Opinión
El derecho al tiempo y la legislatura

Por Guillermo Zapata
Escritor y guionista
Decía el sociólogo Jesús Ibáñez que cuándo algo es a la vez necesario e imposible, hay que cambiar de música. El grupo musical Hechos Contra el Decoro lo ejemplificó perfectamente en una de sus letras hace veinticinco años. En Nadera y la Complejidad cantaban: “Todo anverso encierra su reverso, abre la puerta, dale la vuelta, busca la potencia, usa la inteligencia”.
Esta semana se votaba en el Congreso la toma en consideración del Proyecto de Ley de Reducción de la Jornada Laboral. El PP, Vox y Junts per Catalunya planteaban tres enmiendas a la totalidad con argumentos relativamente similares. El objetivo era impedir un debate en el que se sentían profundamente incómodos. ¿Por qué? Sus votantes están a favor de la reducción. Mejor no hablar del tema, que se acabe y enterrarlo. Las tres fuerzas ejercían de correas de transmisión de una patronal que se ha opuesto al proyecto desde el primer día.
Cabe preguntarse si después de la votación y la derrota parlamentaria la lucha por el derecho al tiempo está más apagada o más viva. Comisiones Obreras y UGT discuten medidas de presión y movilizaciones, Sumar presentó esa misma semana 100.000 apoyos a la ley recogidos en la calle. 20.000 recogidos en apenas una semana cuando se conoció el bloqueo en el debate, los medios de comunicación llevan diez días hablando de la reducción y la importancia del tiempo en unas vidas exhaustas. Además de eso, el bloque del sí, minoritario frente a PP, Vox y Junts, se mostró fuerte, cooperador y unido. Ese bloque parlamentario minoritario es la representación de un bloque social mayoritario. Convertir esa victoria social en una victoria política a favor de la ley es el desafío de los próximos meses.
Pero el debate del miércoles también se sitúa en otro lugar. En la forma en la que la legislatura ha ido conformando victorias y derrotas parlamentarias y en la relación entre los socios de investidura. Hasta ahora, las negociaciones articuladas y encabezadas por el PSOE habían tenido dos lógicas: postergación y minimización.
Postergación en el sentido de extenderlas en el tiempo a partir de dos ideas. Una es la de no tener los números y la otra es la de que la legislatura llegaría al final pasara lo que pasara. Este fue el argumento principal para que los permisos de crianza se retrasaran durante casi un año a pesar de que España estaba siendo multada cada día por la Unión Europea por no ponerlos en marcha. Esta semana se votaron y se aprobaron por mayoría absoluta. Hasta el PP votó a favor. Este argumento sigue siendo hoy el utilizado por el PSOE para no llevar al parlamento dos normas fundamentales: la reforma de la ley de vivienda para regular la vivienda turística y la regularización extraordinaria de medio millón de personas sin papeles en nuestro país.
Minimización en el sentido de rebajar la importancia de las derrotas parlamentarias y, sobre todo, acotarlas a la vida interna del parlamento. La opinión pública está tan absolutamente parlamentarizada en una esfera propia entre políticos y periodistas que durante meses y meses ha dado la sensación de que las medidas que no se aprobaban no tenían consecuencias para la ciudadanía, sino que eran más bien un juego entre políticos y que lo único que estaba en juego era la estabilidad y la continuidad del gobierno. Una continuidad por otro lado sistemáticamente garantizada por el presidente. La última vez en la entrevista que realizó con Pepa Bueno.
Cabe preguntarse entonces… ¿Cuál es el precio que paga una fuerza política que tumba una acción del gobierno que afecta a las vidas de millones de ciudadanos/as?
En mi opinión el PSOE ha actuado de esta forma porque confía que el miedo a la extrema derecha será suficiente para movilizar al electorado progresista en las próximas elecciones y también por una idea propia de cómo funciona la polarización. El PSOE opera de forma sistemática como un partido entregado a la guerra cultural. Dicha guerra está hecha de declaraciones, ataques y contraataques, zascas, etc.
Las dos estrategias, la del miedo y la de la guerra cultural, producen un efecto doble en el electorado progresista. Un miedo paralizante y una excitación homeopática que se expresan en zascas digitales, fundamentalmente en X. Eso sí, casi siempre reaccionando a la derecha y la extrema derecha. Es decir, entregando la batuta de la iniciativa de forma permanente. La semana pasada lo vimos con la perfecta ejecución de Tellado sobre enterrar al gobierno en una fosa común. Inflamación lingüística para controlar la economía de la atención. Eso es todo. Todo el rato.
Y es una estrategia que en un contexto de polarización permite al PSOE mantener buenos números electorales, es cierto. Pero no suficientes. Y el problema es que no hay término medio. O son suficientes, o tendremos un gobierno de reacción. Esa apelación vale para el PSOE y para el conjunto del espacio a su izquierda. O es suficiente o es entregar el país a la reacción. No hay más preguntas. No basta con quedar “bien”, no basta con “salvar los muebles”, porque las elecciones tampoco van de los partidos, sino de los derechos de la gente.
Lo que se ensayó en el Congreso con la reducción de jornada esta semana fue otra estrategia. Una que redibuja la legislatura en torno a un gobierno que permanentemente intenta sacar adelante medidas, no pierde la iniciativa y está dispuesto a confrontar cada votación con los bloques del no (a veces mayoritarios y otras minoritarios) que se formen en cada momento, y que interpela socialmente a la defensa de los derechos y la democracia. Es decir, que saca del palacio las discusiones y las convierte en sociales.
Una sociedad fuerte es una sociedad que tiene muchas más herramientas para acabar con la extrema derecha que una acobardada y entregada al zasca digital. Decía esta semana Amador Savater en un artículo en CTXT que las movilizaciones de interrupción de la vuelta ciclista tenían un efecto clave que era el de sentir que podíamos hacer algo contra el genocidio. Que no es más que recuperar el control de nuestra propia vida como algo que tiene potencia para transformar el mundo.
Para garantizar que nuestro país no cae en manos de la alianza Feijóo-Abascal necesitamos esa fuerza y ese control. Seguramente eso querrá decir que el gobierno se verá a veces desbordado por una energía que le exija más y más. A veces más de lo que pueda hacer. Ojalá pase eso.
Esta semana hemos visto una ventana a otra forma de abordar la legislatura, ojalá se amplíe y se extienda.
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