Opinión
El futuro de las izquierdas

Por Antonio Antón
Sociólogo y politólogo
-Actualizado a
La fragmentación de la izquierda alternativa y su reconfiguración y renovación es un campo complejo y delicado, pero necesitado de análisis objetivo y constructivo para contribuir a su recomposición. Tiene implicaciones para la conformación de las izquierdas y la gobernabilidad progresista del país, en un marco de cierto agotamiento del ciclo de progreso en España. Acabo de publicar un libro, Encrucijadas. Para la democracia, las izquierdas y el feminismo, sobre todo ello. Aquí voy a intentar clarificar los diagnósticos y propuestas existentes para abordar su problemática trayectoria.
De entrada, hay que hacer una precisión relevante. Normalmente, en los análisis no se valoran suficientemente las características de la base social y electoral de izquierdas, las dinámicas que las conforman y las tendencias sociopolíticas y culturales, en los contextos concretos de cada etapa. Se suelen centrar en las características de los grupos dirigentes y sus intereses, discursos y estrategias. Con ello, se pierde un necesario enfoque sociohistórico que explique las tendencias sociopolíticas de fondo y poder aventurar las dinámicas previsibles y las respuestas más realistas y transformadoras. En ese sentido, es cierta la idea de que lo mejor existente en España es esa base socioelectoral crítica, la izquierda social y cultural.
El declive de la izquierda alternativa
Desde 2019, más de la mitad del electorado alternativo estatal —unos seis millones—, expresado en los años 2015/2016, tras el amplio proceso de protesta social progresista de los años 2010/2014, ha sido recuperado por el Partido Socialista, la izquierda nacionalista y algo la abstención. La última estimación de voto del CIS, de abril, da un 6,2% a Sumar y el 4% a Podemos (en las europeas, 4,67% + 3,30%, respectivamente). Hay una dinámica de descenso del voto a la coalición Sumar que, conjuntamente, había llegado hasta el 12,3% y tres millones de votos en las elecciones generales del 23 de julio de 2023, y de ascenso de Podemos; incluso alguna encuesta privada augura cierto empate, sumando entre ambas formaciones algo más del 10%, hasta unos dos millones y medio de votos, y unos ocho escaños cada una.
Su transformación en escaños, dada la normativa electoral, al ir por separado se vería perjudicada todavía más, con una disminución de la representación parlamentaria alternativa. De 31 escaños en total (26+5 en el reparto inicial entre ambas formaciones), en 2023, con esos datos del CIS, con un sesgo favorable a las dos formaciones gubernamentales, y considerando otros estudios demoscópicos, se reducirían hasta 4/6 para Podemos y 10/16 para Sumar. Su reparto, con sus respectivos intereses y expectativas, podría ser: Movimiento Sumar, 3/5; Izquierda Unida, 3/4 (Andalucía); Catalunya en Común, 3 (Barcelona); Más Madrid, 2 (Madrid); Compromís, 2 (Comunidad Valenciana).
La particularidad es que los escaños de Movimiento Sumar y de Podemos saldrían en esas cuatro zonas, en competencia entre ellos y con esos cuatro grupos territoriales, además de la polarización por ser cabeza de lista a la presidencia del Gobierno. Con los mismos votos, conjuntamente, se podría acceder a unos 6/8 escaños más, en las provincias medianas, cuya adjudicación volvería a ser complicada en una posible negociación o proceso de primarias.
Por otro lado, la incorporación de líderes de Movimiento Sumar a las listas del Partido Socialista es dudoso que consiguiese el desplazamiento de su base electoral hacia él; es decir, al propio PSOE, por mucho que pretenda absorber una parte relevante de ese espacio para intentar remontar y gobernar en solitario, le sería poco operativo. Menos interesante sería para la dirección de Movimiento Sumar, que disolvería su base social y su proyecto político.
Al mismo tiempo, esas cuatro formaciones territoriales tienen suficiente entidad para mantener su actual base social, mantener esa representación institucional y frenar el flujo hacia Podemos o hacia el PSOE. Aun así, queda pendiente el gran problema, conseguir suficiente representatividad parlamentaria por parte del conjunto de ese espacio alternativo para reeditar una mayoría de progreso.
Con esa previsión parlamentaria, sin un proceso de reactivación unitaria y remontada electoral, con un estancamiento del partido socialista y un ligero ascenso de las derechas, no se podría conformar, junto con el PSOE y las fuerzas nacionalistas, una alianza de progreso, o simplemente continuista, que impida un gobierno de derechas extremas y la consolidación de un nuevo ciclo reaccionario.
Además, con un posible predominio institucional de las derechas, tampoco se podría condicionar significativamente, desde ese ámbito parlamentario, su anunciada dinámica gubernamental y legislativa regresiva y autoritaria, con una impotencia transformadora mayor de la izquierda alternativa y el conjunto de las fuerzas progresistas y democráticas.
Con esas perspectivas de involución democrática y de condiciones y derechos sociales, así como de frustración ciudadana, el foco principal del activismo político alternativo pasaría a la esfera sociopolítica y cultural y la oposición parlamentaria, para recomponer y ampliar un nuevo campo socioelectoral y político-institucional, como mecanismo para reiniciar otra fase de cambios sustantivos de progreso para las mayorías populares.
Superar el sectarismo partidista
En ese contexto, se produce una fuerte pugna por el relato de las causas del declive, las responsabilidades partidistas y las salidas que legitimen los respectivos liderazgos y estrategias.
Se producen diagnósticos contrapuestos y performativos, poco realistas, que expresan deseos de cada cual. Por un lado, la muerte de Podemos; por otro lado, la descomposición de Sumar. Se genera la incompatibilidad de liderazgos, con los vetos cruzados: Yolanda Díaz/Irene Montero. Se da por inevitable la persistencia de solo un grupo dirigente para articular ese espacio alternativo, con la prevalencia de una parte y la subordinación de la otra.
Así, las dos propuestas existentes son hegemonistas de parte y no demasiado sensatas para articular la cooperación, considerada imposible o innecesaria por ambas partes.
Por un lado, el modelo de Sumar del 23J, con la continuidad de la primacía del Movimiento Sumar y la sustitución de Podemos en el liderazgo y su marginación, con una política moderada de afinidad con el Partido Socialista.
Por otro lado, el de una ‘izquierda valiente’ en torno a Podemos, con una estrategia confrontativa con el Gobierno de coalición, intentando absorber partes de la coalición Sumar, tras la supuesta integración de otra parte en el PSOE.
Además, está la propuesta razonable de Izquierda Unida, de reunir al conjunto en una nueva plataforma sin vetos y con programa mínimo compartido, con un procedimiento democrático consensuado -primarias a negociar-, pero que adolece de cierto irrealismo que los lleva a admitir la posibilidad de una tercera lista por separado.
Se puede constatar que, con los liderazgos actuales, es difícil avanzar en una colaboración, institucional, social o de base, que pudiese culminar en un acuerdo electoral y de estrategia política para el inmediato reto político-electoral y, particularmente, para la próxima etapa. Es un camino que requiere varias condiciones.
Caben tres dinámicas, necesariamente combinadas, que pueden desbloquear y modificar algo esas actitudes y estrategias de los núcleos dirigentes actuales, en el marco de una presión democrática más general, incluido por los intereses corporativos del resto de las fuerzas progresistas y del propio partido socialista.
- Primera, una significativa activación cívica y de masivas movilizaciones sociales —feministas, vivienda, sanidad y educación públicas, solidaridad con Palestina…—, con una dinámica más global, que presionen desde la base popular una trayectoria transformadora y unitaria.
- Segunda, unos resultados especialmente positivos, comunes y visibles, de las pocas experiencias colaborativas existentes —Por Andalucía, Contigo Navarra u otras dinámicas locales y sectoriales—, que abran mayores caminos cooperativos y de confianza.
- Tercera, una reconsideración reflexiva y constructiva de las direcciones partidistas —y de otras organizaciones sociales y la intelectualidad progresista—, con la capacitación de nuevos liderazgos unitarios, democráticos y con una perspectiva transformadora a medio plazo.
El riesgo de involución y la voluntad transformadora
Se trata de desafiar al mal mayor, frente a la prioridad contra el mal menor, prevenir la pugna sectaria y corporativa en la izquierda alternativa y apostar por su renovación y refuerzo.
La tendencia probable es una realidad desfavorable para las fuerzas transformadoras, con limitados arraigo social, contrapoder asociativo, influencia cultural y legitimidad cívica. En esa circunstancia, ¿aguantará una estructura de cuadros políticos, con poco arrope institucional y difícil arraigo popular? ¿o se prolongará y agudizará la crisis orgánica y la necesidad de una renovación profunda y recomposición de las élites y plataformas partidistas?
Al mismo tiempo que el declive y el desconcierto de las izquierdas alternativas, se abre la oportunidad para otro ciclo de reactivación cívica y recomposición sociopolítica y partidista, para el que se genera una fuerte pugna política y discursiva por la primacía para influir en su nueva dimensión, sus características y su liderazgo.
El reto alternativo es fortalecer una confrontación popular democratizadora, con arraigo social, frente al poder establecido, y rearticular una dinámica colaborativa de base y de proyecto transformador, que constituya el fundamento para ensanchar ese campo sociopolítico y electoral diferenciado.
Se trata de la participación democrática y la pugna ideológica y discursiva por la vertebración y la hegemonía legítimas con procedimientos organizativos desde el respeto a la pluralidad, la democracia y la negociación de acuerdos y políticas comunes en beneficio de las mayorías populares.
La conclusión es que frente al declive representativo y de influencia de la izquierda alternativa, la solución vendrá de abajo, y los liderazgos deberán demostrar su capacidad para articular una dinámica transformadora y democrática, en condiciones desfavorables. Su renovación y ampliación procederá de la confluencia de la experiencia de acción popular, la articulación democrática y la cultura crítica de una nueva generación, con los valores de libertad, igualdad y solidaridad.
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