Opinión
Cuando tu enemigo es el kebab

Por Miquel Ramos
Periodista
-Actualizado a
El pasado viernes, cientos de personas convocadas por varias organizaciones neonazis y fascistas desfilaron por las calles del centro de Madrid bajo el lema de ‘remigración’, un neologismo acuñado por las organizaciones de extrema derecha estos últimos años para referirse a su plan de deportación de las personas migrantes no blancas. La puesta en escena puede todavía hoy impresionar a quien está poco acostumbrado a ver fascistas desfilar, pero no hubo nada de excepcional en una marcha en la que confluyeron prácticamente todos los grupúsculos de ese espectro que existen en la capital y más allá. Y ni juntándose todos logran reunir a más de 500. Aunque un nazi ya es demasiado, no hay que sobredimensionar un fenómeno que siempre ha estado ahí, y que ahora tan solo tuvo la habilidad de escoger bien el lugar, el día y la hora, sacar buenos videos y buenas fotos y hacerlas correr por redes sociales para captar la atención que ha tenido.
Viendo varios videos del evento, uno se da cuenta de que la gran mayoría de los asistentes son hombres. Muchos de ellos jóvenes, es verdad, pero había más chavales a esa hora en cualquier polideportivo que en Callao levantando la zarpa. Y muy muy pocas mujeres. Pero es que hay muchos más jóvenes, hombres y mujeres, parando desahucios y militando en colectivos de vivienda, que disfrazados de nazis una vez al año. O que invirtiendo su tiempo en señalar al kebab de su barrio como un problema. Que no cunda el pánico. Nuestra juventud no es reaccionaria ni la representan esta pandilla de imberbes jugando a ser nazis.
Estos días, los cachorros de Vox han lanzado una nueva campaña en redes. Varios jóvenes posan ante una carnicería halal y un kebab para demostrar su teoría de la substitución demográfica. Lo que los nazis llaman Plan Kalergi o el Gran Reemplazo. Dicen que hay un plan para acabar con la raza blanca substituyéndola por gente de piel oscura. Y que todo está diseñado por alguien en la sombra, seguramente judío. De eso va esta conspiranoia, aunque desde que los fascistas se volvieron proisraelíes, eso ya no lo dicen.
Donde antes estaba Manolo haciendo bocadillos de jamón, ahora hay un moro sirviendo kebabs. Elegir el kebab como enemigo es la última brillante idea del marketing voxero, de su cacareada batalla cultural, que, por otra parte, demuestra la flaqueza de su argumentario y el racismo implícito que trae consigo. “Lo de toda la vida” tiene más posibilidades de ser substituido por un McDonald’s o por una startup de un fondo de inversión extranjero, antes que por un negocio de un trabajador migrante.
No verás nunca a la ultraderecha caniche clamar contra el gran capital. No han venido a cambiar nada, sino a apuntalar los privilegios de los de siempre, a defender y a servir al amo. Lo vemos en sus políticas, siempre benevolentes con las rentas más altas y crueles con los más vulnerables, y lo hemos visto con su postración arlequinesca ante las amenazas de Trump hacia Europa. Ha sido patético ver cómo Vox se ha retorcido para no dejar de lamerle la bota al jefe americano mientras contaba cuentos a los suyos para justificar el apoyo a semejante escupitajo contra su propio pueblo. Y que nadie de los tuyos se dé cuenta de que lo estás tratando de imbécil.
No verás ninguna campaña de los jóvenes de Vox contra Starbucks, Burger King o Carrefour, a no ser que a estos se les ocurra meter en sus anuncios a un negro o a una persona transexual. No los verás defender a los pequeños comercios ante gigantes centros comerciales que les obligan a cerrar por la competencia inasumible. Mejor elegir como enemigo al kebab. Mucho más indefenso, más moreno, extraño y pobre. Un enemigo fácil, piensan. Aunque el resultado de esta campaña sea una jodida caricatura de sí mismos. Pero no nos quedemos con la caricatura. Lo que les molesta a los voxeros no es que el comercio local se joda, sino que haya personas no blancas en nuestro país. Eso es el kebab para ellos. Ese es el trasfondo de esta campaña. Porque estoy seguro de que todos ellos se han comido un buen dürüm chorreante.
Estoy convencido también de que la mayoría de los asistentes a la marcha fascista del viernes tiene más posibilidades de no acceder a una vivienda digna que de que una persona migrante le robe el móvil. Soy consciente de que lo que empuja a alguien a los brazos del populismo racista y el fascismo es más complejo. Que existe una conexión entre los miedos y las inseguridades de una parte de la ciudadanía y los lugares seguros que ofrece la extrema derecha. La extrema derecha ofrece una seguridad que, en gran medida, se abriga en la identidad, algo simbólico, nada material. Su seguridad material se limita a más policía, muros más altos y penas de cárcel más largas.
La seguridad que, sin embargo, reclamaron decenas de miles de personas el domingo pasado en una gran manifestación en Madrid es la de una sanidad pública de calidad. La tranquilidad que genera saber que existe un sistema de salud solvente que cuida de su ciudadanía y que es tremendamente eficiente es incomparable a la que te pueda dar una patrulla de policías o un bar Manolo en cada esquina. La seguridad de poder independizarte de tus padres pasados los veinticinco años, poder acceder a una vivienda digna o poder conciliar tu vida personal con tu trabajo. Esas inseguridades no las cura ninguna bandera, ni Don Pelayo, ni son culpa de tu vecino Mohamed.
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