Opinión
Morir sin justicia

Por Toni Mejías
Periodista
Lamentablemente, la historia está llena de personas que fallecen sin que la justicia responda. Una larga espera que, muchas veces, no depende de ti y en la que se supone, según te han dicho, debes confiar. Una falsa calma que erosiona, que agota, que distorsiona la realidad, que pone en pausa tu vida y, a la vez, le da una razón de fuerza mayor para continuar. Dicen que hay que creer en la justicia, pero la historia sigue dejando dudas y cada día cuesta más encomendarse a ella.
No quiero hablar en este caso de las sentencias que esperamos sobre personas que han provocado daños en otras miles, aunque también es una forma de generar desconfianza y desasosiego. Dictadores como Franco o Pinochet murieron en la cama sin rendir cuentas y todavía sus seguidores pueden alabarlos con total impunidad. Los expresidentes José María Aznar y Felipe González siguen con las manos llenas de sangre, rodeados de corrupción y libres para creerse referentes y guardianes de la moral y la verdad. Manuel Fraga, con asesinatos en su currículum, no solo se permitió creerse demócrata sino que fue enterrado con honores de Estado en lugar de morir solo en una celda como debería haber sido en un país justo y avanzado. Son muchos los casos en los que la justicia mira para otro lado ante los poderosos. La cárcel está llena de pobres que roban para comer, no de quienes roban para que tú no comas.
Pero en este artículo me quiero centrar en quienes reclaman justicia para sus familiares y anteponen otras necesidades y motivaciones vitales para poder cerrar heridas, pasar página y que la razón venza al silencio. Tenemos el ejemplo de tantos familiares que esperan encontrar a sus seres queridos en cunetas o en fosas comunes y poder darles un entierro digno. Que ven cómo sus verdugos les ponen obstáculos continuamente por el camino y hablan de concordia en un país donde miles de vecinos siguen con sus huesos apilados y enterrados donde quisieron los que apretaron el gatillo. ¿Qué justicia es esa? También el ejemplo de las víctimas del metro de València, del Alvia, de Spanair… de supuestos accidentes provocados por negligencias y donde, normalmente, buscan un chivo expiatorio al que cargarle el muerto, nunca mejor dicho, y cerrar el expediente con los culpables libres y siguiendo en puestos de poder y decisión.
También podemos hablar de Pilar Manjón, madre de una de las 193 víctimas del 11M y presidenta de la Asociación 11-M Afectados del Terrorismo entre 2004 y 2016 y que ha tenido que soportar durante años que la insulten, que cuestionen que su hijo fuera en ese tren, que mintieran sobre la autoría de los atentados y que el responsable moral y judicial siga respondiendo con chulería cuando se le habla de su participación en la guerra de Irak y sus consecuencias. Más recientemente están las víctimas de la DANA de València que todavía con personas desaparecidas, con viviendas y bajos por arreglar y con más de 200 muertos mientras el principal responsable estaba disfrutando de una sobremesa eterna, deben ver cómo condecora a los policías que le escoltaron ese día en el que no estaba donde la situación lo requería. Cómo no solo no dimite, sino que reparte culpas, se limpia las manos y todo con prepotencia y soberbia. Sin reunirse con las víctimas, sin pisar la zona cero. Sin que haya justicia de momento. Una vez más.
Principalmente, no quiero olvidarme de Maribel Permuy, madre de José Couso, periodista asesinado por EEUU en la guerra de Irak en el año 2003, y que falleció anteayer esperando que la justicia hiciera responder a los responsables ante sus actos. No fue un accidente la muerte de José, no fue consecuencia de estar cubriendo una guerra, fue premeditado. Se buscaba silenciar a la prensa ante un conflicto bélico desigual y sin respaldo internacional. Se sabía perfectamente que en ese hotel estaba la prensa, no ningún terrorista. Se disparó a conciencia de qué se hacía, pero también a sabiendas que no les pasaría nada. Y así ha sucedido a lo largo de los años. Aznar quiso comprar el silencio de la familia Couso con una medalla y dinero, pero no lo aceptaron. Después vinieron gobiernos de distintos colores, pero la respuesta fue la misma: silencio y complicidad. Pero Maribel, acompañada de sus hijos, no desistió nunca y peleó en todas las instancias e instituciones para que hubiera justicia y, por fin, tanto José como ella pudieran descansar.
Se ha marchado como tantas otras personas sin respuestas, pero conocedora de que tiene la razón. Ha sido ejemplo de madre coraje y de que la única lucha que se pierde es la que se abandona. Sabiendo que su familia seguirá con la causa hasta el último de sus días y el último de los resquicios aun a sabiendas de que casi seguro no consigan nada. Gracias a todas las personas que dedican su vida a que exista un mundo más justo con todo en contra. Muchas fallecen sin la justicia deseada, pero que sepan que han ayudado a que este infierno sea más respirable y que brote alguna flor entre el fango. Gracias, Maribel.
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