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Liga Árabe La Liga Árabe, al servicio del imperialismo

La negativa de Palestina a presidir la Liga Árabe durante los próximos seis meses debería haber sido anecdótica. Sin embargo, otros seis países han hecho lo mismo en solidaridad con los palestinos. Aunque este rechazo no cambiará las cosas, pone en entredicho la actitud de los países que han normalizado las relaciones con Israel o planean hacerlo pronto.

Reunión de la Liga Arabe en El Cairo./REUTERS
La Liga Árabe en reunión en una foto de archivo. / REUTERS

EUGENIO GARCÍA GASCÓN

El 22 de septiembre Palestina renunció a presidir la Liga Árabe en protesta por la negativa de la organización a condenar la normalización con Israel hasta que no termine la ocupación militar, un golpe del que no parece que vaya a recuperarse la Liga Árabe a corto plazo ya que la decisión de los Emiratos Árabes y Bahrein probablemente será imitada pronto por otros países.
Los palestinos, que aspiran a establecer un estado propio en los territorios ocupados en la guerra de 1967, que representan el 22 por ciento de la Palestina histórica, asisten impotentes a un proceso que impulsa la Casa Blanca y en el que están tomando parte distintos países que a causa de la presión de Estados Unidos preparan la normalización con el estado judío.

Un analista árabe escribió el mes pasado que si bien la Liga Árabe, de la que forman parte 22 países, y que actualmente está dirigida por el egipcio Ahmed Aboul Gheit como secretario general, ha cambiado en muchos aspectos desde su fundación hace 75 años, lo que no ha cambiado es su servidumbre a los intereses del imperialismo, una circunstancia que ha quedado manifiesta en las últimas semanas.

En realidad la Liga Árabe se fundó en 1945 para defender los intereses imperiales del Reino Unido. Aunque la posición de Londres era la de crear una organización que aparentara cierta unidad e independencia, sobre el terreno los mismos británicos sembraban la discordia, especialmente en torno a la cuestión palestina, apoyando el proyecto sionista que tres años después cristalizaría con la formación de Israel.

En los años cincuenta, coincidiendo que el relevo en la influencia regional en detrimento del Reino Unido y a favor de Estados Unidos, la irrupción de Gamal Abdel Nasser, y subsiguientemente de otros líderes izquierdistas con acusados tintes antiimperialistas, condujo a que la Liga Árabe reconociera a la OLP como único representante del pueblo palestino.

Esto empezó a cambiar cuando en 1979 el egipcio Anwar al Sadat firmó los acuerdos de Camp David con Israel. Aunque sobre el papel Egipto abogaba por la creación de una entidad palestina independiente, en la práctica esos acuerdos, adoptados por Sadat de manera unilateral, debilitaron la posición árabe y crearon una profunda división en la organización.

La desconfianza entre los países árabes no es algo nuevo. Las rivalidades han existido siempre, lo que no es de extrañar teniendo en cuenta que las agendas de sus líderes a menudo han estado muy alejadas. El caso palestino ha sido uno de los más debatidos, casi siempre desde ángulos teóricos que no han ayudado al objetivo marcado en los documentos oficiales de la Liga Árabe.

El último embrollo arrancó el 22 de septiembre, cuando el titular de Exteriores palestino, Riad Malki, anunció que renunciaba a presidir la Liga Árabe durante los siguientes seis meses. Aunque esta decisión tenía que haber pasado más o menos desapercibida, engendró una dinámica inesperada. Malki advirtió que la normalización representaba un colapso de la organización, y añadió que "Palestina no cargará con el peso del colapso, con la rectificación de las posiciones árabes y con el juego de la normalización".

Tres días después, el 25 de septiembre, Qatar dijo que tampoco estaba en posición de presidir la Liga Árabe en sustitución de Palestina. Qatar es un país con una política exterior propia por la que está pagando un elevado e injusto precio debido al bloqueo que sufre por parte de otros países como los Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudí y Egipto.

Pero la cosa no se quedó ahí, puesto que acto seguido Kuwait también anunció que no aceptaba la presidencia. A continuación, Líbano y las Islas Comoras hicieron exactamente lo mismo. Ninguno de esos países quiso sustituir la presidencia rotatoria que correspondía a Palestina. Unos días más tardes, el 6 de octubre, Libia se sumó al grupo.

El rechazo de los seis países muestra claramente hasta qué punto han llegado las desavenencias en la Liga Árabe, otra vez a causa de Palestina. Naturalmente, el rechazo de tantos países no va a cambiar un ápice la situación de los palestinos, quienes han caído en una trampa de la que no van a poder escapar, pero revela la dudosa naturaleza de la organización.

Un analista ha pedido con sarcasmo que se cambie el nombre de Liga Árabe por el de Salón de Bodas entre Israel y los Árabes, dado que la organización se ha negado a condenar la reconciliación entre Israel y varios países a los que los Estados Unidos de Donald Trump no han tenido que presionar demasiado para conducirlos a Tel Aviv cantando y bailando en las redes sociales a expensas de los palestinos.

Los países que han rechazado la presidencia lógicamente no ven con buenos ojos la normalización ni el sometimiento árabe a los designios de Egipto, los Emiratos, Arabia Saudí y Bahrein, que a su vez se someten a Washington. De hecho, ese rechazo indica que ven con vergüenza la normalización, aunque su impotencia sea tan manifiesta como la de los palestinos.

Un estudio realizado por el gobierno israelí que se acaba de publicar muestra que el 90 por ciento de las intervenciones en las redes sociales árabes durante las últimas semanas son claramente contrarias a la normalización, pero una cosa son los pueblos y otra distinta sus gobernantes.

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