Opinión
La mafia o la camorra

Por David Torres
Escritor
-Actualizado a
No deja de ser curioso que los participantes de la manifestación del domingo, y muy en especial los protagonistas, creyeran que en la disyuntiva “mafia o democracia” ellos representaban lo segundo. Hay que dar un verdadero triple salto cerebral sin red —ni neuronal, ni de las otras— para pensar que un partido con más citas judiciales que fechas en el Calendario Zaragozano está capacitado para dar lecciones de democracia a nadie. En primera fila iban un señor amigo íntimo de un narco, una señora con todos sus alrededores familiares plagados de corruptelas y otro señor que tenía en el Gobierno a Rato, a Matas y a Zaplana, pero que lo mismo podía haber tenido al Torete, al Vaquilla y a la banda del Moco. Pensándolo bien, seguro que habríamos pasado menos vergüenza y nos habría salido más barato.
Acabo de ver una película, The Alto Knigths, que les recomiendo encarecidamente pasar por alto a menos que se atengan a las consecuencias. Quiero decir que hay que verla como si fuese una comedia involuntaria. El problema no es que Barry Levinson crea que puede imitar al Martin Scorsese de Uno de los nuestros (ya ni siquiera Scorsese puede, como ha demostrado sobradamente con sus últimos bodrios), ni que Robert De Niro interprete dos papeles como si fuese Joaquín Reyes con doce kilos de látex en la napia. El problema es que Levinson pensaba que estaba filmando una película histórica sobre la mafia neoyorquina en los años 50 y le ha salido un documental alegórico sobre la democracia española en las últimas décadas.
Me explico. The Alto Knigths narra la rivalidad entre Vito Genovese y Frank Costello, dos mafiosos pata negra que tienen distintas formas de encarar el negocio. Genovese (quien, como su propio nombre indica, simboliza a Génova 13) no se corta un pelo a la hora de hacer cosas de mafiosos: asesinar, pegar palizas, amedrentar a testigos, mentir descaradamente en un tribunal, trincar a manos llenas. Vamos, que Genovese podía haber llevado la gestión de la Gürtel, la Púnica, la Lezo, la contabilidad de Bárcenas y las residencias de la Comunidad de Madrid si no estuviese tan ocupado con las apuestas ilegales y el tráfico de drogas.
En las últimas revelaciones de los audios de Villarejo, que son como los Episodios nacionales de Galdós, pero entre eructos y cloacas, se escucha a Cospedal decir: “Al fiscal Grinda hay que matarlo”. Sin embargo, a ningún juez se le ocurre investigarlo, no vaya a ser que se tropiece con una cabeza de caballo. Fijo que llevan a declarar a Cospedal y dice que estaba cantando una letra de reguetón. En cuanto a lo de enviar un cura de fogueo con una pistola de fogueo a la casa de Bárcenas no se le ocurre ni a Mario Puzo tras zumbarse un habano de fentanilo entre pecho y espalda.
Por el otro lado, Ferraz Costello es uno de esos mafiosos respetables que ha decidido abandonar los malos modos, fingir lo que no es y dedicarse a la política. Sin embargo, sigue manteniendo los trapos sucios bajo cuerda, los Ávalos, los Koldos, los hermanos, la esposa y las compras y ventas de armas a una caterva de genocidas que llevan la estrella de David cuando actúan desde hace décadas bajo la impunidad de la bandera pirata. Elegir entre Vito Genovese y Ferraz Costello es como elegir entre la camorra o la mafia, es decir, el chungo en chándal montado en una moto o el chungo trajeado con una rosa en la solapa.
Para que no quepan dudas, en la película De Niro interpreta ambos papeles con una desgana similar, consciente de que no se parece ni a Costello, ni a Genovese sino a sí mismo con doce kilos de látex en la napia. Lo mismo podía haber interpretado también a los demás capos, a los fiscales, a los jueces, a las esposas, a los polis y a los camareros, como en una de esas absurdas comedias de Eddie Murphy. La película habría ganado mucho, la verdad, y De Niro ni te cuento, pero en España nos sobra presupuesto para seguir con nuestro bipartidismo en cinemascope.
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