Opinión
El Día del Libro con Vernon Lee

Periodista cultural
En el mes de los libros y del Día del Libro hay que prepararse para un sinfín de tópicos alrededor de las bondades salvíficas de las lecturas y los títulos. Los afrontamos con paciencia, alegría y Vernon Lee, que rebatió unos cuantos, como rebatió todos aquellos lugares comunes que rodeaban a las materias en las que se centró: a menudo, las artes y las impresiones que ellas causan en quienes las contemplan o las cultivan.
No siempre sucede de forma matemática, pero quien en absoluto fue convencional en su vida, tampoco lo sería en sus ideas. Olvidada tras su muerte en 1935, redescubierta y rehabilitada por la investigación feminista en los 90, Vernon Lee (el nombre de escritura de Violet Paget) vuelca algunas de esas ideas inusitadas en su texto titulado La lectura de libros (1903). Se incluye en la obra Mi vida estética, editada por Lamicro en 2023 y traducido por Olivia de Miguel. Aquí se repasan algunas de esas ideas con carácter de manifiesto:
Los libros no siempre necesitan leerse. Son un regalo perfecto, una tarjeta de visita inmejorable que hace aumentar enteros la reputación de quien los regala… Esa función ya es mucho… ¿Para qué pedir más a un libro? “Es absurdo leerlo para intentar que cumpla dos cometidos”.
No leas aquello de lo que todo el mundo habla. Una variante del punto anterior. Si una obra ya ha alcanzado su éxito en forma de repercusión social ¿a qué leerlo? Error: “Leer uno de estos libros es un acto de pedantería que muestra devoción ciega por los nombres de las cosas”.
No leas tanto. En este ensayo habla Vernon Lee de un exceso de lectura que no conduce más que a “embotar nuestro sentido literario” y a “mermar nuestra capacidad para extraer el gran deleite de los libros, convirtiendo la lectura en algo rutinario y pesado”. Conclusión (y reiteración): no leas tanto.
Los libros, la lectura, están sobrevalorados. Se defiende que el conocimiento está en los libros y “exageramos terriblemente la necesidad del conocimiento que nace de los libros”. No, se puede vivir estupendamente sin abrir uno de ellos, “incluso es posible actuar, sentir y hasta pensar y expresarse con precisión y gracia sin tener sencillamente ningún bagaje literario”. Da el ejemplo de los griegos en la época de Platón, que no habían leído ni a Platón ni sabían más de libros que su sirviente italiano [sic] que “posee un Libro de los sueños u otro sobre Cómo ganar a la lotería”. Aquí ya va saliendo la autora más elitista y clasista, por momentos, que eclosionará en el siguiente punto.
La literatura es solo para los ilustrados. “Es necesario haber leído muchísimo para degustar las especiales exquisiteces de los libros, su maravillosa esencia largamente almacenada, extrañamente combinada, sutilmente seleccionada…” ¿Quién podría permitirse ese tiempo, esa instrucción? Solo unos pocos, los elegidos, los ilustrados, en sus palabras.
Libro, haz tu magia. De nuevo, reitera Vernon Lee, lo estúpido de intentar mantenerse al día con la literatura. Lo mejor de leer es haber leído y que el recuerdo quede latente, produzca regusto y dé fruto. Habrá llegado el momento “de que los libros den lo mejor de sí. De que ejerzan toda su magia” cuando se recuerda entre brumas algún concepto y se mira la biblioteca y se husmea entre los tomos y se escudriña uno de ellos y se halla —¡sí allí estaba!— lo añorado. Todo ello hace a Vernon Lee escribir que “el mayor placer de la lectura consiste en la relectura”.
Fetichismo literario. Una vez completada la transubstanciación por la cual el espíritu del libro pasa a integrar el del lector o lectora, el objeto queda como objeto de culto y satisfacción personales o como un compañero fiel cuya compañía se busca y se encuentra. A Vernon Lee le ocurre con Hipólito, la tragedia de Eurípides con la que pasó una semana feliz en los Apeninos del Sur. “Lo llevaba por ahí en el bolsillo; a veces, muy de vez en cuando, deletreaba alguna palabra, en parte o en su totalidad, y lanzaba una mirada al trenzado del cesto; pero más a menudo dejaba que el volumen reposara junto a mí en la hierba mientras aplastaba hojas de menta en el fresco jardín bajo la higuera […]. Y es que una vez que conoces el espíritu de un libro, surge un proceso […] por el que uno absorbe su encanto simplemente pasando las hojas o incluso, como digo, llevándolo consigo”.
Eso mismo, referido a Vernon Lee, recomienda en el prólogo de Mi vida estética la profesora de Filosofía y Teoría Feminista en la Universidad de Barcelona Lorena Fuster: “Cuando corren malos tiempos para la belleza es importante tener a Vernon Lee lo más cerca posible: en los bolsillos, en los bolsos, sobre las mesitas de noche, acechándonos en cualquier grieta de nuestro día. Su inteligencia nos salvará, a menudo con una carcajada, de muchas de las cosas que engrandecemos innecesariamente”. Los libros, especialmente en estas fechas, no son una excepción.

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