Opinión
Mazón, prefijo 7291
Por David Torres
Escritor
Pese a que teóricamente el estado autonómico lleva funcionando desde 1979, nunca tuve claro hasta qué punto las distintas autonomías son autónomas. Es una ignorancia que, por lo visto, comparto con un buen montón de españoles, entre ellos varios presidentes autonómicos, los cuales no saben muy bien para qué les votaron, aparte de para vivir de la sopa boba como príncipes consortes. Hay que entender la angustia que supone cobrar un pastizal inmenso sin tener la menor idea de por qué, como si te tocara la bonoloto cada mes. Es normal que esta gente vaya a trabajar con el mismo recelo del alumno que va al colegio sin haber abierto un libro en su vida, confiando en que no le caiga un examen sorpresa.
A Carlos Mazón le cayó uno el martes 29, un día que ni siquiera había acudido a clase. Entre las excusas que ha soltado para disculpar no ya su incompetencia sino su absoluta dejadez de funciones, hay un variado ramillete de contradicciones, inexactitudes, necedades y trolas a las que han contribuido no poco su jefe de partido, sus aliados de gobierno y sus medios de cabecera. Los periódicos de derechas y de más allá de las derechas (tampoco es que haya mucha diferencia) han presentado a Mazón en diversas poses de inocencia, un catálogo de invenciones en el que, a medida que las certezas afloraban, un bulo sustituía al anterior. El retrato robot que se desprende de esas publicaciones, después de ocho o nueve portadas, es el de un inútil a tiempo completo, un incapaz, un sordo vocacional, un papanatas que ni siquiera es consciente de en qué consiste su propio cargo. Tal vez la última línea de defensa de Mazón es declarar que no sabía que él era presidente de la Generalitat Valenciana.
La culpa fue de la AEMT, por no avisarle con palomas mensajeras; de la UME, por estar a por uvas; de Pedro Sánchez, por andar por ahí de viaje; de Marlaska, por no aplicar el artículo 155 y enviar los tanques a pasear por València como en los viejos tiempos de Milans del Bosch; de la DANA, por no hacerle caso y empeñarse en arrasar la región en vez de marcharse a Cuenca, como le aconsejó el propio Mazón en una comparecencia pública. Después de arduas investigaciones y un auténtico vendaval de paparruchas, se ha descubierto al fin que Mazón estaba comiendo con una periodista, Maribel Vilaplana, a la que pensaba ofrecerle la dirección de la televisión pública autonómica.
Por unas cosas y otras, entre paellas y croquetas, el gran jefazo llegó dos horas tardes a la reunión de emergencia convocada a las cinco de la tarde. Ya se sabe que los almuerzos del PP se alargan mucho: no hay más que recordar que a Mariano casi tuvieron que echarlo a patadas del restaurante donde se atrincheró a comer el día de la moción de censura. En València, la reunión de emergencia ya llevaba mucho retraso, tanto que hasta decidieron seguir esperando a Mazón cuando la riada ya empezaba a inundar pueblos y arrastrar coches. Lo esencial era que no se le cortara la digestión al president.
Un día después, el miércoles, Feijóo declaró que Mazón le había ido informando puntualmente, desde la primera hora del martes, del desarrollo de los acontecimientos. Este fin de semana, Mazón advirtió que no se había enterado de nada porque no tenía cobertura. Esta discordancia telefónica explica la presencia de Iker Jiménez y sus parapsicólogos de guardia en la zona de la catástrofe: fueron ellos quienes establecieron la comunicación entre Mazón y Feijóo mediante vía telepática a través del prefijo 7291. A fin de cuentas, cuando sus mandos sanitarios establecieron un protocolo de eutanasia forzosa para los ancianos en las residencias, Ayuso tampoco estaba enterada de que el gobierno de la Comunidad Autónoma de Madrid estaba a su cargo. Tampoco importaba mucho, porque, como dijo tiempo después, “se iban a morir igual”. Con Mazón, los valencianos todavía han tenido suerte, primero, de que no se pusiera a cantar, y después, de que no les enviara una brigada del bombero-torero.
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