Opinión
Desmontando a Sánchez

Periodista
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En 1757, las autoridades francesas torturaron y ejecutaron en plaza pública al hombre que había intentado matar al rey Luis XV. Se llamaba Robert-François Damiens y soportó sus últimos momentos con una fortaleza estremecedora. Primero lo hicieron viajar en la carreta de la vergüenza hasta la puerta de Notre-Dame para que se retractara de sus intenciones criminales. Después lo llevaron al cadalso de la plaza de Grève para darle tormento con tenazas, fuego de azufre, plomo derretido y aceite hirviendo. Finalmente, le arrancaron las extremidades haciendo que cuatro caballos tiraran de su cuerpo en diferentes direcciones.
La Biblioteca Nacional de Francia conserva una ilustración de la época. Es una imagen evocadora que podría representar las tensiones de la actualidad política. Imaginemos a un presidente que intenta a duras penas prolongar su aliento. Amarrados a las muñecas y los tobillos del reo, los caballos de los partidos y los grupos de presión estiran en sentidos opuestos. Y por fin, alrededor del patíbulo, el público abuchea o jalea al condenado para que muera con dolor o para que resista el castigo. Hay colores para todos los gustos. De hecho, varios años después de que mataran a Damiens, el mismísimo heredero de Luis XV iba a acabar con la cabeza en un cesto.
Desde que Rajoy salió por la puerta de atrás del Congreso, las diferentes cabeceras de prensa dibujan a Pedro Sánchez con adjetivos variopintos. Algunos lo retratan como un zombi descerebrado, un cadáver ambulante, un muerto en vida que da tumbos desesperados por extender eternamente su mandato. Otros lo ven como un superviviente, un Cristo redivivo, un animal político que cae siempre de pie y que tiene más vidas que un gato. Los caballos mediáticos tiran en direcciones opuestas aunque la realidad dé la razón a las dos partes: por ahora, Sánchez siempre agoniza y siempre sobrevive.
En las cabeceras de prensa, el caballo de Junts relincha y se encabrita con ansias de demostrar que esta vez habla en serio, que no va de farol, que la ruptura con el Gobierno español es definitiva y no tiene vuelta atrás por mucho que Sánchez suplique y apele al "espíritu de acuerdo". Los de Puigdemont han mandado romper con el PSC en Sabadell. Hace apenas unos días, Míriam Nogueras anunciaba en el Congreso que su grupo enmendará todas las leyes del Gobierno y votará contra los Presupuestos. Este divorcio sería la disolución de algo que nunca fue del todo un matrimonio, pues Junts ya coincidió con PP y Vox votando en contra del decreto ómnibus, el decreto antiapagón o la reducción de la jornada laboral.
Si las querellas competenciales con Catalunya habían soliviantado a Junts, el traspaso de las competencias vascas abre otro frente de discordias. Ayer mismo, el lehendakari Imanol Pradales denunciaba las "resistencias políticas y administrativas" del Gobierno de Sánchez. Lo cierto es que el presidente se comprometió hace ahora dos años a completar el Estatuto de Gernika, que lleva desde 1979 sometido a diferentes incumplimientos. A cambio de garantizarse la investidura, Sánchez habría aceptado el 31 de diciembre de 2025 como fecha última. Los plazos se agotan y el caballo del PNV tira de la cuerda con las palabras del lehendakari: "La confianza es difícil de construir pero fácil de perder".
Los caballos del PP, por su parte, tiran sin tregua por la vía política y judicial. Convencido de que la mejor defensa es un buen ataque, Alberto González Amador convirtió sus enredos tributarios en un asunto de honor contra el Fiscal General. Aunque la ofensiva desprenda el inconfundible aroma de la vendetta, los jinetes del PP han aprovechado la ocasión para decir la suya. Feijóo acusa a Sánchez de romper la independencia judicial. Tellado lo acusa de vulnerar la separación de poderes. La ironía está servida: hace ahora siete años, cuando se repartía el CGPJ, Ignacio Cosidó envió un whatsapp a sus compañeros para celebrar que el PP controlaría la Sala Segunda "desde detrás".
Hoy la Sala Segunda juzga a Álvaro García Ortiz al precio de haber convertido el Tribunal Supremo en una suerte de arena política. Hasta hoy, numerosos periodistas sostienen que accedieron al correo filtrado antes siquiera de que obrara en poder del Fiscal General. Algunos miembros de la judicatura parecen entender que minar a Sánchez es más importante que garantizar la credibilidad del sistema penal. La operación tiene sus riesgos para el buen nombre de la Justicia, y es que una buena parte de la ciudadanía ha terminado convencida de que algunos jueces tiran con entusiasmo de la misma cuerda que los caballos del PP.
Pero esos caballos derechistas tiran a su vez en direcciones múltiples e inesperadas. Tira el lobby nuclear. Tiran los jerarcas inmobiliarios. Tira la patronal con sus cuitas de niño rico y sus lamentos sobreactuados. La derecha política, por su lado, suelta su estampida de caballos en beneficio de Feijóo o de Ayuso según convenga en cada caso. Tira Vox para que el sucesor de Mazón sea Pérez Llorca. Tira Guardiola para que Extremadura sea el preludio de la caída de Sánchez. Tira Moreno Bonilla para que los cribados de cáncer de mama no se lo lleven por delante a pocos meses de las autonómicas.
La ejecución de Robert-François Damiens desvela una curiosa paradoja. Aunque dos caballos tiren en direcciones opuestas, el saldo de sus esfuerzos será el mismo: un reo desmembrado en plaza pública. Aunque Junts y el PP parezcan remar en sentidos inversos, sus fuerzas podrían ofrecer resultados convergentes. Y aquí es donde aparece una segunda paradoja. Si la demoscopia no miente, es muy probable que sea Vox quien recoja los dividendos del PP igual que Aliança Catalana recoge los dividendos de Junts. Puede que Sánchez tenga la soga al cuello, pero algunos de los que más fuerte tiran no están en una posición mucho más ventajosa.
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