Este artículo se publicó hace 4 años.
Golpe contra Salvador AllendeLas mujeres que sobrevivieron al 11-S chileno
"La historia es nuestra", dijo el presidente chileno Salvador Allende en sus últimas palabras antes de morir en el Palacio de la Moneda. Y por ello, porque la historia es nuestra, el relato de lo que pasó hace 47 años en Chile lo recogen hoy las mujeres, en sintonía con el movimiento feminista que renació en 2018 en ese país y que está hoy en su mayor apogeo.
Carolina Espinoza
Madrid-
"Un amigo una vez me dijo: 'Ojalá existiera una forma de dormirme el 31 de agosto, y despertar el 1 de octubre'", señala desde Estocolmo la dirigente comunista Olinda Mena. Y lo cierto es que esta frase es aplicable a quienes vivieron en primera persona, los trágicos acontecimientos de un día como hoy hace 47 años, cuando el general Pinochet encabezó un golpe de Estado contra el gobierno de la Unidad Popular de Salvador Allende.
Es doloroso recordar. Para más ironía, en septiembre salen a flote un sinfín de sentimientos producto de variadas conmemoraciones: el triunfo de Allende, su muerte y las fiestas patrias, fechas que interactúan en un carrusel de emociones que no es fácil seguir.
Pero esas emociones habían quedado un tanto ocultas con el relato épico de los testigos de ese 11 de septiembre de 1973 en La Moneda. 40 años más tarde, salen a la palestra otros relatos de ese fatídico día, otras memorias o contramemorias, como diría Marianne Hirsch.
Estas, ayudan a comprender con otros ojos el fin del sueño de la Unidad Popular, más allá de su final de muerte, sangre, dolor y represión.
A las 11:50 de la mañana del 11 de septiembre de 1973, los aviones Hawker Hunter del grupo 7 de la Fuerza Aérea chilena comenzaron el bombardeo al Palacio de La Moneda. Se inicia el incendio y el segundo piso resulta parcialmente destruido. Poco antes, los militares golpistas plantearon un ultimátum anunciando el bombardeo y Allende pidió una tregua para que pudieran salir las 11 mujeres que se encontraban en el recinto, incluida su hija Beatriz e Isabel.
Isabel Allende: la despedida más triste
Isabel Allende también siguió el camino de su padre hacia la política socialista después de estudiar sociología en la Universidad de Chile. La primera mujer en ser presidenta del Senado en Chile, recuerda hoy esas horas:
"Tal como había convenido con quien era mi marido, me dirigí hacia La Moneda y él se llevó a mis dos hijos. Logré dejar mi auto a un par de cuadras y entré faltando pocos minutos para las nueve de la mañana. Como mi vehículo no tenía radio, durante el trayecto no escuché ningún bando militar. Hasta ese momento, los carabineros patrullaban las calles y al identificarme como la hija del presidente me dejaban pasar".
"En el rostro de mi padre advertí una mezcla de sorpresa e incredulidad cuando me vio, junto con lo que creo era una íntima satisfacción de sentirse cerca de sus dos hijas"
"En el rostro de mi padre advertí una mezcla de sorpresa e incredulidad cuando me vio, junto con lo que creo era una íntima satisfacción de sentirse cerca de sus dos hijas, aunque nuestra presencia le perturbaba profundamente. Dijo que él no iba a dimitir y que había rechazado las ofertas de abandonar el país. Pidió, en cambio, que sus asesores dejaran Palacio, ya que no estaban entrenados para usar armas y porque el mundo debía conocer lo que pasaba. Estaba muy preocupado por proteger a aquellos que consideraba que no debíamos quedarnos".
"Había un gran contraste entre su decisión de quedarse y combatir, para dar una lección moral a los 'traidores que rompían la ley' y la serenidad con que conducía y se preocupaba de todos los detalles de la defensa. Mi hermana y yo tuvimos varios diálogos muy difíciles con él, quien primero nos pidió, luego nos rogó y, después, con desesperación, nos ordenó salir ante nuestra resistencia", prosigue Isabel Allende.
"Finalmente, con mucho dolor, accedimos. Él estaba convencido que respetarían su solicitud de un vehículo militar para alejarnos de La Moneda. Al salir vimos que no sólo no había ningún vehículo, sino que el silencio y la soledad eran totales. Todas las tropas que atacaban el palacio se habían retirado. Alcanzamos a cruzar al otro lado, cuando comenzó el bombardeo, y nos alejamos en dirección opuesta a Palacio, en medio de tiros aislados. Intentamos quedarnos en un hotel, pero lo dejamos al escuchar un boletín informativo urgente de una radio que decía: 'Frente a la resistencia encontrada en Tomás Moro [la residencia personal del Presidente], la Fuerza Aérea se ha visto obligada a bombardear'. Las lágrimas que no pude contener, pensando en mi madre [La Tencha] que estaba sola, nos delataron".
"Habíamos salido seis mujeres y por alguna razón nos perdimos y sólo quedamos cuatro: Tati (Beatriz), Frida Modak, conocida periodista de televisión, Nancy Julián, cubana y esposa del presidente del Banco Central que estaba en La Moneda, y yo. Hicimos autoestop, con la suerte que se detuvo un vehículo grande. Subimos diciendo que éramos secretarias y que no teníamos nada que ver con lo que pasaba. Nos llevaron hasta la Plaza Italia, donde había un fuerte control militar y por primera vez vimos gente detenida, caminando con los brazos en alto. Mientas un militar revisaba los documentos del conductor, Tati, con un embarazo de siete meses, fingió tener contracciones, lo que nos permitió pasar sin más contratiempo. Más allá, por indicación mía, nos bajamos y, por una corazonada, me acordé de una compañera de trabajo que vivía cerca. Aunque nunca había estado en su casa, nos recibió con enorme cariño y preocupación".
"Allí establecimos los contactos telefónicos. Poco a poco nos enteramos que Tencha estaba a salvo: entre bomba y bomba logró salir. Más tarde supimos de la muerte del Chicho y pasamos una noche de gran tristeza, todas con el alma encogida. No hay palabras para describir ese dolor".
Alicia Téllez: "Mi hija mayor no entendía por qué nos íbamos"
Acompañando el triste viaje al exilio a México de las mujeres de la familia Allende, estaba la doctora Alicia Téllez y sus hijos, esposa de uno de los médicos del presidente, Óscar Soto.
"Teníamos que irnos primero porque a Óscar no le daban el salvoconducto. Así que fue así, un poco brusco. Ese avión lo mandó el Gobierno mexicano para los técnicos mexicanos que había en Chile, para la familia Allende y alguna otra gente, poca. Bueno, entre esos nos encontrábamos nosotros, los que pudieron tener salvoconducto en esa fecha y salimos yo con ellos. Estaba Tencha, Isabel, la familia Allende con los nietos. Mi hija mayor no quería subirse al avión y no entendía por qué nos íbamos y no, no, no, fue desgarrador. No sabíamos nada más, no sabíamos nada más. Entonces, a mí también me costó entenderlo. Pero yo tengo una ventaja, que yo soy hija de exiliados republicanos españoles, entonces, esta partida la entendí muy bien".
Mireya Baltra: "Fue un día que contuvo todo lo que da la vida"
Mireya Baltra fue socióloga, reportera, suplementera y política del Partido Comunista de Chile, además de diputada, regidora por Santiago y ministra del Trabajo y Previsión Social durante en el gobierno de Salvador Allende. A sus 88 años recuerda con emoción desde Santiago de Chile, ese día. "Fue un día que contuvo todo lo que da la vida, fue un día donde se destrozaron las esperanzas, y se volvieron a construir a la vez. Fue todo muy extraño porque era un Gobierno nuestro, un Gobierno del pueblo, de los chilenos, y de repente no estaba, Allende no estaba, se había ido. 1.000 días antes, el 4 de septiembre de 1970, fue un día diferente, emocionante, todo el tiempo que conocí a Salvador, tuvo un signo de emoción, de cariño, de sentirme siempre protegida. Fue un periodo yo diría, que desgarró el alma de mucha gente".
Olinda Mena: "Estuve diez días detenida; fue un viaje terrorífico por varios centros de detención y tortura"
Con pesar recuerda ese día desde Estocolmo, lugar donde se exilió hace más de 30 años, la dirigente comunista Olinda Mena: "Yo estaba en mi casa, en Santiago, con mi esposo y mis tres pequeños. Comprenderás que la pena era inmensa, y lo primero que hicimos fue quemar todos los documentos que resultaran comprometedores. Allanaron mi casa dos carabineros, que traían a mi hermano encapuchado. Esta casa es un nido de comunistas y yo por responderle, dejaron a mi hermano y me detuvieron a mi también. Mi esposo no estaba, así es que me llevaron detenida, tuve que dejar a mis hijos solos y estuve en un recinto militar cerca de diez días, iniciando un viaje terrorífico por varios centros de detención y tortura que irían y vendrían años más tarde".
Laura González: "Allende era un hombre digno"
La doctora Laura González, casada con Carmelo Soria, el funcionario español de Naciones Unidas, asesinado por la dictadura, se enteró de la muerte de Salvador Allende en el hospital en el que trabajaba, y al que en el mismo día 11 de septiembre, comenzaron a llegar cientos de cadáveres. "Los militares ese día tiraron dos bombas lacrimógenas a la sala de preparto, lo que causó la muerte de una de las pacientes y hubo que apresurarse a atender a otras. Los médicos de derechas estaban en paro y desde el patio del hospital pudimos ver el bombardeo e incendio en La Moneda. Después de las tres de la tarde llegó un medico cardiólogo que había estado allí y que nos contó que Allende se había suicidado. Los médicos que estábamos atendiendo hicimos un acto, muchos lloraron. Yo estaba indignada y cuando un médico de derechas se acerca y me dice que nunca hubiera deseado que pasara esto, yo le repliqué que Allende era un hombre digno".
Aracelli Aguilar, la nueva generación: "Fue un día infinito"
Aunque actualmente supera escasamente la veintena, la estudiante Aracelli Aguilar, nieta de un trabajador de la Editorial Quimantú de la Unidad Popular, hereda fielmente el relato que le transmitió su abuelo de ese día: "Mi abuelo salió de su casa rumbo a su trabajo, como otro de aquellos grisáceos días que se estaban viviendo. Las primeras señales de que tal vez comenzaba a ocurrir algo grave fue en su trayecto, por las calles vio patrullas de militares y gente se movilizaba en camiones y vehículos particulares, ya que había escasa locomoción colectiva. Él trabajaba en la Editorial Quimantú, una empresa estatizada como parte de un proyecto de dar a las mayorías la posibilidad de conocer las grandes obras de la literatura, además de colecciones de libros para jóvenes, revistas infantiles y toda serie de escritos que pudieran servir al desarrollo y educación, todo esto al alcance de los bolsillos más humildes. Luego de sortear las barreras militares que estaban por toda la ciudad, llegó a su casa ya de noche y sólo quería y necesitaba abrazar a su esposa y sus dos hijos pequeños, sentirlos y sentirse vivo, era lo único que podía disminuir la angustia que le embargaba. Mi abuelo no envejece, sigue recordando con un dejo de nostalgia como si fuera hoy, aquellos abrazos, las palabras prohibidas y contenidas de ese infinito y triste 11 de septiembre".
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