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Guerra de Kosovo Kosovo, el Estado medio fallido que se siente traicionado

Se cumplen 20 años de la guerra de Kosovo y 10 desde su independencia, tiempo en el que cinco países de la UE, incluida España, todavía niegan su reconocimiento

Un destacamento de las fuerzas especiales serbias en el sur de Kosovo, el 25 de enero de 1999. AFP

Miguel Fernández Ibáñez

Kosovo es un país desquiciado. En su décimo año de independencia, los más mayores recuerdan con cierta nostalgia los tiempos de Tito, y quienes lo conocieron a través de las historias familiares, acuden al pasado cercano para afirmar que todo puede ser peor. Es la sombra de Slobodan Milosevic, cada vez más difusa ante una realidad que acongoja a la sociedad. Porque en Kosovo no existe el reconocimiento global esperado. Tampoco la justicia. Ni siquiera el empleo. En cambio, se mantienen el crimen organizado, la corrupción, la injerencia internacional. Sami Kurteshi, diputado de Vetëvendosje, resume la desesperación generalizada: “Todos estuvimos muy felices con la independencia. Todos luchamos. Yo estuve en prisión entre 1983 y 1990. Pero ahora somos un Estado medio fallido. No digo fallido porque hay mucha gente feliz con esta sociedad tan moderna, pero no se puede convivir con esta corrupción”.

La comunidad internacional lleva 20 años interviniendo Kosovo para hacer de esta antigua región serbia un Estado viable. Primero la Misión de Administración Interina de la ONU en Kosovo (UNMIK) gobernó el país hasta la independencia de 2008, y luego la Misión de la UE para el Estado de Derecho (EULEX) recogió el testigo para supervisar la independencia y ayudar a construir un Estado funcional. Ambas entidades han sido salpicadas por escándalos de corrupción e injerencia política, y los problemas endémicos continúan operando libremente. La sociedad cree que han fallado. Kurteshi cree que el problema estuvo en la concepción: “Necesitábamos apoyo, pero la UNMIK no nos ayudó. Vinieron personas de al menos cien países. Personas con diferentes culturas de administración: un americano, un alemán, uno de Gambia, otro de Indonesia. Qué clase de administración se podía tener. Era imposible construirla con esta mezcla y ahora tenemos la peor de toda Europa”.

El ascenso político de Vetëvendosje refleja muchas de las decepciones de la sociedad

El ascenso político de Vetëvendosje refleja muchas de las decepciones de la sociedad. Su formación se ha convertido en la primera fuerza del Parlamento con un discurso radical contrario al diálogo con Serbia, la presencia a comunidad internacional y el rol de los grandes partidos kosovares que han dominado el país desde incluso antes de la independencia. Súmenles corrupción, crimen y desempleo, y tiene las causas que discuten los kosovares en su día a día.

Lavdim Jolla puede ser una de las personas más sonrientes del mundo. A sus 49 años, reside en el sur de Mitrovicë, esa ciudad segregada a partir del puente sobre río Ibar. Está sentado junto a su puesto de productos de consumo diario, y en 30 minutos se entiende que es de esas personas que siempre derrotan a la adversidad. Sin embargo, sus palabras no corresponden con esa alegría que desprende. “Nos hemos quedado sin perspectivas por la corrupción. Hay gente a la que solo le queda robar. Y parte de la culpa es de la UE, que nos prometió unas cosas que no se han cumplido y nos impuso unas obligaciones que Bulgaria no tuvo”.

Este albanokosovar se refiere principalmente a la liberalización de visados de la UE, el primer paso para la integración comunitaria. La sociedad está segura de que con el reconocimiento llegará la estabilidad. O al menos con esa aceptación terminará una de las razones que alegan sus políticos para justificar la delicada situación de Kosovo. Pero estos políticos, al igual que la sociedad, han demostrado ser pragmáticos para lograr ese reconocimiento, aceptando importantes imposiciones de Bruselas. Dos ejemplos: el Parlamento aprobó una ley que ha permitido establecer la Corte Especial en la Haya para juzgar los crímenes de guerra cometidos hasta el 31 de diciembre de 2000, un año y medio después de la contienda, periodo en el fallecieron el 54% de los civiles serbios del conflicto. Y en Kosovo, los líderes del Ejército de Liberación de Kosovo (UÇK) coinciden con parte de la élite política. Además, también bajo presión de Bruselas, aceptaron entregar 8.000 hectáreas a Montenegro, acuerdo que ahora no quieren implementar y que es una nueva condición para la liberalización de visados de la UE. Como apunta el politólogo Adem Beha, quedan dos opciones para resolver este nuevo escollo: “Una sería pragmática, que es firmarlo, y la otra tardaría unos cuantos años más, que es mandarlo al arbitraje internacional”.

Jóvenes antes de la celebración de la independencia de 10 años en Kacanik. REUTERS

Jóvenes antes de la celebración de la independencia de 10 años en Kacanik. REUTERS

En Kosovo, el tiempo adquiere otro sentido. Es cierto que las ilusiones del reconocimiento y el desarrollo del país eran exageradas, impropias de un país con los cuestionables parámetros democráticos de Kosovo, pero los avances conseguidos no han sido los esperados, sobre todo en la UE, donde, a diferencia de la ONU, ni Rusia ni Serbia pueden bloquear los avances. Pese a ello, Kosovo es el único país de los Balcanes en el que sus habitantes necesitan visado para viajar a la UE. Ahora Bruselas habla del año 2025 para tener encarrilada la adhesión de los países pendientes en la región, y que por tanto son tentados por la influencia rusa. Pero el caso de Kosovo es especial, condicionado por el reconocimiento que le niegan cinco países de la UE, incluido el Estado español; el temor de Alemania a ver una ola de kosovares llamando a su puerta para buscar trabajo; y Serbia, que se debate entre el honor y el pragmatismo.

La posición serbia

En los casi 20 años desde que concluyera el conflicto, Serbia no ha dejado de recordar que la intervención de la OTAN ayudando al UÇK ha violado las reglas internacionales. La declaración unilateral de independencia de Kosovo fue además un reto para las bases del derecho internacional. Así lo demostró Putin cuando “conquistó” Abjasia y Osetia del Sur. Pero Serbia, presionada por la UE, tendrá que aceptar determinadas imposiciones para que su proceso de adhesión prospere. Por parámetros de desarrollo tendría que ser el primero de esos países descolgados en ingresar, aunque en Bruselas nadie olvida el caso de Chipre, admitido en la UE sin resolver su conflicto con los turcochipriotas.

Para allanar esa adhesión, el Ejecutivo serbio aceptó establecer bajo el auspicio de la UE un diálogo con Kosovo en 2011. En 2015 se alcanzaron cuatro acuerdos para normalizar las relaciones. Parecía un hito, pero de ellos, entre reproches mutuos, solo uno se ha implementado: Kosovo tiene hoy su propio código de teléfono internacional. Es comprensible, los intereses particulares se enfrentan al recuerdo cercano de una guerra que dejó 13.000 muertos. Existe mucho rencor y en las causas más importantes las posturas permanecen, más allá de las palabras, inamovibles. Estas causas que marcarán las futuras relaciones son el conflicto en el norte de Kosovo, región controlada por Belgrado desde que concluyó la guerra, y la Asociación de Municipalidades Serbias (AMS), una autonomía asimétrica en un país ya descentralizado.

La AMS formaba parte de esos cuatro acuerdos de 2015, pero sigue en el limbo. Los serbios dicen que Pristina no cumple sus promesas y además recuerdan que esta autonomía estaba recogida en el Plan Ahtisaari, el texto que dio forma a la Constitución kosovar. Los albaneses, en cambio, aseguran que Belgrado quiere instaurar otra República Sprska en Kosovo. Kurteshi, en un discurso extendido en la sociedad, es contundente: “No estamos en contra de la libertad de la gente, pero no queremos otra República Srpska en Kosovo. Nuestra Constitución está en línea con la Convención de los Derechos Humanos del Consejo de Europa. Podremos discutir de nuevo si encuentra una mejor. Pero lo que ellos quieren es otro estado dentro de Kosovo. Es inaceptable”.

Las fuerzas policiales serbias cerca de Mitrovica en enero de 1999. AFP

Las fuerzas policiales serbias cerca de Mitrovica en enero de 1999. AFP

En cuanto al norte de Kosovo, la situación se asemeja a la de un conflicto congelado. Allí, Belgrado controla la región gracias a las estructuras paralelas en educación, seguridad, sanidad y justicia, que no son más que los servicios básicos, incluidos sueldos y pensiones, entregados por Belgrado. En las cuatro municipalidades de esa región se estima que viven alrededor de 70.000 serbios. Apenas hay albaneses. Su puerta de entrada más famosa es la de la ciudad de Mitrovicë, que en su cara norte, tras cruzar el río Ibar, representa la segregación que recorre el país. Allí desaparecen de súbito los colores rojos de la bandera albanesa. La moneda en curso ya no es el euro, sino el dinar. Se usa el alfabeto cirílico y los coches carecen de las matrículas kosovares.

Para los albanokosovares, esta región está controlada por la mafia serbia. La región norte de Mitrovicë ha protagonizado desde la guerra los principales conatos de violencia étnica e incluso oscuras escaramuzas políticas. Como solución, hay políticos serbios que apoyan que sea devuelta a Serbia. Podría ser una opción que desatasque el esperado reconocimiento, que evita que Kosovo se integre en entidades globales como la ONU por el veto de Rusia. Aunque no está claro que esa rica zona minera vaya a ser entregada con facilidad, sobre todo porque los albaneses desconfían de las intenciones serbias. “Serbia quiere que el proceso de independencia no sea completo y que el reconocimiento se alargue durante años. Además, se oponen a la autoridad de Kosovo en el norte del país”, asegura Beha, quien subraya que “los serbios del norte de Kosovo son la mayor disputa. Han sido orquestados para tener un rol negativo”.

Desesperación

Jolla entiende el juego político que ha convertido su ciudad natal en una zona de choque. Él solo quiere una solución para esta región deprimida desde que cerró la mina Trepca. “Éramos más importantes que Pristina. Daba trabajo a 10.000 personas. Ahora no queda más que un poco de comercio y la construcción”, recuerda. Pero llegó la guerra, consecuencia de la represión desmedida de los años 80 y 90 del siglo pasado, y Jolla lamenta que todo haya acabado así. Porque él sabe que la integración entre albaneses y serbios es imposible en el norte de Kosovo. Pero antes no era así. Sobre todo porque él fue hijo de la Constitución de 1974, esa que entregó amplios derechos a los albanokosovares. Entonces había convivencia, respeto, integración. Hoy, sobre todo para los más jóvenes, no queda más que rencor. “Los jóvenes no pueden convivir con los serbios. Mi hijo dice que es imposible. Para nosotros, pese a lo que aquí hicieron, es diferente”, afirma Jolla.

Su hijo se llama Endrit, de 17 años, y aparece tras una jornada más de instituto. Es tan agradable como su padre. Mucho más espigado aunque igual de sonriente. Como muchos otros jóvenes, él no cree en la integración. No aprecia a los serbios. Es normal: ha crecido con las historias de represión y guerra. Y no fue por su padre, que es una isla de optimismo en un mar de desesperación, sino por un relato establecido en el que la imparcialidad es imposible. Ese relato además dice que Kosovo no es un país para jóvenes. Y nadie sabe cuándo lo será. Por eso Endrit tiene como objetivo emigrar. Para eso estudia, para poder huir a Europa, la panacea de las oportunidades. Porque en Kosovo más de la mitad de los jóvenes no tienen trabajo pese a su apropiada preparación académica. Es la cara B que sus padres nunca les relataron. Puede que ni se lo imaginaran.

Banderas albanesas antes de la celebración del día de la independencia de 10 años en Kacanik. REUTERS

Banderas albanesas antes de la celebración del día de la independencia de 10 años en Kacanik. REUTERS

Sami Kurteshi resume la solución en una palabra: justicia. Este político considera que su correcta implementación desencadenaría mejoras en otras áreas críticas: corrupción, crimen organizado y desempleo. “No conozco ni una inversión extranjera directa y no la habrá hasta que no haya justicia. Nadie quiere perder su dinero. 1/3 de nuestra gente vive fuera, en Suiza, Alemania y otros lugares, pero no quieren traer aquí su capital hasta que no sea seguro”. Para Beha todo depende del reconocimiento: “No defiendo la realidad, pero es mejor que la percepción. Macedonia es similar en términos de corrupción y no tiene esa percepción internacional. Hasta que el estatus de Kosovo no sea definido, y eso quiere decir hasta que no sea miembro de la ONU, este juego continuará”.

Jolla, que sigue sonriendo, no quiere que el juego continúe ni que la coyuntura aleje a su hijo de Kosovo. Reclama una solución de urgencia que cambie el rumbo del país. “Hay que eliminar la corrupción para que así venga el capital y los jóvenes no se vayan”, insiste. Porque en Kosovo, el país que se siente traicionado, la decepción ha provocado que se eleve la yugonostalgia entre los albaneses. Es así para Jolla, quien disfruta de la independencia pero recuerda un pasado mejor; también otro mucho peor. “Se echan de menos las condiciones económicas de Yugoslavia, pero no la situación de los derechos. Pero las cosas no iban mal aquí hasta la llegada de Milosevic”.

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