Opinión
Cuca & Gamarra

Por David Torres
Escritor
-Actualizado a
La mayoría de los políticos lleva una doble vida, quiero decir que muchos de ellos tienen una cara que presentan en público y otra que enseñan en privado; una bocaza que suelta eslóganes y titulares a toda plana mientras otra, más pequeña, lee poesía árabe y habla catalán en la intimidad. Son como esos grandes actores que han triunfado en una franquicia de sí mismos, como John Wayne, que siempre hacía de John Wayne, o como Ava Gardner, que siempre hacía de Ava Gardner -y nunca les habríamos perdonado que hicieran otra cosa. Por eso mismo siempre esperamos que Feijóo y Mariano digan sus marianadas, o que Sánchez salga por peteneras: es la marca del éxito, lo que les pide su público. Sin embargo, a veces el personaje acaba devorando a la persona por contradicciones internas, como explicó Errejón con su peculiar estilo irradiador, y otras veces, como le ocurrió a Aznar, la devora a través del bigote.
Cuca Gamarra lleva tanto tiempo debatiéndose entre esas contradicciones de las que habla Errejón que es difícil especificar dónde empieza Cuca y dónde Gamarra. Quizá a estas alturas ni ella misma lo sepa, porque lo de hacer de hooligan del PP es un papel muy exigente, una mascarada a tiempo completo en la que te acabas implicando demasiado y terminas por confundirte con el personaje. Cuca no sólo lo interpreta en el hemiciclo, reprobando a voces a sus rivales políticos, sino también durante las entrevistas en los pasillos del Congreso, en las declaraciones a pie de calle e incluso en sus comentarios en redes sociales. Está a dos tuits de joderse la salud, igual que cuando Robert De Niro engordó casi treinta kilos para meterse en la piel de Jake LaMotta.
El lunes, por ejemplo, Cuca expresó sus condolencias por la muerte del papa Francisco diciendo, entre otras cosas, que “nos deja a todos huérfanos” y que “puso en el centro de la Iglesia a los más débiles y necesitados”. No obstante, años atrás, al comentar el encuentro que tuvo con Yolanda Díaz en el Vaticano, lo calificó de “cumbre comunista”, una hipérbole de lo más llamativa en relación con el papa Francisco, no digamos ya con relación a Yolanda Díaz. Por otro lado, la defunción del sumo pontífice ha provocado cambios de opinión espectaculares entre varios de los machos alfalfa de la ultraderecha internacional, aunque ninguno más hipócrita que la tierna despedida de Javier Milei, quien en su día lo llamó “imbécil”, “zurdo hijo de puta” y “representante del maligno” con el sosiego al que nos tiene acostumbrados. En Milei no es que el personaje haya devorado a la persona: es que la ha defecado.
Cuca va por la política vestida de Gamarra, del mismo modo que Peter Parker se disfraza de Spiderman para subirse por las paredes y lanzar telarañas, pero está llegando a un punto en el que ya no sabe cómo quitarse la máscara. Hace poco más de un mes insinuó que Pilar Alegría estaba implicada en las juergas con putas de Ábalos en el Parador de Teruel: una expresión (“con tanta Alegría”) que podía tener cierta ambigüedad dicha en voz alta, pero Cuca escribió la palabra con mayúscula en un tuit, para que no cupieran dudas de a quién se refería. Tiene mucho mérito sumarse a una repugnante campaña de acoso machista sin careta ni nada, a tumba abierta, en una cuesta abajo sin frenos donde Cuca puede despertarse cualquier día y descubrir que se ha convertido en Oscar Puente.
Al menos, sus últimas propuestas en materia económica no pueden engañar a nadie con un dedo de frente: reformas estructurales, bajada de impuestos y reducción de los costes laborales. Lo cual, traducido a la realidad, siguiendo la amplia experiencia de gobiernos del PP, se traduce en quitar impuestos a los millonarios, aumentar los de los trabajadores, cargarse servicios públicos básicos y suprimir ayudas a los más desfavorecidos. Decía Cristina Cifuentes, antes de su aventura en el Eroski, que ella llevaba toda la vida haciéndose la rubia y que así había conseguido labrarse una prometedora carrera en el PP madrileño, fingiendo que era tonta. Cuca Gamarra, como su propio nombre indica, prefiere mostrar a las claras que de tonta no tiene un pelo: al igual que Ayuso, es más lista que el hambre.
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