Opinión
Aznar, el guerrero sin antifaz

Por David Torres
Escritor
-Actualizado a
A la edad en que otros niños sueñan con ser bomberos, policías o premios Nobel, Jose Mari Aznar, desde muy pequeñito, ya soñaba con ser faro de la civilización occidental, un papel muy complicado que incluye también el de policía, el de bombero y a lo mejor, con un poco de suerte, un premio Nobel. Lo malo es que Jose Mari lleva desde los cinco años sin cejar en el empeño y lo peor es que hay un montón de peña que le sigue el rollo, como si aun tuviera cinco años o como si los tuvieran ellos. De los cinco a los diez, aproximadamente, mi futuro profesional no acababa de decidirse entre legionario romano o zoólogo de campo -en homenaje a mi querido Rodríguez de la Fuente-, pero al final tuve que arrojar la toalla y me resigné a ser yo. Jose Mari, en cambio, nunca ha traicionado sus sueños de infancia y ahí sigue, alzando el estandarte de Guerrero del Antifaz fuera de los tebeos, sin antifaz, pero con la guerra a tope.
El primer signo de que su vocación bélica iba bien encarrilada fue un reportaje fotográfico donde me lo disfrazan del Cid para echarse unas risas y Jose Mari va y se lo toma en serio. Por desgracia, buena parte de España también se lo toma en serio, sin darse cuenta de que aquel señor bigotudo en realidad se parece a Superlópez. Como ocurre en las grandes obras de teatro, había similitudes inquietantes bajo el ridículo de la malla, el casco y el bigote. La primera, que el Cid histórico no era más que un mercenario al servicio del mejor postor: según quien le pagara, unas veces luchaba al lado de los cristianos y otras al lado de los moros. Es decir, que al verdadero Rodrigo Díaz de Vivar, no lo impulsaba la cruz ni mucho menos España -un concepto que entonces no era más que ciencia-ficción-, sino básicamente la pasta. En cuestión de unas décadas, al Cid del Mercadona iba a moverlo el combustible de los fondos buitre y de un lobby israelí.
La segunda similitud inquietante es que, de acuerdo a la leyenda, el Cid ganó una batalla después de muerto, aunque la leyenda no especifica si los moros salieron huyendo al verlo atado encima del caballo o si salieron corriendo al oler el pestazo que iba esparciendo el cadáver al trote. Tras sus arriesgadas fantasías de que los atentados del 11-M fueron obra de ETA o de que en Irak había armas de destrucción masiva, Jose Mari ya era un cadáver político en toda regla, pero, contra todo pronóstico, el cadáver sigue dando conferencias y lecciones de estrategia internacional con ese tono monocorde de máquina de tabaco en el que la única baja de guerra apreciable, después de tantos años de escaramuzas, es el bigote.
A nadie puede extrañar que, a estas alturas de la obra de teatro, Jose Mari continúe instalado en su personaje de faro de Occidente y haya advertido de que Israel debe ganar la guerra que está librando en Gaza para que en Europa podamos vivir tranquilos y en paz. A un tipo que ni siquiera ha hecho la mili y cuya visión de la Historia se reduce a un tebeo del Guerrero del Antifaz, no vas a explicarle que lo de Gaza no es una guerra sino un genocidio con todas las de la ley. En la advertencia de Jose Mari hay un lejano eco de aquella frase atribuida a Spengler (en realidad, la escribió José Antonio Primo de Rivera) que dice que siempre es un pelotón de soldados el que ha salvado a la civilización. La frase está en Soldados de Salamina, la novela de Javier Cercas, aunque también podría estar en un tebeo del Guerrero del Antifaz.
Después de Auschwitz, de Kolimá, del Congo Belga y de Srebrenica, no es que yo confíe mucho en la civilización, mucho menos en la civilización occidental, pero, en cualquier caso, creo que ese aleatorio puñado de soldados salvó al mundo unas cuantas veces durante el siglo pasado (en Stalingrado, en Normandía, en El Alamein), cuando se enfrentó a una enloquecida máquina de guerra dedicada a arrasar poblaciones enteras y masacrar civiles y niños por millares. Que es exactamente lo que está haciendo ahora mismo la máquina de guerra israelí en Gaza, repitiendo punto por punto las matanzas del ejército nazi en su avance por tierras soviéticas. Pero tampoco puedes pedirle peras al olmo ni humanidad a Aznar, que bastante trabajo tiene con no tragarse la nariz mientras mantiene vivo su sueño infantil de ser el faro de Occidente.
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