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Siria y la revisión de las políticas de EEUU en Oriente Próximo

La llegada de Joe Biden a la Casa Blanca no augura nada bueno para Siria. El rígido bloqueo que causa penalidades extremas a los civiles con toda seguridad continuará. Asesores de Donald Trump han reconocido públicamente que han engañado y desobedecido las órdenes del presidente en el tema sirio. Con mentiras o sin ellas, hay pocas esperanzas de que cambie la situación.

Joe Biden y Kamala Harris celebrando su victoria en Delaware el pasado 7 de noviembre.
Joe Biden y Kamala Harris celebrando su victoria en Delaware el pasado 7 de noviembre. JIM LO SCALZO / EFE

EUGENIO GARCÍA GASCÓN

Varios altos cargos de EEUU han reconocido en las últimas semanas que sistemáticamente han mentido a Donald Trump en lo referente a Siria, unos engaños cuyo objetivo ha sido mantener y reforzar la presencia de tropas en ese país ante un presidente reacio a la exposición de sus propias fuerzas en Oriente Próximo y en otros lugares del planeta.

Con el cambio de administración previsto para el 20 de enero, Washington tendrá la oportunidad de corregir algunos de los numerosos errores que ha cometido en los pasados cuatro años, por ejemplo con Irán, pero también en Siria, un país azotado por sanciones impulsadas desde Israel que sufre de manera terrible el conjunto de la población.

La doctrina de "máxima presión" dictada por el equipo de Trump, y que en realidad se remonta a muchas décadas atrás, se ha revelado como equivocada. En 2011 condujo a la guerra civil que todavía no ha terminado, el mayor conflicto humanitario desde la Segunda Guerra Mundial, y pese a su fracaso sigue en pie.

La presencia americana al este del río Éufrates, donde están los yacimientos de petróleo, que continúa incluso después de que Washington haya proclamado la derrota de los yihadistas del Estado Islámico, es una de las cuestiones que tendrá que resolver Joe Biden, y no sería extraño que el presidente demócrata decida cruzarse de brazos y dejar todo tal cual al servicio de los intereses de Tel Aviv.

Esta semana, el último embajador en Siria, Robert Ford, actualmente en el Middle East Institute de Washington, uno de los innumerables "centros de estudios estratégicos" dedicados a distorsionar los problemas de Oriente Próximo, escribió un sorprendente pero esclarecedor artículo en el diario saudí Al Sharq al Awsat cuestionando las políticas de Trump.

No debe olvidarse que el exembajador Ford tiene tras de sí un largo historial en el que destacan los viajes desestabilizadores que hacía de norte a sur de Siria dando charlas y exaltando activamente a la población para que se levantara contra el gobierno de Damasco, como al fin ocurrió en la primavera de 2011. No se entiende cómo el gobierno sirio no lo puso de patitas en la calle por extralimitarse en las funciones propias de cualquier diplomático.

Ford cuestiona ahora la doctrina de la "presión máxima" porque dice que no ve ninguna contrapartida que beneficie a EEUU a largo plazo, ni tampoco ve que sirva a la población siria en su conjunto. Añade que la presencia americana ya no está relacionada con la lucha contra el Estado Islámico, como Washington anunció para justificarla y para la que obtuvo la aprobación del Congreso.

Es significativo el hecho de que Washington no retirara a sus tropas una vez se acabó con el Estado Islámico, de manera que es lógico que Ford diga una verdad de Perogrullo: que "la presencia militar americana en el este de Siria de hecho ya no está relacionada con combatir al Estado Islámico".

Pero también es significativa la extraña justificación que Ford da para explicar por qué siguen las tropas en Siria, a saber, que Washington quiere que los kurdos se beneficien económicamente del petróleo de la zona, aunque consta que a los americanos los kurdos siempre les han importado un bledo. Más bien, lo que quiere Washington es que el dinero no termine en las arcas del gobierno de Damasco para que sea débil y no pueda emprender las tareas de reconstrucción.

También esta semana, en una entrevista con Al Monitor, el dimitido enviado especial de EEUU para Siria, James Jeffrey, otro que tal baila, ha sido más explícito y cínico: "Hemos incrementado la presión de sitio y aislamiento sobre (el presidente Bashar) al Asad, hemos evitado cualquier asistencia a la reconstrucción que necesita el país. ¿Ha visto lo que ha pasado con la libra siria? ¿Ha visto lo que le ha ocurrido a la economía siria? Ha sido una estrategia muy útil".

En su artículo en Al Sharq al Awsat, Ford, que contribuyó más que nadie a la guerra civil, dice ahora como distanciándose: "¿Qué sentido tiene que los ciudadanos sirios hagan largas y tristes colas para comprar productos básicos como el pan o la gasolina? ¿Es ese uno de los logros y éxitos de EEUU?"

Dos informes independientes publicados este año abundan en la cuestión. El de Oxfam indica que las duras sanciones impuestas intimidan a los bancos, que no se arriesgan a transferir fondos, ni siquiera para los proyectos humanitarios.

Jeffrey recientemente reveló que los altos cargos americanos mintieron a Trump en varias cuestiones, disminuyendo engañosamente el número de soldados americanos desplegados al este del Éufrates para que el presidente no se alarmara, y justificando falsamente los sistemáticos bombardeos israelíes como lucha contra el terrorismo.

Trump, dice Jeffrey, preguntaba una y otra vez: "¿Cuántas tropas tenemos allí?" y los asesores, incluido Jeffrey, no le decían la verdad, le daban números muchos más pequeños de los que había en realidad, lo que Jeffrey considera "divertido". Trump incluso dio en tres ocasiones órdenes para retirar los soldados, pero sus asesores simplemente le desobedecieron y no le hicieron caso.

Desgraciadamente, lo más probable es que continúe todo este gran teatro de engaño con el que ahora se encuentra Biden. La nueva administración no ha dado ninguna indicación de que vaya a cambiar sus políticas y la Unión Europea es solo un comparsa de lo que hacen los americanos y su reputación en la región ya es pésima y no puede ser peor.

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