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Tras la tramoya del hotel

"No está ni bien remunerado ni bien valorado. Si nosotros no trabajamos, el hotel no puede abrir", reclama V. Las "kellys" saben que, si ellas fallan, las cosas no funcionan. Ahora, insisten, solo falta que lo sepamos el resto.

12/9/22 Una limpiadora en un hotel.
Una limpiadora en un hotel.

Las camareras de piso, popularmente conocidas como kellys, apócope de "las que limpian", ejercen diariamente una labor silenciosa, discreta e invisible por los pasillos de los hoteles. Arrastran camas, limpian baños, aspiran alfombras, recogen los desechos más indignos de los desconsiderados. En el proceso se dejan la espalda, las fuerzas, la salud y más tiempo del que figura en su contrato. Y nosotros, veraneantes, turistas o aves de paso, ignoramos deliberadamente su existencia, visible, sin embargo, en las toallas limpias, las camas hechas y el precinto higiénico del asiento del váter.

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Entre las tablas de un escenario y la moqueta de la vida real hay una fina línea que disuelve la ficción y la realidad, que separa el guión del imaginario y este de la vida misma. A veces no existe esa línea. Cuando el telón se levanta al principio de la función, deja, casi siempre, un secreto al descubierto, y transforma en cómplices los espectadores que presencian el espectáculo. Esta es una historia de secretos y cómplices.

Empieza la función. Las actrices de la compañía teatral A Panadería saltan a las tablas y rebelan el secreto. Areta Bolado, Ailén Kendelman y Noelia Castro ponen voz y rostro a un colectivo invisible en As que limpan, un grito de "basta"  dramatizado y dividido en actos que transforma en protagonistas a las responsables de que la cama esté hecha cuando los turistas regresan de la playa, las toallas retiradas y el espejo del baño impoluto. Secreto, porque nadie quiere mostrar la tramoya que, en el teatro y en los hoteles, hace que funcionen las cosas. Cómplices, porque en esas nos hemos visto todos.

12/9/22 Una escena de la obra de teatro 'Las que limpian', de la compañía A Panadería.
Una escena de la obra de teatro "Las que limpian", de la compañía A Panadería. Pilar Abaldes

Las que limpian, las kellys, camareras de piso, todo eso junto. Silenciosas, diligentes, rápidas y, sobre todo, cansadas. "Nuestro trabajo es físico, y, últimamente, muy devastador a nivel emocional y de salud mental. Vamos a trabajar todas con pastillas", reflexiona M, camarera de piso de un hotel de cuatro estrellas del sur de Galicia, que prefiere no dar su nombre por el conflicto laboral que las empleadas tienen abierto con la gerencia del establecimiento.

Ahora empiezan a decir basta tras años de acatar, siguiendo el ejemplo de sus compañeras de enclaves turísticos como Benidorm, Marbella, Barcelona, Fuerteventura o Lanzarote, que hace tiempo que denuncian la precarización del sector, que discurre en paralelo a la transformación del país en uno de los principales polos de atracción turística de Europa.

Una realidad que comienza a ser, también, norma en Galicia, que asiste en los últimos años a un proceso irreversible hacia un modelo turístico de masas, del que las encargadas de la limpieza de los hoteles son testigos de primera mano. No en vano redunda sobre sus espaldas. "Llevo 18 años haciendo esto. Antiguamente era otro tipo de cliente. Ahora es un cliente más masivo. Tú haces el que puedes y más, siempre, pero cada vez tenemos más presión", asegura M.

Las kellys gallegas de los hoteles de mayor capacidad asumen, diariamente, una ratio de 20 cuartos de media, cuando lo normal y legal, indican fuentes sindicales, es de 12 cuartos por camarera.

El dato, desglosado, despliega un árbol de rutinas: las empleadas de la limpieza tienen que arrastrar y mover, cada día, alrededor de 30 o 40 camas que, en la mayor parte de los casos, no cuentan con ruedas que favorezcan la tarea de las que limpian. Son 20 o 30 espejos al día, lo que supone 20 o 30 movimientos circulares con el brazo extendido.

A eso hay que sumarle la limpieza exprés de zonas comunes, salas de reuniones y corredores, con la espalda estropeada y automedicadas la alarmante mayoría. La meticulosidad, en estos casos, prima menos que la rapidez. "La empresa quiere más cantidad que calidad. Quieren todo: que quede bien, que quede limpio y que sea rápido. No es lo mismo hacer diez salidas (cuando el cliente abandona la habitación definitivamente) que diez estables (cuando el cliente continúa su estancia). Y no podemos más", lamenta M.

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Una visión que comparte V, empleada de la limpieza de un hotel de cuatro estrellas de A Coruña, que matiza: el trabajo es duro, pero, a veces, aun puede ser peor. "Yo ahora tengo la suerte, si se puede llamar así, de que la gobernanta echa una mano a veces; nos proporcionan la ropa limpia por la mañana y la sucia solo la tenemos que dejar en las jaulas, pero hay hoteles en los que tienes que estar todo el día subiendo y bajando. Coges posturas haciendo la cama, tienes que arrodillarte veinte veces al día, sufres de hombros, de espaldas… Yo tengo que pagar un fisio, y es por el trabajo. En las mutuas dan pautas y consejos, pero no puedes estar pendiente de seguirlas para no perder el ritmo. A la empresa le da igual como lo hagas, siempre que quede hecho el cuarto", describe V.

El personal asume en propia carne una paradoja: a mayor cantidad de turistas y clientes alojados en los establecimientos, menos derechos y calidad de vida para las responsables de que funcione el mecanismo. También en este escenario, las empresas, en vez de hacer previsión y colchón, calculan a la baja a sus necesidades de personal. Si el cálculo falta o resulta insuficiente, son las trabajadoras las que cargan con las consecuencias en pro del mantenimiento de las márgenes de beneficios.

"Hoy las empresas trabajan con tiempos de reserva mucho más cortos. Mucha gente reserva casi el día antes. Piensan: si necesito 10 camareras, contrato 8 y, si hace falta, refuerzo. Es imposible contratar refuerzos en menos de 24 horas. No lo hacen", advierte José Miras, responsable de Hostelería en Galicia de Comisiones Obreras.

Una coyuntura que no se arregla, defienden, aumentando los salarios de las trabajadoras, que raramente llegan a los 1.000 euros, sino aliviando la presión que soportan en su día a día y que redunda en patologías como estrés o problemas musculoesqueléticos. "Una solución plausible es hacer los cuartos entre dos personas, porque puedes hacer turnos en las tareas: mientras una limpia el baño, otra hace la cama. Bajas la presión y el esfuerzo, porque 20 habitaciones es excesivo. Con eso solucionabas muchos problemas, sobre todo los de salud. Subir el sueldo, aunque es necesario, no arregla eso", señala Miras.

12/9/22

La última gran batalla que lidian en estos días es la de la externalización progresiva del personal del sector. A la lucha por la conciliación y la prevención de riesgos laborales se une, ahora, la lucha contra la subcontrata.

"Es una manera de perder derechos. Si estamos en una empresa de trabajo temporal no podemos votar. Antes, si sentíamos que teníamos que pedir algo, estaba nuestro delegado. Es una estrategia para abusar más y fijar trabajadores de primera y de segunda, porque con el resto del plantel del hotel no pasa", denuncian.

Desde las empresas suelen fundamentar este tipo de movimientos en la búsqueda de una mayor especialización técnica del personal, otro punto en el que las trabajadoras difieren de la patronal. Las kellys aseguran que la formación recibida y las exigencias de la gobernanta no son, ni de lejos, las que un día fueron.

"En verano, cuando vienen chicas nuevas de refuerzo, quieren que les enseñemos cómo se hacen las cosas, pero manteniendo nuestra ratio y nuestro ritmo de trabajo. Es injusto para nosotros y para ellas", denuncia M.

La conciliación y el descanso y el tiempo libre son los derechos que más se les resisten, aun hoy, a los trabajadores de todos los gremios; pero cuando se habla de un sector que encuentra su mayor volumen de trabajo en fines de semana, festivos y períodos de vacaciones, el derecho desaparece. También la sensación de legitimidad de las trabajadoras para reclamarlo.

"Las propias trabajadoras, a veces, ni siquiera lo dicen cuando reclaman derechos. Todos sabemos en qué temporadas trabaja la hostelería. Se da por hecho que, cuando llega esa época, hay que trabajar, y no nos parece normal que un trabajador pida librar un festivo. Tienen que poder. Lo que hay que hacer es adaptar las plantillas a las necesidades, y si tienes un hotel pequeño con dos camareras, contratar una más para que, si lo necesitan, puedan coger el fin de semana libre", demanda Miras.

Las camareras exigen mejoras tangibles en su calidad de vida, pero, y más importante si cabe, piden que se les dé el lugar que merecen. Su lugar. "No está ni bien remunerado ni bien valorado. Si nosotros no trabajamos, el hotel no puede abrir", reclama V. Saben que, si ellas fallan, las cosas no funcionan. Ahora, insisten, solo falta que lo sepamos el resto.

Un día más, la función finaliza. La tramoya trabaja, cae el telón y las camareras de piso se van a casa, un poco más cansadas, un poco más hartas. Hasta el día siguiente.

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