Opinión
50 años de la memoria que nos falta

Escritora y doctora en estudios culturales
-Actualizado a
Cuando se hizo oficial la muerte de Franco, mi madre se alegró porque ese día no tendría que ir al instituto. Mi abuelo probablemente respiró hondo frente a la irremediable putrefacción de quien había aniquilado todo síntoma del republicanismo que su familia profesaba. Los sentimientos de mi abuela, casada con aquel vencido pero hija de un comerciante adinerado fascista, son, hasta ahora, indescifrables, porque de eso no se hablaba, y no se habló en mi casa hasta que yo fui lo suficientemente adulta como para lanzar las primeras preguntas. Ni todo cambió de la noche a la mañana, ni se sanó un dolor que aún perdura entre la sangre seca de las fosas, sobrevolando la conciencia de quien la tenga. En 1947, se publicó en la colección Adonáis el poemario Los muertos, del joven José Luis Hidalgo, fallecido unos días antes de neumonía, a los 27 años. En él, reflexiona: "Como luna, entramos en la noche/ sin saber dónde vamos, y la muerte/ va creciendo entre nosotros, sin remedio". La percepción de que España era entonces un país cuajado de cadáveres, cuyo luto llenaba de zozobra los ojos de tantos, era generalizada; y al año siguiente, 1948, se le unió la consolidación de una derrota total cuando se retiraron los últimos maquis al saber que los vencedores de la II Guerra Mundial no depondrían al caudillo. Ellos tuvieron sus juicios de Núremberg; nosotros, apenas la certeza de la injusticia.
Ahora que recordamos –¿quién recuerda?, ¿cómo?: en España la industria cultural en torno a la guerra y el franquismo ha sido más rápida y eficaz que las acciones institucionales– la barbarie, para contraponerla en modo celebratorio a cuantos logros convirtieron nuestras lindes en un lugar de bienestar, no está de más rememorar un pasado que muchos anhelan resucitar, aunque les perjudicase. Me estoy refiriendo al hambre como mecanismo disciplinario contra los sospechosos de no adhesión al régimen, incluidos viudas y niños; a una infantilización perpetua de la mujer como apéndice del hombre, casta ama de casa y dócilmente sometida; a una negación del saber perpetrada por la censura, después de haber contado con una de las vanguardias más rompedoras en figuras como Lorca –a quien se rescató, pero sólo su lado costumbrista, como buen andaluz estereotipado–. Ese pretérito gris, en cuyas sombras se articuló siempre cierta oposición en forma de huelgas obreras o estudiantiles, de diferentes gobiernos en el exilio, o de un Partido Comunista aliado con la URSS pero también de los representantes moderados que se reunieron en el llamado "Contubernio de Múnich" (1962), continuó vivo durante los vaivenes de una Transición desgastante y violenta. Los 50 años actúan así como simbología de un camino recorrido, pero no como cierre de época, pues el franquismo ya había moldeado la subjetividad de varias generaciones, y se encontraba, como la sangre seca de las fosas, permeando nuestras venas.
Hoy, me cuentan mis amigos profesores que sus alumnos entran en las aulas coreando el Cara al sol mientras sonríen. Algunos se sorprenden al escuchar al docente señalar: tú, que eres homosexual, no podrías expresarlo de ningún modo; y a ti, que te gusta ir con minifalda y trabajas diligentemente para labrarte una trayectoria profesional, no se te permitiría ejercerla ni llevar ese atuendo. Pero ellos carcajean en su rebeldía amnésica, de la que poca culpa tienen a tan corta edad. Hoy, hay médicos que han hecho carrera en la sanidad pública a quienes les encantaría desmantelar el sistema que les da de comer, y hay pobres pagando las vacaciones a plazos que votan para eliminar conscientemente las becas con las cuales envían a sus hijos a un aulario al que accederán cantando el "Cara al sol". Los bucles de la miseria los alimenta una voluntad desinformada y desmemoriada; a veces, entre los mismos funcionarios que aspiran a evitar pagar impuestos y ver destruido el estado. ¿Qué habrá podido ocurrir para que un país que ha sufrido tanto ansíe regresar al dolor primigenio? ¿Cuánta desigualdad posterior, cuánta manipulación, o cuántas estructuras económicas antidemocráticas han experimentado como posibles causas de ese delirio?
En Estados Unidos, el movimiento de la Ilustración Oscura argumenta que los estados deberían funcionar como una gran corporación: con un CEO en lugar de un presidente votado; con unos súbditos-empleados en vez de una ciudadanía dotada de derechos y libertades. En buena lógica –piensan–, si las personas aceptan ambientes autoritarios durante las 8 horas (o más) que dura su jornada laboral, no se opondrían a que esas dinámicas inicuas gobernasen el resto de los espacios. Igualmente allá, al otro lado del Atlántico, ha surgido un grupo en redes sociales que pide fervientemente retirar a las mujeres su derecho al sufragio, como ya se hizo con el aborto a nivel federal en 2022. Aunque pueda existir cierta esperanza de enmienda social a la izquierda, lo cierto es que, cada vez más, asistimos al engrosamiento de corrientes retrógradas cuyo objetivo es sumirnos en la más profunda privación de todo menos el esqueleto desnudo. Se nutren de cómplices pertenecientes a las élites, pero también de necios, mala gente que camina, y patéticos cipayos. Hoy, 50 años después de aquel funeral, toca recordar, y decirles con José Luis Hidalgo en el corazón: "jamás veréis el cielo de los pájaros/ donde una rosa azul se desvanece". Jamás lo veremos si vuelven a ganar.
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