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Revista Luzes Chernóbil, 35 años sin fecha de solución

Las dificultades económicas son el mayor, pero no el único, de los problemas para seguir con los trabajos de limpieza de la denominada "zona de exclusión" y el desmonte de la propia central que provocó la mayor catástrofe nuclear de la historia.

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Vista general de Pripyat. Juan Teixeira / Luxes

Hace 35 años que se produjo el mayor accidente industrial de la historia de la humanidad, el ocurrido el 26 de abril de 1986 en la central nuclear de Chernóbil, situada en la por entonces República Socialista Soviética de Ucrania. A la 1:23 de la mañana de aquel día, sábado, explotó el reactor número cuatro liberando una gran cantidad de material radiactivo hacia el exterior. Ese fue el inicio de una terrible lucha entre el hombre y las consecuencias por él mismo provocadas; un proceso que sigue a día de hoy y que, por diferentes motivos, no tiene fecha fija de solución.

Las dificultades económicas son el mayor, pero no el único, de los problemas para seguir con los trabajos de limpieza de la denominada "zona de exclusión" y el desmonte de la propia central nuclear, que dejó de funcionar por completo en el año 2000. Además, a la falta de interés internacional se une la una gestión incorrecta de recursos continuada en el tiempo, como reconoció hace años Svitlana Kolomiets, viceministra ucraniana de Ecología, responsable administrativa de la zona y de la lucha contra las consecuencias de la catástrofe.

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Pese a todo, Kolomiets tiene una visión positiva de lo que se puede hacer a partir de ahora. Señala que "hace falta reconsiderar la relación que se tiene con la zona". Pide para eso un esfuerzo internacional para poder "pasar de la tragedia a la oportunidad". Y es que en estos años la zona con contaminación radiactiva no se convirtió en una zona inhóspita similar a las imágenes postapocalípticas, sino que es un hervidero de vida salvaje. Una zona ideal para la investigación tanto de las consecuencias de la radiación sobre la naturaleza, como sobre los posibles efectos paralelos, alguno posiblemente positivo, que se pueda sacar del uso de la radiación. No existe otra área con las mismas condiciones en el mundo, la excepción quizás del aérea próxima a Fukushima, en Japón.

Con todo, para que estas intenciones positivas se puedan transformar en reales, queda mucho por hacer y, sobre todo, por planear. Más allá de 2017 no existe ningún plan aprobado para seguir con los trabajos de limpieza y desmonte. Estaba previsto que el reactor número cuatro, junto al viejo sarcófago que lo guarda, fueran cubiertos por un nuevo cofre de 30.000 toneladas que lo tape por completo e incluso permita tener un importante margen de altura para que las grúas puedan trabajar dentro. Estos trabajos los hace el consorcio Navarka, un proyecto francés creado para esta obra, y elegido en un concurso cuya limpieza se seguía poniendo en entredicho cuando los trabajos estaban casi finalizados. Y es que en su momento el proyecto no estaba ni entre los siete mejores , pero una extraña decisión burocrática formalizó su elección. Una vez instalado el sarcófago nuevo por parte de Navarka, no hay más planes aprobados.

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Uno de los accesos a la zona de exclusión de Chernóbil. Juan Teixeira / Luzes

En eso reside el mayor problema logístico por ahora. Dada la magnitud de la zona y el gran número de trabajos pendientes, sin un plan bien trazado es imposible avanzar en recuperar terreno a la catástrofe, convirtiendo toda la zona en un enorme cementerio de material radiactivo en el centro del continente europeo; devolviéndole la atención de vez en cuando solo para volver a tapar el maldito reactor. Si en algún momento eso no se hiciera a tiempo, y el sarcófago colapsara, como estuvo a punto de suceder con el que se tapó, el escape de material radiactivo podría volver a ser de magnitudes similares a la catástrofe inicial. Dependiendo de cómo sople el viento, eso podría amenazar a Ucrania, Bielorrusia o cualquiera de los países vecinos de la UE.

Para entender hasta qué punto es necesaria una planificación detallada, y bien financiada en su realización, se deben entender las dimensiones de la zona y su localización. La propia central se encuentra la unos cien kilómetros de Kiev, la capital de la ahora independiente Ucrania. La zona de alienación o exclusión empieza a setenta kilómetros de la ciudad. No se sabe bien el motivo por el que las autoridades soviéticas construyeron algo tan potencialmente peligroso a tan pocos kilómetros, pero queda claro que no esperaban un accidente similar.

El que estalló era el reactor más moderno de los cuatro que tenía en funcionamiento la central en aquel momento: llevaba poco más de dos años de actividad. El proyecto preveía que la central se convirtiera en la mayor del mundo. En el momento del accidente ya estaban en construcción otros dos reactores —serían los 5 y 6— del mismo modelo que el que explotó. Los planes teóricos querían elevar el número total de reactores hasta un total de diez. Para eso, se construyó al norte de la central una ciudad desde cero. El nombre se lo dio el río Pripyat, un afluente del Dniepr, que unos cuantos kilómetros más al sur atraviesa Kiev.

Pripyat, con casi 50.000 habitantes, era en el momento del accidente una ciudad privilegiada dentro de la Unión Soviética. Estaba previsto que tuviera en unos años hasta 75.000 personas viviendo en ella. Era la novena "ciudad atómica" dentro del país, proyectada y construida para que los trabajadores de la central tuvieran un nivel de vida adecuado para la élite que se dedicaba a la energía nuclear. Modernos bloques de apartamentos, instalaciones deportivas y culturales, tiendas mejor abastecidas que en el resto de la nación, algo importante en aquella época. Todo eso se completaba con zonas de recreo situadas en los numerosos bosques que tiene la región a orillas de ríos y lagos. Una región que sigue siendo bella estéticamente hoy en día a pesar de todo el sucedido.

Una base militar

Además, en la zona había una base militar secreta, Chernóbil. En ella se encontraba una enorme antena de 700 metros de largo y 140 de alto que servía para detectar el lanzamiento de misiles balísticos desde el territorio de Norteamérica. Alrededor de la antena había un complejo militar con no pocos edificios para blindados, barracones para tropa y cuarteles de mando. Todo eso rodeado de vallas y mucha alambrada.

Tampoco podemos olvidar los numerosos pueblos de la región. En un principio se evacuaron 76, pero la magnitud de la catástrofe hizo que el número subiera en otros 92, hasta llegar a los actuales 168 pueblos abandonados. En total 4.125 kilómetros cuadrados (la provincia de Pontevedra tiene 4.495) contaminados solo en Ucrania, e inservibles para la vida humana permanentemente en esos territorios.

Todo ese terreno requiere de un detallado plan de limpieza. No solo por las consecuencias del accidente, sino también por las de los primeros años de limpieza durante la época soviética, cuando se crearon unas ochocientas escombreras temporales en todo la zona. La práctica común era, mediante excavadoras, arrasar y luego tapar con tierra cualquier zona con una alta contaminación, ya fuera un área boscosa o un pueblo de varios cientos de habitantes. Arrasar, enterrar.

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Imagen de la noria de Pripyat abandona. José Teixeira / LUZES

Algo parecido se hizo con el propio reactor. Simplemente toda la materia que se esparció a su alredor se volvió a meter dentro del agujero ocasionado por la explosión. Son 90.000 metros cúbicos de materiales altamente radiactivos que se amontonaron y se taparon con un sarcófago de metal y cemento. Se hizo todo tan rápido que no se trazaron planes a largo plazo. El sarcófago tenía una vida útil de treinta años, y el nuevo deja abierta la vía para poder empezar los trabajos de limpieza de la zona más contaminada y peligrosa, la del reactor.

Para llevar a cabo esos trabajos, además de planificación, hace falta una financiación abundante y estable. A día de hoy Ucrania tiene otras prioridades mucho más urgentes, con el país en una delicada situación social, económica y política. Por eso se espera que un problema que a largo plazo puede ser de todo el continente, sea visto como una oportunidad de investigación y reciba los fondos necesarios para empezar unos trabajos que en el mejor de los casos durarán sesenta años.

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