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Las iglesias de Arizona, al rescate de los migrantes indocumentados

Centros religiosos como la Iglesia Católica El Buen Pastor de Mesa, Arizona, son los últimos refugios de los migrantes que, tras la llegada de Trump a la Casa Blanca, han visto como las trabas para huir de sus orígenes conflictivos han aumentado. 

Comedor del albergue lleno de migrantes que llegan a Arizona. / Iglesia Cristiana El Buen Pastor

Cada martes, un grupo de migrantes llega en autocar a la Iglesia Cristiana El Buen Pastor. El sol del desierto no da tregua y en pleno mes de noviembre, una ráfaga de aire caliente les sacude la cara mientras el pastor Héctor Ramírez y varios voluntarios les trasladan al interior de esta pequeña y humilde iglesia situada en Mesa, Arizona. Tras desayunar, pasan a la capilla y realizan varias oraciones de agradecimiento. Ya con el estómago calmado, reciben ropa y calzado limpio, objetos de aseo, atención médica y una cama.

Aún habiendo alcanzado suelo estadounidense tras una travesía que para algunos se ha prolongado durante varios meses, la situación para estos migrantes que anhelan recibir asilo político o humanitario es tan agobiante como el calor que les hace transpirar profusamente. Muy pocos lograrán recibirlo. Otros se quedarán indocumentados o serán deportados. Y para otros, arranca una pesadilla que ni jamás previeron, ni fácilmente olvidarán.

“Comenzamos el programa en octubre de 2018 porque ICE (las autoridades migratorias) estaba soltando a las familias y a los menores de edad en estaciones de bus y en la calle. No tenían capacidad para tenerlos detenidos, y a los niños solo los podían retener doce horas”, explica a Público Magdalena Schwartz.

"En menos de un año hemos recibido a más de cien mil migrantes"

“ICE se acercó a pedir nuestra ayuda y se la dimos…y en menos de un año hemos recibido a más de cien mil migrantes”, comenta esta pastora y creadora de los ‘Ministerios de Compasión’, una agrupación de iglesias evangélicas hispanas que ayuda a los migrantes en Arizona. La iniciativa de Schwartz, sin embargo, está naufragando.

Ropa que el albergue de la iglesia provee a los migrantes. / Iglesia Cristiana El Buen Pastor

Ropa que el albergue de la iglesia provee a los migrantes. / Iglesia Cristiana El Buen Pastor

“Somos la única iglesia junto a otra en Phoenix que está recibiendo migrantes”, explica Héctor Ramírez. “Cuando iniciamos el programa éramos unas quince iglesias, pero han dejado de participar porque no tienen fondos para continuar, ya que este trabajo lo hacemos con las uñas y no recibimos ayudas del gobierno federal o estatal, sino donaciones privadas”.

Ramírez, nacido en Costa Rica y de gestos afables y cercanos, lleva años tendiéndole la mano a la comunidad migrante, y no deja que las dificultades económicas que atraviesa la iglesia mermen su espíritu compasivo y su firme compromiso hacia este colectivo. Por su centro han pasado miles de migrantes huyendo de la persecución, violencia y crimen en sus países de origen, así como padres sumidos en la miseria que ansían obtener un trabajo con el que educar a sus hijos y garantizar comida caliente en el plato.

Testigos del descenso migratorio tras el auge de Trump

El pastor ha sido testigo presencial de la evolución migratoria que se ha producido a lo largo de la frontera sur del país anglosajón en los últimos años y, sobre todo, desde que Donald Trump fuera aupado hasta el cénit de la Casa Blanca.

“Nuestra iglesia recibía unas 120 o 130 personas cada semana (...) ahora, unas semanas recibimos 33 personas y otras 13”

“Nuestra iglesia recibía unas 120 o 130 personas cada semana y muchos de estos migrantes eran de Centroamérica. Pero ahora, unas semanas recibimos 33 personas y otras 13”, asevera Ramírez. “Estamos recibiendo gente de la India, Rusia, Venezuela, Cuba, Afganistán, Jamaica y de otras partes, pero ya no está entrando tanto centroamericano”.

El líder espiritual culpa del brusco descenso en el flujo migratorio a los acuerdos firmados este año entre Estados Unidos y los países centroamericanos (Honduras, Guatemala y El Salvador), unas naciones a las que Trump obligó a autodeclararse “seguras” a pesar de la cruenta realidad que se vive en ellas.

“Ahora ningún guatemalteco puede entrar a Estados Unidos. Si sufre un atentado político o es perseguido por las pandillas, tiene que pedir asilo en el país vecino, que es México. Y de ahí no puede pasar”, afirma Ramírez. “Lo mismo ocurre con los hondureños y salvadoreños, y tú sabes que estos países no son seguros. Decir eso es una mentira”.

Hace unas semanas, Ramírez y Schwartz se sumaron a una comitiva de pastores que viajó a Guatemala para comprobar la realidad en el país y en la casa de migrantes. En un solo día, el albergue recibió ochocientos migrantes procedentes de El Salvador, Nicaragua, Honduras, Venezuela y Cuba.

“En Guatemala hay mucha pobreza. Hay niños que no van a la escuela porque tienen que trabajar y cortar el café con sus padres”, relata la pastora de origen chileno. “Hay un basurero cerca de Santa Bárbara donde viven familias. ¿Cómo es posible que un país que está recibiendo ayudas de EE.UU. no esté haciendo nada por sacar a esos niños de la pobreza? Habría que preguntarle al gobierno qué está haciendo con el dinero”.

México como última frontera de los migrantes

La firma de los acuerdos, aunados a los Protocolos de Protección de Migrantes (MMP en inglés), están transformando el proceso de asilo en la frontera entre EE.UU. y México. Para el país anglosajón, las medidas ayudarán a frenar la migración indocumentada y a contener el tráfico de narcóticos y humano hacia la primera potencia mundial. Para otros, son una manera de trasladar el problema migratorio a países que están sumidos en la pobreza y en una guerra sin fin contra la delincuencia y el crimen organizado.

Según el Departamento de Seguridad Nacional de EE.UU., el MMP obliga a los extranjeros que crucen ilegalmente a Estados Unidos, o que se personen sin la documentación exigida en los puertos de entrada terrestre entre Estados Unidos y México, a esperar en México a que se resuelva el proceso migratorio o la petición de asilo. Los menores no acompañados y otros casos excepcionales no están sujetos a esta medida y son evaluados de forma individual.

“El inmigrante llega a la garita fronteriza, dice que quiere pedir asilo y que tiene un pariente o amigo que le recibirá en Estados Unidos. Le asignan un número y tiene que esperar en México hasta que le den cita con un juez y presente el caso en Estados Unidos”, explica Ramírez. “Cuando llega el día de la cita, le permiten entrar y el juez decide si califica para una visa de asilo. Pero tiene que regresarse a México”.

El migrante debe contratar a un abogado, cuyos honorarios pueden llegar a 7.000 dólares por persona, cifra al alcance de pocos

Para iniciar la solicitud de asilo, el migrante debe contratar a un abogado, cuyos honorarios pueden ascender a siete mil dólares por persona, una cifra al alcance de muy pocos. En muchos casos, el migrante empeña sus terrenos, vende sus propiedades y posesiones para costear el proceso. La apuesta es arriesgada. En particular, cuando el asilo es denegado y el migrante debe regresar a su país habiendo perdido todo.

“Si no ganan su caso de asilo, se tienen que regresar. Y ahora van a tener una crisis humanitaria en sus países de origen”, advierte Schwartz. “Cuando fuimos a Guatemala y vimos la de migrantes que llegaban a las iglesias, los pastores nos decían: ‘Pero, ¿cómo los vamos a recibir, con qué recursos?’”.

La realidad de los migrantes que llegan a las iglesias

Cuenta Ramírez que hace unos días recibió en su iglesia a una familia salvadoreña que había pedido asilo antes de la firma de los acuerdos. Al llegar a la garita entre México y EE.UU., les detuvieron y les trasladaron a un centro de detención cercano a la frontera. Allí recopilaron sus datos, les hicieron fotografías, les tomaron las huellas dactilares y posteriormente fueron trasladados a Phoenix.

“En Phoenix están un día máximo, a los adultos les ponen un grillete en el pie y los traen a la iglesia para que nosotros sigamos con el proceso”, afirma el pastor. “Pero todas las familias vienen con niños porque saben que el niño es el pasaporte para entrar”.

En la iglesia, los migrantes permanecen unos días, hasta que el pastor y los voluntarios localizan al pariente o amigo que se hará cargo de la familia hasta que esta reciba el asilo, un proceso que puede dilatarse años. A veces, sin embargo, la persona de contacto no quiere recibir a los migrantes y la iglesia tiene entonces que buscar una familia de acogida –que siempre es hispana–.

“Hay gente que tiene noble corazón. Desde octubre de 2018, hemos albergado a cuatro personas en diferentes familias. Tenemos ahorita una familia que entró en febrero y sigue recibiendo hospedaje”, explica el pastor. “Otra muchacha se quedó con una familia tres meses. Luego encontró trabajo y buscó un apartamento porque, aunque los migrantes tienen prohibido trabajar, trabajan clandestinamente”.

Otras familias de migrantes, sobre todo cuando el flujo migratorio de centroamericanos era mayor, no corren tanta suerte. Hay quienes llegan a la frontera estadounidense de la mano de un 'pollero' y no cuentan con los fondos para pagarle por la travesía.

En estos casos, el traficante, que conoce el funcionamiento de las iglesias, facilita a los migrantes el nombre y número de teléfono de un ‘amigo’ afincado en Estados Unidos ‘dispuesto’ a ayudarles. Este último se encarga de comprar los billetes de avión, tren o autobús y de darles alojamiento tras su paso por la iglesia.

“Cuando llamamos a ese amigo, nos damos cuenta de que no es tan amigo, sino que es parte de la red de traficantes. Y se llevan a los migrantes a su casa para ponerlos a trabajar hasta que pagan lo que se habían comprometido a pagar. Es como una caja de seguridad. Y hasta que no pagan, no los ponen en libertad”, concluye el pastor.

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