Opinión
Calamaro escocido y Plácido Domingo a escondidas

Periodista y escritora
-Actualizado a
Para las pasadas fiestas de San Isidro, el Ayuntamiento de Madrid se había guardado una guinda sin anunciar: la actuación "sorpresa" de Plácido Domingo en la Plaza Mayor, ese tenor tan nuestro que en su momento ya admitió haber protagonizado algunos episodios de acoso y agresiones sexuales, pero le pareció que eran menores porque “los baremos por los que hoy nos medimos”, dijo, “son distintos ahora”. No pensaban lo mismo la decena de mujeres que lo denunciaron. Recuerdo cuánto se habló entonces de la cancelación, y de que el pobre Plácido se iba a quedar sin bolos. Pero la cancelación no existe, y siempre hay un ayuntamiento del PP, un festival de cine o un certamen literario para prestarnos un ilustrativo ejemplo. Ahí están, además de nuestro tenor, Johnny Depp, Mel Gibson, Woody Allen o Polanski, Kevin Spacey anda paseando palmito por Cannes y Miguel Bosé empieza gira estival. Oh, yeah.
Y entonces llega Calamaro para iluminarnos todavía más. Lo que ha pasado es ya conocido: Durante un concierto en Cali, el músico argentino dedicó al mundo del toro una canción. Dijo: “Quiero dedicar esta canción a todos los toreros, ganaderos, banderilleros y aficionados que se quedan sin trabajo”. La reacción del público —abucheos, pitidos y demás— no fue del gusto del artista, que se largó diciendo “Lo siento, están cancelados y bloqueados. Hasta nunca.”
Agradezcamos al cantante lo que con su nuevo modelo de “cancelación” acaba de mostrar al mundo, más allá de que tuvo que volver al escenario a los pocos minutos. Ha dejado claro ni más ni menos que todo esto no va de cancelación o lo contrario, sino de que quienes tenían el poder y el monopolio de la voz ya no los tienen, que ahora la gente sabe que puede responderles y lo hace, vaya si lo hace.
La rabieta del argentino, que la hubo, es la misma que la de todos esos personajes populares, algunos de la Cultura y otros no tanto, cuando afirman que ahora no se puede decir nada, que antes sí que había libertad y que los tíos están todos cagaos. Lo que sucede es que antes solo podían hablar unos pocos, el mensaje era unidireccional y no existían herramientas para responderles.
El abucheo que se comió Calamaro en Cali es una forma de aterrizar esta costumbre nueva y, dicho sea de paso, muy saludable: responder a quienes hasta ahora tenían el monopolio del micro. Y quien dice el micro, dice la publicación, el discurso o la tribuna. Las redes sociales nos han enseñado que se puede responder por acumulación. Es decir, que la respuesta de una sola persona al artista, filósofo, periodista o político de turno puede no servir de nada, pero si esa respuesta encuentra el eco suficiente, se convierte en clamor. Y, claro, les escuece. Pienso que no es extraño que, por ejemplo, personajes como Fernando Savater hayan perdido toda la autoridad moral que les quiso otorgar en sistema, al que podríamos llamar patriarcado si me lo permiten, durante los años sin respuesta. O que Plácido Domingo tenga que convertirse en una sorpresa para que el Ayuntamiento de Madrid pueda contratar su actuación sin que se le organice una protesta popular en plena Plaza Mayor. O sea, que tenga que actuar a escondidas.
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