Opinión
Genocidios y "los de arriba"

Por Leila Nachawati
Doctora en comunicación y conflicto, profesora en el departamento de Comunicación de la Universidad Carlos III. Autora de 'Cuando la revolución termine'.
No pasa un solo día sin que reciba varias peticiones de ayuda desesperada desde Gaza. En todas mis redes sociales, a través de menciones o mensajes directos, usuarios gazatíes piden una contribución para dar de comer a sus hijos, para comprar víveres o medicamentos en un contexto de asedio y hambruna provocada.
Me obligo a mirar las fotos del antes y el después: rostros que hace dos años rebosaban salud y vida hoy parecen espectros. Pienso en cuántas solicitudes como estas les llegarán a artistas de renombre internacional como Rosalía, Shakira, Harry Styles, Beyoncé o Maluma.
Un clic de una figura de su talla puede hacer que un producto se agote en tiendas, disparar las acciones de una empresa en bolsa, o que una familia asediada reciba donaciones suficientes para comer durante un tiempo. Ese mismo gesto puede servir para visibilizar su situación, poner nombre y rostro a injusticias insoportables, señalar a los responsables y remover conciencias (al menos, las de quienes aún la conserven).
Para quienes dudan de la veracidad de estas peticiones, para quienes se preguntan cómo distinguir las reales de las falsas, hay personas como la abogada Molly Shah haciendo un trabajo impagable de verificación de estas cuentas en redes como BlueSky.
El poder de los influyentes
El posicionamiento de figuras con visibilidad internacional opera en varios niveles. Por un lado, acelera la difusión de peticiones y moviliza recursos y solidaridad de un modo que con frecuencia supera cualquier respuesta institucional. En contextos de asedio y hambruna, esa movilización puede suponer la diferencia entre visibilidad y silencio, entre recibir ayuda inmediata o no. Además, puede contribuir a situar genocidios y crímenes contra la humanidad en la agenda pública como cuestiones de derechos humanos y justicia universal, cuestionando marcos que los presentan como conflictos inevitables, o como disputas religiosas o identitarias que distraen de lo esencial. Como señala Andrew F. Cooper en Celebrity Diplomacy, el marco desde el que se cuentan los hechos condiciona qué estamos dispuestos a aceptar que se les haga a los otros y qué no, y las llamadas celebrities desempeñan un papel clave en ese sentido.
Esta capacidad de influencia choca con la idea de que son los representantes políticos los únicos que tienen el poder, la capacidad o la responsabilidad de frenar sistemas injustos. Precisamente a este lugar común se acogió Rosalía tras ser señalada por el diseñador Miguel Adrover, que se niega a vestir a figuras públicas que no se posicionen en contra del genocidio.
"Las críticas deben ser hacia arriba, contra quienes tienen el poder. No entre nosotros, no horizontalmente", insistió Rosalía. Lo cierto es que una artista de su proyección internacional, uno de los referentes musicales de este siglo, con un patrimonio millonario y una enorme plataforma, está mucho más "arriba" en su capacidad de influencia y presión que la mayoría de representantes políticos.
Lo dicen alto y claro activistas palestinos como Renad from Gaza, la niña gazatí que dedica sus redes sociales a cocinar recetas con los poquísimos ingredientes que han ido entrando en la Franja en estos dos años. "No dejéis de hablar de Gaza", insiste casi a diario. Una petición que nos apela a todos, más si cabe a quienes disponen de grandes plataformas desde la que ampliar las voces y las realidades de los gazatíes.
Los genocidios no se frenan sin presión social
Nada de esto es nuevo. Los genocidios, los apartheids y todos los sistemas de opresión no se frenan por sí solos: lo saben bien quienes lucharon contra el apartheid en Sudáfrica, que demostraron que la presión social, tanto local como internacional, funciona. Campañas de boicot económico, señalamiento público de los responsables, exigencias a gobiernos y empresas para que rompan relaciones con estados opresores han sido decisivos en nuestra historia reciente. En esa presión, voces con proyección global desempeñaron un papel que ningún gobierno por sí solo hubiera podido replicar.
Miriam Makeba, cantante sudafricana exiliada por su lucha por la igualdad, llevó la denuncia del apartheid a foros de Naciones Unidas y a escenarios multitudinarios. Harry Belafonte no solo financió el movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos, sino que apoyó públicamente a Nelson Mandela cuando todavía figuraba en listas internacionales de terrorismo. Nina Simone y Aretha Franklin, cada una desde su plataforma, pusieron su voz y su imagen al servicio de esa misma lucha, cantando, denunciando y animando a otros a sumarse.
El patrón se repite en otros contextos: en plena guerra contra Vietnam, John Lennon convirtió su fama en un altavoz contra las atrocidades cometidas por su país. El legendario boxeador Muhammad Ali se negó a tomar parte en esa guerra, asumiendo la pérdida de títulos y enfrentándose al sistema judicial. Más recientemente, el jugador de fútbol americano Colin Kaepernick arriesgó su carrera en la NFL por denunciar la violencia policial y el racismo sistémico.
Cuando figuras con alcance masivo se implican en causas que nos atañen a todos, multiplican la presión social, internacionalizan las luchas y aceleran cambios que de otro modo podrían tardar décadas o no llegar nunca.
Hoy, en plena quiebra del sistema internacional y de derechos humanos, con una impunidad creciente propiciada por Israel y el resto de grandes potencias, es más importante que nunca que quienes tienen influencia y grandes plataformas no vivan al margen de las tragedias que sacuden a la humanidad. Que no elijan el silencio cómplice, que no deleguen la responsabilidad de todos en “los de arriba”. Que no den la espalda a episodios tan oscuros y vergonzosos en este siglo como lo fueron los más oscuros y vergonzosos del siglo pasado.
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