Este artículo se publicó hace 3 años.
N-VI revisited
Crónica de un recorrido por el trazado galaico original de la carretera que une A Coruña con Madrid
A Coruña-Actualizado a
Un madrileño es ese tipo al que te encuentras en la N-VI y nunca sabes si va o si viene. Lo sé por experiencia. Mi primer recuerdo de la infancia tiene que ver con eso, y está justo en esa carretera. Con mis padres, mis hermanos, el perro y las maletas, embutidos todos en un Renault 12 familiar de color blanco con asientos rojos de skay. Era yo tan crío que ni siquiera sabía si íbamos o veníamos a ver a los abuelos.
La N-VI es la última del primeras seis carreteras radiales de la red española, ideada para mantener a Madrid en el centro de una esfera que relega al resto del país a simples números de un reloj que las Nacionales cruzan en el sentido capitalino de sus agujas: la I, a Burgos; la II, a Barcelona; la III, la Valencia; la IV, a Cádiz; la V, a Badajoz; la VI, a A Coruña.
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La vieja N-VI ya existía en realidad mucho antes de aquel diseño. Se construyó sobre el Camino Real que unía Galicia con El Bierzo y su trazado fue modificado y reformado muchas veces. La última ampliación importante fue en 1988. Dicen que había que parar las obras cada dos por tres por los cadáveres de paseados en la Guerra Civil que aparecían en las cunetas. Una leyenda negra asegura incluso que tantos eran los desentierros que los dueños de las constructoras acabaron por prohibir a los jefes de obra que llamaran al juez cuando desenterraban huesos y calaveras. Les ordenaban disimularlos de nuevo bajo el asfalto, sin más miramientos.
Sobre la N-VI se han contado desde siempre historias morbosas. Como la que afirma que la curva de la calle Valdoncel de Betanzos, a 25 kilómetros de A Coruña, era un cementerio para los camiones que habían quemado sus frenos en la temida Costa do Sal y llegaban vendidos y despendolados al centro del pueblo, donde se estrellaban contra las casas. Hoy dicen que lo que hay al final de la Costa doSal por la A6 es un área de descanso que funciona como punto de referencia de las quedadas de dogging y cruising de Betanzos y su comarca
Nunca he llegado a confirmar si esas leyendas eran ciertas. Pero de niño, en los trayectos de A Coruña a Madrid en aquella España setentera y oscura, sí sabía que mi pesadilla en la N-VI empezaba precisamente cuando avistaba Betanzos desde la ventanilla del R12. Apenas habían pasado veinte minutos desde que habíamos salido de casa y allí, en las curvas de A Angustia, germinaba mi angustia vital al constatar lo inapelable de mi destino: diez, once y hasta doce horas de viaje por una carretera sinuosa y revirada que solo se enderezaba cuando salía de Galicia, entre los vómitos de mis hermanos, los pedos del perro y los cartuchos de Neil Diamon y Richard Clayderman de mis padres. Por entonces los reproductores de casete sólo eran de salón, y la música en el coche se escuchaba con cartuchos de ocho pistas.
No es que la N-VI llevara a la Puerta de Tannhäuser, no. Pero en esa carretera yo he visto cosas que vosotros no creeríais: incendios catastróficos y montes teñidos de eterna negrura; mareas de eucaliptos devorando año a año el paisaje; riadas inundando fincas y viviendas al paso del Miño en Lugo; tempestades de nieve que convertían Pedrafita en el Anapurna... Y aun más: adultos fumando en el coche con niños sin cinturón de seguridad rebotando en cada bache, regurgitando por la ventanilla los sandwiches y la horchata de la abuela entre la peste a bosta y purines que nos acompañaba durante kilómetros y gracias a la cual el perro podía disimular los pedos. Los mayores se extrañaban de nuestros mareos y nos cocían a biodraminas.
Hoy a cualquiera le quitan la custodia de los hijos por mucho menos que eso. Pero entonces no había un Pere Navarro que nos protegiera. Claro que con el tiempo hallé la forma de vengarme de toda la familia. Mis padres no tuvieron más remedio que aceptar la razonable propuesta de que compartiéramos por turnos la elección de la música del coche cuando cambiaron el R5 por un Peugeot 504 con reproductor de casetes. Y con decida maldad de preadolescente airado, yo siempre escogía el Trans Europa Express de Kraftwerk.
Mola revisitar la N-VI sin Kraftwerk en los pocos tramos que aún se conservan del primer trazado original, rebautizados bajo la nomenclatura N-006A y casi todos situados antes, durante o después de subir y/o bajar el puerto de Pedrafita. Ya casi no se ven los quitamiendos de piedra ni aquellos colosales mojones de hormigón que parecían menhires, señalando la ruta kilómetro a kilómetro. Los que quedan están escondidos entre el musgo y la hiedra.
Por la vieja N-VI atraviesan frondosos bosques que llegan hasta el asfalto mismo, solitarios tramos del camino de Santiago por los que cruzan visones y ardillas bajo la mirada protectora de las señales que limitan la velocidad a 50, y aldeas en romántica decadencia donde lo único que se mueve son los helechos y los peregrinos: Huerta, Las Lamas, Ambasmestas, Vega de Valcarce, Pereje... Allí el tiempo solo transcurre en las alturas, a bordo de los camiones que pasan por los inmensos viaductos de la nueva N-VI y de la más nueva aún A6, la autovía que duplicó el trazado de la anterior.
"Aún recuerdo cuando el pueblo tenía trescientos habitantes hace cuarenta años. Ahora son diecisiete. Aunque quizá haya más bares que antes, por los peregrinos", cuenta la dueña del restaurante Polín, en As Ferrerías. En realidad el nombre oficial del pueblo es Las Herrerías, porque está en León, pero en el cartel con su nombre bajo la leyenda N-VI alguien ha galleguizado el topónimo con spray. En Ambasmestas pasa lo mismo con el que señala hacia Vega-Veiga de Valcarce. Y también en Pereje-Perexe, poco antes de llegar a Villafranca del Bierzo. Por cierto, en casa Polín dan unas truchas con jamón que están de muerte.
Los pueblos gallegos que se vieron privados del paso de los miles de vehículos que ruedan a diario entre A Coruña y Madrid y en los trayectos intermedios han ido languidecendo poco a poco, al tiempo que se abrían nuevos tramos de la A6 y se levantaban los pilares de los viaductos. Hostales, pensiones, mesones y gasolineras agonizan desde hace lustros en Coirós, Guitiriz, Baamonde, Rábade, Castroverde, Baralla, Becerreá, As Nogais...
Pela de él Álamo lo cuenta en el documental N-VI (Diplodocus Producciones, 2012). Dos mujeres resumen la historia en un delicioso diálogo improvisado:
- Aquí hubo de todo: un corral de ovejas, un puticlub...
- Pasaban los camiones por ahí y paraban, claro.
- No, los camiones paraban si venían aquí.
- ¡Boh! Los camioneros tenían que pasar por aquí, porque de aquella no había otra carretera.
- ¡Que no! ¡Que ya estaba, Eloína!. Cuando pusieron el puticlub ya estaba la carretera. Pero como ya sabían que estaba aquí el puticlub, pues venían
Para algunos pueblos, la autovía sigue siendo fuente de negocio. "Nuestra temporada alta es ahora", dice Alexandru Pavel. Es rumano y llegó a Galicia con 18 años, habla gallego con acento de Os Ancares y conduce un taxi en Baralla (Lugo), como su suegro. "En invierno vivimos de las rutas escolares y de llevar y traer gente al hospital de Lugo. Pero en verano nos llaman mucho de la asistencia en la carretera para recoger a conductores y pasajeros que sufren una avería o un accidente".
Su taxi es un moderno, silencioso y confortable Skoda climatizado, que avisa con una señal sonora y disminuye automáticamente la velocidad si detecta que Alexandru lo hace salir involuntariamente del carril. Cuando pasa junto a un área de frenada de la autovía y ve un coche parado con dos personas en el exterior con chalecos reflectantes, llama a su suegro con el manos libres. "Oye, estáte pendiente del teléfono que igual llaman del seguro".
Al margen del documental de Del Álamo, no sé como aún no se le ha ocurrido a nadie ambientar una novela o una road movie en la N-VI. Con todas las cosas que pasaron y siguen pasando allí. Mi última aventura fue hace bien poco, haciendo un reportaje para la revista Luzes. El puto GPS me aseguraba que yo circulaba "por la carretera eneuveí", cuando en realidad ya me había metido hasta el fondo de un camino de vacas, tábanos y piedras. Allí, en medio del monte, rebotando entre baches y rocas, acabé destrozando el cárter de coche. Aún no sé hacia dónde iba, ni de dónde venía.
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