Este artículo se publicó hace 4 años.
Media vida refugiado: el exilio de un pintor afgano que perdió una pierna en su huida
Huyó de Afganistán por pintar un cuadro. Cruzó a pie Pakistán, Irán y Turquía. Pasó el Egeo en una patera hasta Lesbos, donde malvivió en el campo de refugiados de Moria. Ahora en Atenas, Abdullah desearía no haber partido jamás.
Diego Menjibar Reynés
Actualizado a
Abdullah dice que todo fue muy rápido, que no recuerda mucho más después de que el traficante gritara "saltad". Segundos antes se había montado en lo alto de un tren de mercancías junto a diez chicos afganos, tratando de cruzar la frontera que separa Grecia de Macedonia, cuando la Policía los descubrió. "Saltad", y Abdullah saltó. En dirección contraria, otro tren, una bestia de acero que lo arrolló sin ni siquiera notarlo. El resto de chicos salieron corriendo por miedo a ser arrestados, pero Abdullah quedó allí en el suelo. Solo. "Estaba en shock, no podía llorar, no podía gritar, pensaba en mi familia, en qué pasaría si hubiese muerto. Pensaba que debía ser un sueño, que no podía haberme atropellado un tren, que lo que pasaba no era real", cuenta. Cuando despertó en el hospital de Kilkís, a 30 kilómetros de la frontera, su pierna derecha había sido amputada por debajo de la rodilla.
Abdullah Rahmani es un joven pintor hazara, una minoría étnica chií de Afganistán y Pakistán. Dice que, de sus 22 años, 11 los ha pasado siendo un refugiado. La mitad de su vida. Aunque es natural de Gazni, en el centro de Afganistán, pasó la mayor parte de su vida en Helmand, la provincia más azotada por la guerra y principal bastión talibán del país. Desde pequeño destacó por su talento para la pintura, hizo varias exposiciones en Pakistán y Afganistán y con tan solo 15 años fue uno de los talentos internacionales finalistas del River of Words 2013, un programa del Centro de Alfabetización Ambiental integrado en la Escuela de Educación Kalmanovitz de California.
Trabajaba en una pequeña tienda de arte en Helmand, justo al lado de la copistería de su padre. Cuenta que en el hospital de su ciudad había muchos doctores extranjeros y que uno canadiense entró un día en su tienda. Le pidió un retrato junto a su familia y Abdullah quiso dar lo mejor de sí: "Estaba muy contento porque me había pagado 200 dólares. Pinté un cuadro grande donde su mujer y sus hijas aparecían sin hijab, ya que en Canadá no es necesario llevarlo. No me importaban las amenazas de los talibanes, yo seguí pintando", rememora. También recuerda lo que pasó después de acabar la pintura: el secuestro de su padre, la agonía de su familia, la liberación una semana después con su padre duramente golpeado, la descripción del hoyo donde lo tenían encerrado, y sus palabras: "Si sigues en el país, te matarán. Debes partir, Abdullah".
Y así, de un día para otro, se puso a cruzar fronteras, a esconderse en dobles fondos de coches, a subir y bajar montañas, a atravesar ríos, a surcar mares, hasta que un mes después llegó a otro infierno: Moria. Allí pasó un año y seis meses, donde al menos pudo sentarse de nuevo frente a un lienzo y pintar, gracias a The Hope Project. "Para mí el arte es un lugar en el que sentirme cómodo, tranquilo. Con el arte no necesito las palabras, tan solo los ojos. El arte es la herramienta que utilizo para explicar esas cosas que no puedo decirle a la gente", cuenta.
No es solo pintar
Para Abdullah, el arte no es solamente una herramienta de desahogo o de alivio. En una entrevista telefónica, Charles David Tauber, psicólogo de la Coalición Para el Trabajo con Psicotrauma y Paz (CWWPP, en sus siglas en inglés) asegura que "el arte puede ayudarle a traducir sus emociones, y eso es tremendamente positivo. En eventos traumáticos, no sacar lo que uno siente puede tener consecuencias médicas muy serias, incluso a nivel fisiológico". El doctor Tauber explica que hay muchas evidencias médicas en las que el trauma deriva en problemas en el sistema inmunológico, problemas hepáticos, endocrinos, etc. "Es muy peligroso olvidar la parte psicológica y centrarse solo en la rehabilitación física. El arte le mostrará que no está discapacitado, que está llevando a cabo su trabajo, que es una persona", cuenta el psicólogo, que ha iniciado un tratamiento gratuito con Abdullah hace apenas un mes.
Las obras de Abdullah tratan sobre el dolor, sobre la aflicción de personas atrapadas y privadas de libertad, porque dice que ha visto el sufrimiento a lo largo de muchos países: "Quiero mostrarle a la gente que a la mayoría de los refugiados nos obligan a huir. No venimos a pasarlo bien", explica. Y como él, tampoco las 121.400 personas refugiadas y solicitantes de asilo que, según datos del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) de agosto 2020, son las que se encuentran registradas en Grecia. De ellas, más de 90.000 están en la Grecia continental, mientras que el resto están repartidas entre más de siete islas del Egeo. "Pero hay muchos otros que no aparecen en las estadísticas y en los números", cuenta Gema Carrasco, voluntaria del proyecto No es solo comida. "La policía ha vaciado la Plaza Victoria debido al confinamiento impuesto por el gobierno, pero eso no significa que no estén. Muchos se encuentran escondidos en las calles de Atenas sin absolutamente nada", explica.
Escapar de un infierno y caer en otro
Pasar un año y medio en el campo de refugiados de Moria significa tener que enfrentarse a diario a largas horas de cola para recibir comida, a la escasez de agua, a la falta de electricidad, de higiene, a la inseguridad, al hacinamiento…y esperar. Moria significa enfrentarse a la espera y al silencio. "Decidí colarme en un barco y huir de Lesbos. Un hombre nos ayudó a falsificar el documento. Es algo muy común para salir de la isla", explica el joven pintor. El barco llegó a Atenas, donde Abdullah pasó tan solo una semana, contactó con la persona que le ayudaría a cruzar y le pagó 450 euros por montarse en lo alto de un tren de mercancías para llegar hasta Serbia, a donde se dirigía y a donde nunca llegó.
Pero 450 euros es solo una de las cantidades mínimas que un migrante tiene que pagar para cruzar escondido de un país europeo a otro (el ya conocido como The Game). Amrullah (nombre ficticio) 3000 euros, de Serbia a Alemania, doble fondo de un coche; Zamir (n/f) 4000 euros, de Serbia a Francia, remolque de un camión. Y así, un vergonzoso etcétera. Sami Ladán, vicepresidente de la Asociación Elín, ya lo comunicó frente al Parlamento Europeo en 2018: "Con ese dinero, cualquier europeo, cualquier occidental, se paga el viaje de su vida a cualquier parte del mundo, teniendo el pasaporte que tenga".
Tras cinco cirugías y cuatro meses postrado en el hospital de Kilkís, Abdullah pidió ayuda a la embajada de Afganistán en Atenas, pero lo que obtuvo no fue una respuesta sino otra pregunta: "Me contestaron que por qué hice eso, por qué intenté cruzar así, y no pude hacer nada más que aceptarlo", cuenta. La ONG Inter-SOS Hellas le proporcionó una habitación en Salónica, pero al cabo de dos meses regresó a Atenas con su primo porque nadie podía entrar en esa habitación, ni podía hablar con nadie, ni moverse, ni bajar las escaleras, ni lavar su ropa…ni tampoco pintar. Más de diez meses después del accidente, todavía no ha reunido el valor para contárselo a su familia, que actualmente se encuentra en Pakistán como parte de los 1,4 millones de afganos refugiados en el país, según el informe anual de ACNUR.
Sin acceso a la sanidad pública
El 1 de enero de 2020 entró en vigor la nueva ley de asilo en Grecia, la Ley de Protección Internacional o IPA. Según el documento Disminuido, Derogado, Denegado, elaborado por Intermón Oxfam y el Consejo Griego para los Refugiados (GCR), la nueva ley "atenta contra las garantías del sistema griego de acogida, facilita la detención de solicitantes de asilo por periodos de tiempo prolongados y crea obstáculos para acceder a un procedimiento de asilo justo". Apenas tres meses después de su entrada en vigor, al comienzo de la pandemia de la covid-19, el Gobierno griego modifica su nueva legislación de asilo. Amnistía Internacional manifestó su preocupación sobre la entrada en vigor de la segunda ley en un informe donde alertaba que "lejos de subsanar las deficiencias identificadas, el nuevo proyecto de ley persevera en reducir las garantías procesales de las personas a lo largo del proceso de asilo, lo que deteriora significativamente las reglas en torno a la detención y reduce las garantías concedidas a determinadas categorías vulnerables, incluidos los niños".
A pesar de que no ha habido mejoras significativas, su entrada en vigor sí ha tenido consecuencias graves: ha provocado que Abdullah no pueda acceder a la sanidad pública y tenga que costearse todos los gastos de su nueva pierna en una clínica privada. Antes, con la antigua Ley de Asilo de 2016, el Gobierno griego concedía un número de la seguridad social (AMKA) a todas las personas desde el momento en que iniciaban sus trámites de asilo en el país, con el cual podían acceder a la sanidad pública. Con la entrada en vigor de IPA y su modificación de mayo, el Ministerio de Trabajo retiró la circular que regulaba la entrega de AMKA a los solicitantes de asilo, y fue sustituida por PAAYPA, un número temporal de seguros y asistencia sanitaria para extranjeros que entró en vigor en enero de 2020.
PAAYPA todavía se está implementando, pero ya existen varias problemáticas que describe Adriana Tidona, la Investigadora de Migraciones para la Oficina Regional Europea en Grecia de Amnistía Internacional: "El problema está en que PAAYPA solo se emite una vez que la persona recibe una tarjeta de asilo, pero desde el momento en que la persona entra en el país hasta que completa todo el registro puede pasar mucho tiempo".
Eso significa que durante ese período de incertidumbre legal, que puede durar meses, los solicitantes de asilo quedan totalmente desprotegidos frente a cualquier problema de salud. Amnistía Internacional y otras organizaciones denunciaron que desde julio a enero de 2020 no hubo instrumentos para que tuvieran acceso a la sanidad.
La regresión en materia de derechos humanos de la nueva Ley de Asilo con respecto a la de 2016 también ha repercutido en los refugiados una vez se les ha concedido protección. Antes se les otorgaba un período de 6 meses para recomenzar: buscar un trabajo, alojamiento, etc. Con la nueva ley, el período se ha reducido a 30 días. Un mes para rehacer su vida. "Esto ha llevado a que muchos refugiados se conviertan en sin techo en las plazas, como pasa en Atenas", explica Adriana Tidona. La paradoja: los que han recibido el estatus de refugiado, reconocidos como necesitados de protección, son abandonados por el Estado un mes después, a su suerte y sin ningún tipo de ayuda.
Volver a caminar
Un día, una mujer estadounidense, pintora, apareció en The Hope Project, en la isla griega de Lesbos, dispuesta a ayudar a Abdullah. Judy Schavrien consiguió recaudar en menos de cuatro meses 7.000 dólares en la plataforma GoFundMe para financiar la nueva pierna ortopédica que Abdullah necesita. "Aunque todavía no he recibido el dinero y nadie me ha tomado las medidas, estoy contento porque sé que podré volver a caminar", dice el joven. Los 150 euros mensuales que recibe por su discapacidad no llegan para cubrir comida, alquiler de piso y materiales para pintar, pero a pesar de todo Abdullah no pierde la esperanza de seguir formándose, de estudiar para alcanzar su sueño: ser pintor.
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