Opinión
Dentro y fuera de 2026

Por Leonor Cervantes
Graduada en Filosofía y Ciencias Políticas. Cofundadora de Filosofía en Los Bares
-Actualizado a
A finales del año pasado, muchos usuarios de Twitter compartieron en sus perfiles sus “ins & outs” para 2025. Es decir: las conductas, productos, aficiones… que no querían seguir manteniendo en el nuevo año y, en contraposición, aquellas que sí que querían incorporar en esas ansias de renacer que nos entran a todos cuando cambiamos el calendario. No sé si esto se hizo también en 2024 o si cuando salga este texto otros medios estarán, como yo, resucitando esta tendencia. Tampoco sé si esta idea se le ocurrió a una becaria explotada por un periódico digital o si en realidad viene de un diálogo de una comedia romántica de los 80.
Por lo que sólo puedo resultar fidedigna en un asunto: esta reconversión de los propósitos de Año Nuevo no se me ha ocurrido a mí. Y lo cierto es que yo, como todo lo absorbente y autorreferencial de mi vida, lo vi por primera vez pasando el rato en mi morada digital: Twitter. El diciembre pasado me quedé con ganas de sumarme a la fiesta. Así que ahora que se aproxima 2026, ahí va mi lista de expulsados y afiliados.
Cosas que se van de 2025 y que no me acompañarán en 2026
1. El superlativo. De la mano de esto, el adanismo. Que lo que me guste no sólo me guste sino que me encante y que, de hecho, sea lo mejor que ha existido jamás. Las experiencias máximas e históricas. Hablar de músicos como si hubieran inventado la clave de Sol y de amigas como si fueran los primeros seres inteligentes que poblaron la Tierra. Es mentira y, paradójicamente, empobrece no sólo el lenguaje sino la vivencia. Reservar los temblores de tierra a los sucesos verdaderamente tectónicos. Que sí que ocurren, pero no con tantísima frecuencia.
2. Desconocer el patrimonio inmobiliario de los famosos a los que admiro y financiar la carrera artística de gente que especula con la vivienda.
3. Aguantar hasta que mi pelo esté indudablemente sucio para lavármelo. No seas niña chica, por favor. Por muchas tareas que haya pendientes, tienes el tiempo para darte una ducha más larga. Por otro lado, si lavarlo con mucha frecuencia es malo, ha llegado el momento de reconocer que me matará antes cualquier otra causa. Vivo en Madrid y no tengo un contrato indefinido. Desde luego, no llegaré al síncope ni a la alopecia, antes me veré en apuros para pagar el champú.
4. Emplear con seriedad la palabra “límites”. Creer que, por el hecho de haber nacido, tengo derecho infinito a poner límites. En el contacto con otro ser humano, desear por encima de cualquier otra cosa que se respeten mis límites. Tratar a mis límites como si fueran el Muro de Berlín, una estructura maciza cuyo cruce puede implicar la muerte. En general, confundir no salirme siempre con la mía, con ser una pedazo de gilipollas fácilmente utilizable.
5. Relacionarme con personas que sí que tengan una estrecha e inamovible relación parroquial con sus propios límites. En general, relacionarme con gente que dedique más tiempo al cultivo del amor propio que al de un geranio.
6. Asumir como menú nocturno aceptable cerveza y frutos secos. Ser la que sí que quiere pedir algo para picar.
7. Creerme cualquier cosa que diga un influencer. Directamente, escuchar a los influencers. Por supuesto, ir mirando reels mientras camino por la calle. Eso debería haber ido fuera hace muchos años ya.
8. Quitarme yo misma mi propia ropa para follar. En las películas, vara de medir de la cotidianidad del todo aconsejable, siempre desnudan a la protagonista. Aprender a que no me puedan las prisas y usar para eso como un primer entrenamiento la cama. Rellenar de ritual todo lo que antes fue ansia.
9. Participar en la psicosis colectiva postpandémica que consiste en comprar entradas para un concierto con más de seis meses de antelación. Y ya puestos, del sinsentido de planificar el fin de semana con escuadra y cartabón. Salir a la calle a improvisar. Quedarme en la puerta de la discoteca porque ya no quedan entradas. Ir a bares en los que siempre quepa uno más. Ser temeraria, no tener reserva.
10. Dejar de preguntar “¿me quieres?” para rellenar ese silencio afirmando “te quiero”. Porque, en realidad, es lo que buscaba decir desde el principio.
Cosas que se quedan de 2025 y que ojalá me acompañen en 2026
1. La renuncia. Los buenos son los que han entendido que no se puede tener todo y, mucho menos, a toda costa. En mi diccionario particular del mundo, así defino también a los adultos. Ser consecuente, tener claro que siempre se acaba pagando algún precio por lo que una hace. No pretender estar en misa y repicando. Es de muy mal gusto y ya tenemos una edad.
2. Las botas altas con tacón. Verdaderamente, si paso muchas horas de pie son más molestas que unas zapatillas. Pero al caminar, el taconeo proporciona a mis pasos un sonido estremecedor y equino que yo, desde luego, quiero priorizar por encima de la comodidad.
3. Los hoteles. Si tengo dinero para viajar tengo dinero para pagar un hotel. En la medida de lo posible, evitar a toda costa pasar una noche en un apartamento turístico. En la medida de lo soñado, disfrutar, alguna vez, de un buffet libre para desayunar.
4. Tomarme los asuntos personales, efectivamente, a lo personal.
5. Leer justo cuando me despierto. Cuando todavía la ciudad duerme y aún nadie me ha exigido nada. Leer sin estar cansada y sin que ningún hijo de puta haya vampirizado ya mi atención y lucidez. Reservar al menos la primera hora de mi intelecto, los minutos más fértiles de mi imaginación, a la literatura.
6. El efecto Adam Driver. Ser guapo como lo es Adam Driver. Encallar en los feos guapos más que en los guapos guapos. La hipnosis por encima de la estupefacción. La belleza como desvelamiento, como invitación a la contemplación infinita.
7. Esta cita profética de Lorca, rápida como una flecha y espesa como magma: “Cuando las cosas llegan a los centros no hay quien las arranque”. ¿Cuáles son las cosas? ¿Cuáles son los centros? Poco importa, porque cuando suceden una sabe reconocerlos. Abrazar lo drástico y evidente, como una banda de cera en la pierna de una adolescente la primera semana de junio. No intentar desver lo que no se puede dejar de sentir cuando irrumpe. Porque cuando las cosas llegan a los centros no hay quien las arranque.
8. Cotejar mi agenda con mi ciclo menstrual. Enterarme de una vez de en qué consiste cada fase. Rellenar de significado las palabras: menstruación, folicular, ovulación y lútea. Basta ya de estupideces, importancia a lo importante.
9. Ir a los cumpleaños de mis amigos. Especialmente a los que suelen contar con muchos invitados. No exculparme a mí misma, cómoda y perezosa, diciendo que no pasa nada si falto a la celebración porque ya va mucha gente. Si todos hiciésemos este recorrido mental, los sociables, precisamente por el hecho de serlo, se quedarían a la intemperie el día de su nacimiento. Recordar siempre que los amigos alegres son tan frágiles como los que tienden al llanto.
10. Cuidar a quien ya sé que me ama del mismo modo que cuido a quienes quiero convencer de que lo hagan.
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