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Compañeras del metal
En los días de la revuelta obrera en Ferrol contra la dictadura, las mujeres se encargaron de auxiliar a los heridos del Diez de Marzo, a fortalecer el Partido Comunista en la clandestinidad y a mantener la moral de las familias. Pesar por los muertos, ira por las conquistas perdidas, pero también nostalgia: «Y no obstante éramos tan felices...».
Patricia Hermida (LUZES- PÚBLICO)
Ferrol-Actualizado a
Cuando la niebla abandona las grúas cigüeña, aparece la ciudad de Ferrol siempre dispuesta para la lucha. Desde los montes de Brión donde las campesinas colaboraron en la expulsión de los invasores británicos en 1800, hasta el castillo de San Felipe donde los golpistas del 36 fusilaron a Amada García cuatro meses después de dar a luz. O también el barrio dorado de la Magdalena, paralizado en 1918 con las primeras huelgas feministas contra el hambre en la Revuelta de las Pedradas. Y por último, ya en el límite con la zona naval, Esteiro: donde durante décadas las mujeres fueron explotadas sexualmente, donde las familias obreras vivieron hacinadas hasta su diáspora a Caranza… Y donde la muerte manchó de sangre un 10 de marzo de hace cincuenta años a la eternamente roja Ferrol.
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En esta última helada de finales de enero, bajan por Esteiro cogidas del brazo Encarna, las dos Finas, Sari y Ánxela. Al igual que en aquel 1972 perdido en el tiempo como una isla a la deriva, Encarnación Puentes chispea con sus ojos verdes, Fina Piñón conserva la templanza de las guerreras, Fina Varela es un precioso fervello, Sari Alabau se yergue cómo referente moral para la sociedad gallega, y Ánxela Loureiro mantiene aquella fuerza de la chica de dieciséis años que huía de los grises y de los guerrilleros de Cristo Rey. Y las cinco mujeres paran ante el monumento dedicado a Amador Rey y Daniel Niebla, hombres de hierro abatidos por las balas.
¿Dónde estaban aquellas chicas el 10 de marzo de 1972? Sari Alabau acababa de llegar de Valencia, donde fue una de las primeras alumnas de su universidad, y trabajaba en la clandestinidad del Partido Comunista en Ferrol junto con su entonces marido Julio Pérez de la Fuente: «Cuando salía por la mañana a trabajar, vi que la carnicería frente a mi casa ya estaba bajando la persiana… Y supe que algo iba mal». El día anterior, los astilleros de Bazán despidieron a siete trabajadores que lideraban la pelea por el convenio colectivo, con Rafael Pillado, Manuel Amor y José María Rioboo en cabeza. Esa tarde del 9 de marzo, las mujeres ya encabezaron las manifestaciones. Ya en la mañana del 10, partieron las movilizaciones de los trabajadores que terminaron con la represión entre As Pías y las viviendas municipales de Recimil: dos asesinados por la policía franquista, cuarenta heridos de bala (algunos gravísimos, como Julio Aneiros), docenas de detenidos y torturados. Y ellas se encargaron de pedir auxilio para los heridos, yendo por los sanatorios para que abrieran sus puertas y salvaran vidas.
Ánxela Loureiro, autora de Voces da memoria con ollos de muller, libro definitivo sobre el Diez de Marzo, con numerosas testigos femeninas, recuerda: "Al saber que la policía había disparado contra los trabajadores, todas corrimos al ambulatorio, golpeamos en la puerta y chillamos hasta que nos abrieron… Cuando los sanitarios empezaron a atender a los heridos, nos apresuramos hasta el hospital de San Javier y al sanatorio del Carmen". Fina Varela y Encarna Puentes, casadas con Amor y Rioboo, coinciden en que tenían miedo "de que los heridos fueran nuestros hombres". Los disparos de los grises acabaron con dos obreros: Amador Rey cayó sobre el asfalto con el primer tiro, pero fue rematado con otros tres e incluso apaleado cuando ya estaba muerto; Daniel Niebla recibió un disparo de frente a sólo tres metros. El padre de Ánxela iría en una ambulancia hasta A Coruña con Daniel para donarle sangre, pero el joven ya llegó sin vida.
De la clandestinidad a la amistad
A partir de la matanza, las mujeres de la lucha antifascista empezaron a reconocerse entre ellas. Fina Piñón, mujer del histórico Fernando Miramontes, fallecido el año pasado, ya había entrado antes a formar parte del Movimiento Democrático de Mujeres con estirpe comunista. También el local social de Santa Mariña ayudó a tomar conciencia política, con el apoyo de los curas obreros: Ángel Currás, Antonio Martínez Aneiros y el legendario Cuco Ruíz de Cortázar. Al final, las cinco mujeres militaban en el PCE, pero en células distintas. "No sabíamos unas de otras", explica Encarna. Cada una tenía un apodo para la clandestinidad: Sari pasaba por Ana, Ánxela por Marina. "No podíamos conocernos porque la policía nos perseguía, las Finas sí que tenían amistad porque los maridos eran compañeros de trabajo en los astilleros, pero yo acababa de llegar de Valencia», añade Sari. De este modo, "el 72 sirvió para presentarnos a todas, porque nos conocimos después a las puertas de la cárcel y nos hicimos amigas".
Ánxela, hija de José Loureiro (uno de los principales militantes contra la dictadura), recuerda como esa mañana previa a la masacre «desayunamos la taza de cascarilla con trozos de pan en silencio» sabiendo lo que les esperaba. Ese 10 de marzo, Fina Varela, Encarna Puentes, Ánxela Loureiro, su hermana María Loureiro y Fina Freijomil recibieron la consigna de ir a cerrar los comercios en solidaridad con los obreros. En el momento de los disparos, una de las testigos más importantes es una mujer: Manuela B. Valcárcel, que aparece en el libro Voces da memoria. Relata que "salimos de la puerta del astillero en la manifestación cuando empezaron los tiros, Rioboo me dijo que me apartara y un tiro mató a Daniel… Para mí que los disparos venían de la torre de la iglesia del Pilar".
"¡Adelante, adelante!
La propia Fina Varela cuenta que vio a Amador "cubierto con una manta ante el sanatorio de San Javier". Ya en las movilizaciones para clausurar los comercios, "las mujeres llegamos hasta el mercado y las pescaderas decían ‘¡adelante, adelante!’, mientras todo el mundo cerraba". Ánxela preguntaba entre la multitud por el padre y los hermanos. Y Fina Varela, hija y hermana de guardias civiles, acabó detenida: "En las manifestaciones de la tarde marchábamos a la altura del Hotel Suizo cuando intentaron detener mi a compañera Marisol, quise liberarla y entonces me cogieron a mí". Dentro del furgón, un policía dijo que le pegaría un tiro y Fina respondió: "¡Pero qué valiente eres!". En la comisaría "llamaron mi a padre, que era guardia civil… Y quedé libre, pero solo por un tiempo".
Con una ciudad tomada por los antidisturbios llegados de Valladolid a bordo de las lecheras y patrullando las calles con metralletas, solo quedaba la huida. En la memoria pesaban los tiempos de los escapados de la guerra por los montes, hasta llegar a la Huelga del Aceite. En el cementerio de Catabois, Amador y Daniel eran enterrados el día 11 mientras el cura Antonio Martínez Aneiros obligaba los policías a ponerse de rodillas ante los féretros de los asesinados: "Porque ellos son mártires, y ante los mártires hay que postrarse". Como recuerda Ánxela Loureiro, «las alumnas de Sofía Casanova seríamos las primeras en hacerles un homenaje con flores en las tumbas". Mientras tanto, Julio Aneiros se debatía en el hospital de A Coruña entre la vida y la muerte por un disparo en el pecho. Las detenciones se multiplicaban por los barrios desde la jornada anterior: la familia Pillado, José Loureiro… Y los que no aparecían eran perseguidos.
"Aquellos días fueron durísimos", recuerda Fina Piñón. Su compañero Fernando Miramontes, conocido como O Gabián, había entrado en el Partido Comunista en 1962, huyó a Francia y regresó en 1967 para luchar contra la dictadura. En marzo del 72 estuvo veinte días huido, hasta que fue llevado a la comisaría y torturado 32 horas sin parar por no delatar a sus compañeros. Los grises le hicieron el submarino (la cabeza en un caldero de agua hasta bordear el ahogamiento), el quirófano (permanecer acostado en una mesa pero solo con el tórax, con la cabeza la y las extremidades de fuera), fue golpeado con toallas mojadas y finalmente arrastrado inconsciente por las escaleras. Nunca los delató.
Cuando llegó a la cárcel de A Coruña había más de cien ferrolanos detenidos por los hechos de 10 de marzo que no le reconocían. Así le pasó a su mujer Fina cuando fue verlo con una de sus hijas: "Llorábamos porque no le conocíamos, tenía la cara machacada, estaba perdidiño… A mi marido le dieron tal paliza que le aplastaron la cabeza". Ella ya había vivido lo mismo con su padre, represaliado por el franquismo, "y ahora estaba llorando ante un Fernando que daba miedo verlo". En la Fundación 10 de Marzo se encuentra el informe forense hecho por el después alcalde Alfonso Couce Doce recomendando su traslado al hospital. El documento muestra los numerosos golpes recibidos por Miramontes por todo el cuerpo, y el dolor que soportó con tal de proteger sus camaradas. Tuvo secuelas durante toda la vida.
Encarna Puentes contaba solo con veinte años y un hijo de ocho meses en aquellos tiempos de asedio. "Desde el 10 de marzo hasta el 14 de abril, cada día tenía a la policía registrando mi casa y cada día levantaban a mi bebé de su cuna para ver si escondíamos algo", recuerda con mucho enojo. El acoso terminó cuando su marido, Rioboo decidió entregarse, al igual que Manuel Amor. También para ocultar a los perseguidos se creó una red de mujeres. En la conversación salen nombres como los de Jesusa Sanjurjo, Josefa Fernández Dopico, Fina López Ferreiro que tantas veces ayudó a Fina Varela y Encarna Puentes, Quica García López, María Miraz, Lucita Aneiros…
Los días de prisión
Frente a la Torre de Hércules, la antigua cárcel de A Coruña acogió a cientos de presos políticos desde 1936. En el 1972 se llenó con los represaliados de 10 de marzo, y entre ellos estaban cuatro mujeres: Sari Alabau, Fina Varela, Manuela Valcárcel Luaces (Mela La Carbonera) y Victoria Díaz Cabanela. La primera fue juzgada por el Tribunal de Orden Público (TOP) en el Proceso de los 23, el fiscal le pedía tres años de cárcel por asociación ilícita, pero en el juicio le concedieron la carta de libertad. En toda su vida, pasaría cuatro meses en la prisión. Profesora de profesión, hasta que el franquismo también le impidió dar clases, Sari se encargó junto con Victoria de enseñar a leer a otras presas, como Mela La Carbonera. Comían platos de rancho, incluso arroz con bichos. Cuando recuperó la libertad, Sari estaba tan enferma de tuberculosis que fue cuidada por Lucita Aneiros y Paco Balón: "Referentes morales al igual que Julio Aneiros, Paco Filgueiras, Miramontes o Mela La Carbonera".
Fina Varela pasaría un mes presa: «Me negué a pagar una multa de 100.000 pesetas (equivalente a veinte veces más de lo que cobraba entonces un obrero de Bazán de categoría), el comisario jefe de Ferrol me acusaba de peligrosidad para el orden público». Cuando la policía fue buscarla a su casa, ya tenía la maleta preparada. Las presas de Ferrol aprovechaban las noches para cantar canciones revolucionarias. Cuando Fina quedó libre y regresó a Ferrol en autobús, una pasajera le preguntó de dénde venía tan morena. Y ella respondió: «De pasar un mes de veraneo». Juzgada por el TOP en el Proceso de los 23, quedó absuelta. En el mismo juicio, Victoria Díaz Cabanela también quedaría absuelta y Mela La Carbonera sería condenada a un año. Otras mujeres marcharían para el exilio, como Angelita Fernández Dopico con Paco Filgueiras, Marisol Novás con José Julio Miraz o Fina Freijomil con Ramiro Romero.
Pero a la prisión continuaron acudiendo las mujeres de los presos políticos durante años. Fernando Miramontes siempre tenía preparada una bolsita en casa con las zapatillas por si le detenían. Cuando entró en la cárcel, Fina Piñón viajaba para visitarlo conduciendo un Renault 4 con las hijas detrás. Ya entre barrotes, la pareja intentaba darle normalidad a la situación con ciertos retazos de felicidad. En la imprescindible crónica escrita por Ánxela Loureiro, Maite Miramontes (hija de Fina y Fernando) recuerda que "en la prisión los niños nos sentíamos el centro del mundo gracias a la atención de los presos políticos, que nos agasajaban con comida». Pero también recupera el miedo de cuando llevaban alimentos a su padre en las primeras detenciones: "Silbábamos desde las celdas, si él contestaba era que se encontraba bien y no había sido torturado".
Enma Pillado, hija de Rafa, tenía al padre, al tío y al abuelo en la cárcel. Y del recinto salía siempre cantando las canciones revolucionarias que le enseñó el viejo Manuel Pillado, preso ya en la posguerra por ayudar a la guerrilla. También Ánxela Loureiro visitaba a su padre entre "la alegría de estar con él, la tristeza por verlo en aquel lugar y la intimidación ante las palabras autoritarias de los guardias". La represión padecida por los padres y madres repercutió en aquellas chicas. Pero los episodios más trágicos fueron los de las muertes de los niños Manuel, Amor y Belén Aneiros. El pequeño Manuel de seis años, hijo de Fina Varela y Manuel Amor Dios, fue atropellado el 18 de julio de 1972. Y el comandante Juan Fraguela Díaz impidió que el padre pudiera salir de la cárcel para acudir al entierro de su hijo. Incluso prohibió que Fina le comunicara la muerte hasta días después. La niña Belén Aneiros moriría de leucemia el 13 de diciembre de 1974, con el padre Ricardo Aneiros preso y sin seguro médico. Para que pudiera ver a su hija en el hospital, su mujer tuvo que luchar duramente para que le quitaran las esposas. Pero la visita transcurrió con la presencia de un guardia civil.
Entre la muerte y la vida se mueven los recuerdos de las mujeres del 72. Ellas sostuvieron la moral del Partido Comunista y también de sus familias. Como cuando dos años después, tras entregarle una carta al periodista José Oneto en Vigo para mejorar las condiciones de los presos, pararon en un mesón y cantaron estrofas de la revolución. Las mismas canciones retumbarían en el teatro Jofre en 2018, cuando por fin llegó el reconocimiento oficial del Ayuntamiento a estas mujeres, mientras llovían panfletos. Y allí dijo Fina Varela: "Un día decidimos ponernos de pie para no caer jamás de rodillas".
El 23 de febrero de 1981, en Ferrol se quemaron libros. Los que vivieron la cárcel y las torturas temieron el regreso de la dictadura. La historia de estas mujeres se recuperó con el tiempo gracias a obras tan preciadas como Voces da memoria con ollos de muller, de Ánxela Loureiro, y el documental ¡Esto se cae! de Marta Corral y Ángel García. Y ellas continúan como las mejores guardianas del archivo antifranquista. Días después de la reunión para este reportaje, Rafael Pillado anuncia que le queda un año de vida debido a un mesotelioma por los años de trabajo con el amianto en los astilleros. Cuando murió Miramontes, empezó a arder la biblioteca de la lucha obrera de Ferrol. Mujeres como Ánxela Loureiro se habían dejado la piel para preservar los recuerdos de sus protagonistas: "Rafa Pillado fue importantísimo en el 72. En las consignas siempre chillábamos los nombres de presos como Pillado, que tuvo un papel principal en la lucha… Siempre fue un hombre muy valiente y continúa impresionando por su osadía".
Ferrol se yergue así sobre siglos de sangre y sacrificio. Desde Amada García, fusilada en San Felipe con un hijo arrancado de las entrañas, hasta los asesinados por el amianto... Pasando por los crímenes contra Amador y Daniel. Una historia de resistencia, con la moral bien alta gracias a tantas mujeres. "Todas ellas deberían aparecer en los libros de historia", indica Ánxela sobre sus compañeras. Entre la pena y la nada, ellas eligieron la pena. Porque para eso vivimos, "porque lo volveríamos a hacer y la lucha mereció la pena, aunque ahora volvamos a los tiempos oscuros de la extrema derecha», apuntan. Y regresan a sus casas del brazo, fundiéndose entre los ferrolanos. Casi desapercibidas, como si las heroínas no caminaran entre nosotros. Con cierta nostalgia por las conquistas perdidas y por las luchas del pasado: "Y no obstante, éramos tan felices...".
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