ambiente es el punto de reencuentro de la opinión pública escandinava con las coaliciones de centro-izquierda.

Jonas Gahr Store, hace unos días en Oslo.
Jonas Gahr Store, hace unos días en Oslo. Hakon Mosvold Larsen / EFE/EPA

El código rojo emitido por Naciones Unidas en su informe anual sobre el cambio climático en el que presagiaba, hace un mes, que la humanidad está al borde de un desastre irreversible ha sido determinante para revertir el sentido del voto en Noruega. Nunca hasta pasado verano, su Panel Intergubernamental (IPCC, según sus siglas en inglés), había sido tan claro y rotundo. La mano del hombre no solo ha alterado de forma profunda y drástica el clima, sino que, de mantenerse la actual trayectoria de emisiones de carbono, las oleadas de calor, la propagación de las sequías, la sucesión de riadas y otras inclemencias meteorológicas van a ser habituales en el futuro, a lo largo y ancho del planeta, especifica el informe. El propio secretario general de la ONU, Antonio Gutérres, fue especialmente contundente al respecto: "El calentamiento global está afectando a cada región de la Tierra, en muchas de cuyas latitudes, estos cambios resultan ya irreversibles".

Este dramático sónar de emergencia se ha escuchado en alta definición en el subconsciente colectivo de la sociedad noruega. Acostumbrada a disfrutar de los beneficios de una economía con un sector exterior especialmente vigoroso y altamente dependiente de las ventas de crudo, de un generoso Estado de bienestar, y de un modelo de pensiones que garantiza ya la financiación de las prestaciones de sus millennials. Pero que hace años que viene diversificando su estructura productiva hacia la digitalización, la sostenibilidad y la calidad educativa. Y que no está dispuesta a eludir la responsabilidad de impulsar reformas estructurales de calado, al inicio del ciclo de negocios post-covid, que conduzcan a su economía hacia las emisiones cero de CO2; incluso con mayor prontitud que lo que dictaminan los acuerdos internacionales.

Tras los comicios del 13 de septiembre, Jonas Gahr Store, se convertirá en el primer ministro. Líder del Partido Laborista y extitular de Exteriores, recibirá las riendas del país de la conservadora Erna Solberg, que ha estado al frente del Ejecutivo noruego en los últimos ocho años. Y que, en un giro más que inesperado de los acontecimientos, porque lideraba las encuestas, admitió de inmediato su derrota. Tras perder un 4,6% de respaldo electoral, hasta recabar el 20,4% de los sufragios. Seis puntos por debajo del laborismo que, pese a la victoria, ha registrado su segundo peor resultado en 97 años, pero que gestionará 100 escaños, frente a los 68 de los partidos de centro-derecha. Dentro de una alianza cincelada con la Izquierda Socialista y su marcado cariz medioambientalista, y el denominado Partido de Centro, rural y ecologista, con los que difiere, sin embargo, en planteamientos sobre el futuro de la industria petrolífera y el estatus del país en el Área Económica Europea. Dado que sus socios entienden que Bruselas les exige adoptar las normas comunitarias sin obtener influencia en las decisiones de la UE.

Aun así, a ellos podrían sumarte algunos apoyos menores, como los Verdes o el Partido Rojo, hasta alcanzar el centenar de diputados. A partir de un leit motiv: la promesa de "acciones que sean decisivas para combatir la crisis climática". Al que se une otro reto colateral: construir una sociedad "más igualitaria". En palabras del propio Store, mediante "recortes impositivos a las clases medias y bajas y alzas tributarias a los estratos más pudientes". Tras dos legislaturas de políticas de corte liberal de Solberg, matiza su sucesor. Pero sin acabar prematuramente con la industria del petróleo, la de mayor calibre de Europa Occidental. Y una misión que quieren acelerar su dos principales aliados de coalición.

La intención socialdemócrata, sin embargo, es avanzar en la transición hacia la economía verde en Noruega, mientras el petróleo y el gas siguen dominando las partidas exportadoras del país. Hasta alcanzar el 14% del PIB noruego y el 40% de sus ventas al exterior. Aunque también una industria que provee 160.000 empleos directos y que contribuye decididamente al prestigioso y rico fondo soberano del país, que ya ha superado los 1,2 billones de euros de valor, como señala una información de Reuters.

Store contará también con el apoyo a su gestión gubernamental de sus vecinos escandinavos. Porque las cinco naciones nórdicas -Suecia, Dinamarca, Finlandia e Islandia- han restaurado a lo largo de los últimos años el bastión socialdemócrata de Escandinavia. En 2019, su formación danesa, dirigida por Mette Frederiksen -segunda mujer jefa del Ejecutivo y la gobernante más joven en la historia del país-, accedió al Gobierno tras superar en las elecciones al triunvirato de conservadores, liberales y extrema derecha, y forjar una alianza con social-liberales, el bloque roji-verde y con los socialistas; más a su izquierda.

Mientras, en Suecia el primer ministro Stefan Lofven, en el poder desde 2014, se mantiene aún en el cargo -al que renunciará en noviembre- después de perder una moción de censura a su gestión; a cambio de conservar, en principio, el apoyo parlamentario a su formación hasta los próximos comicios, en septiembre de 2022. En Islandia, el movimiento Izquierda-Verde de Katrin Jakobsdottir también lo ostenta desde 2017 y en Finlandia, otra jefa de Ejecutivo, Sanna Martin, lo hace a través de otra alianza de su partido, el socialdemócrata, con Verdes y la Izquierda, en una maniobra post-electoral que la aupó en diciembre de 2019.

Como Martin, el futuro responsable del Gobierno noruego asumirá el cargo coincidiendo con un encuentro climático trascendental. En el caso de la dirigente finlandesa, en la COP25 celebrada en Madrid, y en el de Store, a menos de un mes y medio de la COP26 que se celebra en Glasgow a comienzos de noviembre. Una cita trascendental, como afirma Espen Barth Eide, antiguo jefe de la diplomacia noruega y socialdemócrata como Store, a Financial Times, porque "necesitamos como país abanderar la lucha contra la catástrofe climática, junto a nuestros vecinos nórdicos, y desde una plataforma internacional". Y porque "es una magnífica oportunidad para encarrilar a la economía de Noruega hacia una más rápida transición hacia las energías renovables".

El modelo escandinavo levanta de nuevo el vuelo

La socialdemocracia escandinava tiene un problema terminológico. Desde latitudes americanas, muy a menudo, en el ámbito del republicanismo y de sectores ortodoxos de la economía y del modelo capitalista, se les ha tildado de socialistas. Apelativo que, al otro lado del Atlántico, sitúa a sus seguidores en posiciones más a la izquierda del espectro ideológico que ocupa en realidad en el Viejo Continente. Frente a esta postura, sus defensores acuñan el concepto del capitalismo amable -o bondadoso, del adjetivo cuddly- que, en su opinión, resulta más adecuado para definir el llamado modelo nórdico. Una combinación de cierto equilibrio -si se concibe y asume el éxito de sus economías- entre el individualismo inversor que sitúa en su máximo esplendor a fondos soberanos estatales escandinavos, que eligen exclusivamente activos medioambientales y de buen gobierno corporativo -anticipándose a los principios ESG que se han asentado entre las firmas y sociedades de valores durante la covid-19-, por ejemplo, al confeccionar sus carteras de capital para garantizar la financiación futura de sus fondos de pensiones. Frente a una elevada presión fiscal -probablemente, la más alta del planeta- para preservar los amplios servicios asistenciales de sus estados de bienestar. Sin duda, los más generosos en prestaciones sanitarias y educativas. Entre otros.

Dos primeros ministros nórdicos han dejado dos frases clarificadoras del espíritu escandinavo. Las palabras del socialdemócrata sueco Goran Persson, que gobernó su país en la década de los noventa y los primeros años del siglo actual (1996-2006), quien explicó ante sus homólogos de entonces en varios foros internacionales que "la economía sueca es como un abejorro, nadie piensa que con un cuerpo tan pesado y unas alas tan cortas pueda ser capaz de volar, pero lo hace". En clara alusión al dinamismo de un sistema productivo capaz de recaudar al unísono un 60% del PIB vía impuestos sin que se vea perturbada una opinión pública altamente favorable a la preservación del Estado de Bienestar sueco.

O la más reciente, en 2015, del liberal danés Lars Rasmussen, en la escuela de negocios Kennedy de la Universidad de Harvard, en la que tuvo que acallar las voces críticas del aforo y explicar que "Dinamarca, lejos de ser una economía socialista y planificada ostenta y participa en un sistema de mercado". Y que, como sus vecinos europeos, defienden un capitalismo regulado y ordenado, sustentado en democracias sociales y liberales con amplios derechos y elevados estándares democráticos. Desde el Consejo Nórdico, donde se reúnen ministros de distintos ramos, se precisa que, en los últimos años, se ha intensificado las medidas en defensa de sus modelos socio-económicos. A los que se han sumado iniciativas en el ámbito de la sostenibilidad, para realizar operaciones conjuntas de captura en el mercado de CO2 o acciones concertadas para adelantar no solo las emisiones netas cero de carbono, sino su entrada en territorio negativo. La reciente Convención de Helsinki es una declaración nítida de su compromiso colectivo en favor de la neutralidad energética.

Pero hay otra serie de componentes que sostienen la homogenización de sus estilos de vida. Por ejemplo, como admiten desde el World Economic Forum (WEF), que todos ellos son pioneros y abanderados en políticas de igualdad de género, en digitalización e innovación tecnológica o en tasas de emprendimiento empresarial o de sostenibilidad. Es el cuddly capitalism del que ellos prefieren hablar. El que les ha llevado a elevar sus ratios de renta per cápita -revela la OCDE- muy por encima del que ostentan sus economías, en función de su tamaño, en las clasificaciones globales a precios actuales de mercado. Y que navegan entre los 54.135 dólares de los suecos y los 82.773 de los noruegos. Hace décadas, los vecinos pobres del área escandinava; pero ahora, sumergido en un océano de ingresos de petróleo y gas tras decenios de constantes y crecientes beneficios de su industria energética. Muy por encima de su otrora territorio común, Suecia, de la que se separó a comienzos del siglo XX. Pese a que el PIB sueco siga siendo el mayor del territorio nórdico y el único que rebasa la barrera del medio billón de dólares.

Dentro de un clima de restablecimiento de la actividad. En Dinamarca, el gabinete Frederiksen ha logrado elevar la previsión oficial de crecimiento para 2021 al 3,8% desde el 2,4% de mayo, ante el impulso que ha cobrado el PIB en el periodo estival, un ritmo que le devolverá al nivel previo a la pandemia antes de que concluya el ejercicio, avisa Economist Intelligence Unit (EIU). La reanudación del comercio, del que Dinamarca el mayor operador de mercancías marítimas de Europa; su autosuficiencia energética -tanto de carburantes fósiles del Mar del Norte y de Groenlandia, como de renovables, a la cabeza de la UE en potencia y distribución por habitante-; sus nichos industriales en sectores como el de las turbinas eólicas o el farmacéutico (explica la aseguradora Coface); su amplio superávit comercial y la estabilidad de una moneda, la corona, pegada al euro, facilitan el impulso que su ministro de Finanzas, Nicolai Wammen, ha concedido a las inversiones del plan de resiliencia danés a la transición verde y a los cambios en el patrón productivo hacia la sostenibilidad, con repuntes previstos en empleo, diversificación de negocios de sus empresas y una ampliación del sistema productivo. A partir -promete Wammen- de unos más ambiciosos objetivos de reducción de emisiones de CO2, de hasta el 70% para 2030.

La línea verde danesa es la que asumen el resto de naciones nórdicas. Todas ellas, bajo designios socialdemócratas y con respaldo de partidos de izquierdas. Es la meta que han asumido los cinco vecinos escandinavos para acometer los desafíos de la década en vigor. Enfocados al cambio de rumbo económico. Con el poder que les confieren sus avances en innovación y digitalización y su asunción de fuerzas, nacionales y colectivas, dirigidas al combate contra el cambio climático. El código rojo de la ONU ha activado la luz verde en el modelo nórdico.

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