Opinión
El país más fanático del mundo: la cruzada de Trump

Por Noelia Adánez
Coordinadora de Opinión.
-Actualizado a
Las imágenes del memorial en el que decenas de miles de personas y prácticamente la totalidad de los miembros del Gobierno de Donald Trump rindieron tributo al influencer ultra Charlie Kirk el pasado domingo en Arizona, no son fáciles de asimilar. Y los discursos que pronunciaron distintas personalidades públicas y representantes políticos en el evento tampoco son fáciles de escuchar. Porque aunque el fanatismo religioso y la violencia son consustanciales a la historia norteamericana, también lo es la idea de que la democracia es sagrada y de que su esencia, de algún modo, tiene que ver con el pluralismo y la tolerancia, siempre dentro de los límites de la cultura norteamericana.
Si bien es cierto que dentro de esos límites cupo el racismo estructural y la marginación de la población negra y nativa americana durante décadas, también lo es que una vez cuestionado el supremacismo blanco, a partir de la década de los años sesenta, Estados Unidos fue adoptando un rumbo político proclive a la integración y la convivencia. Momentos como los que dejó el asesinato de George Floyd y el consiguiente movimiento Black Lives Matter atestiguan que cuando Estados Unidos se ha apartado de un rumbo que imponía avances en la protección de los derechos de los afrodescendientes y otras minorías-siempre insuficientes, siempre demasiado lentos-, la sociedad civil ha obligado a una rectificación.
Y en esas estaban e incluso continuaban durante el primer mandato de Donald Trump. En su segunda presidencia, de la que ni siquiera se ha cumplido un año todavía, las cosas son ya de otra manera.
Desde que llegó al poder, Trump se afana en llevar a cabo un proyecto de consolidación de sus poderes autocráticos al tiempo que tanto su persona como sus políticas van perdiendo apoyo y respaldo popular. Trump está en una carrera por acaparar poder y autoridad antes de que la sociedad civil o miembros del establishment que ahora se sienten intimidados o que simplemente esperan favores a cambio de seguir las órdenes del mandatario, le retiren su apoyo o empiecen incluso a cuestionarlo activamente. Por eso, un evento como el de Arizona tiene en este momento una enorme importancia, porque en él ha quedado fijado un marco de confrontación que pretende convertir la deriva autocrática de Donald Trump en una verdadera 'cruzada'.
En nombre del cristianismo de tintes evangélicos que presidió el memorial, se señaló como enemigo insistentemente a lo que el presidente norteamericano llama “izquierda lunática”, que no amenaza a la democracia (palabra que brilló totalmente por su ausencia en todas y cada una de las intervenciones que se escucharon), sino a los valores cristianos de patria, familia y dios e, incluso, tal y como defendió Don Trump Jr. en sintonía con los postulados de Kirk, a la mismísima civilización occidental.
El control de Trump sobre el poder se está aflojando, por eso necesita explicar su proyecto como una gesta que va más allá de sus ambiciones inmediatas e incluso más allá de los Estados Unidos con los que los MAGA sueñan. Ya no se trata únicamente de hacer América grande otra vez, sino de hacer de Estados Unidos el bastión de una civilización en peligro, de un orden evangélico y evangelizador que se funda en una versión muy concreta de la palabra de Cristo.
En Estados Unidos los precios de los alimentos aumentaron en agosto de 2025 a la velocidad más rápida desde el pico de la inflación pospandémica de 2022. El crecimiento del empleo se ha estancado por completo; casi dos tercios de los estadounidenses desaprueban las subidas indiscriminadas de aranceles (la medida económica emblemática de Trump); el ataque de su Administración a la vacunación de la población infantil es cada vez más impopular, entre otras razones, por el repunte de enfermedades casi erradicadas como el sarampión; las deportaciones no solo son inaceptables desde un punto de vista de los derechos humanos, sino también desde una perspectiva económica; el sistema de justicia americano se están resintiendo en su totalidad; y la censura, con despido de por medio a celebridades como Jimmy Kimmel o Stephen Colbert, está evidenciando el nerviosismo de Trump y su necesidad de consolidar esta deriva autocrática antes de las elecciones de 2026, que está haciendo todo lo posible por evitar que tengan lugar en condiciones de verdadera libertad.
Trump aseguró en Arizona que, a diferencia de la esposa de Kirk, quien otorgó públicamente su perdón al asesino de su marido, él odia a sus adversarios políticos. Alguien que odia a sus adversarios desde una posición de poder como la que ostenta el presidente de los Estados Unidos, alguien con una vocación tan evidente de devenir en un autócrata y dejar de ser el líder de un sistema democrático, es un verdadero peligro. Trump afirmó el pasado domingo que gracias a él Estados Unidos se había convertido en “el país más sexy del mundo”. De momento, lo que es seguro es que necesita que sea el más fanático para conseguir el respaldo de quienes se adhieren al discurso de “dios, patria y familia” y a la demonización de una “izquierda” a la que se está empezando a perseguir como en los años más oscursos de macartismo.
Comentarios de nuestros socias/os
¿Quieres comentar?Para ver los comentarios de nuestros socias y socios, primero tienes que iniciar sesión o registrarte.