Opinión
Un premio para Netanyahu

Por Noelia Adánez
Coordinadora de Opinión.
-Actualizado a
La historia real no coincide con sus representaciones abstractas. Esto escribe el historiador Enzo Traverso, de quien no dejamos de extraer importantes lecciones, no solo para interpretar nuestro pasado, sino también para explicar nuestro presente y tratar de encontrar, en medio de lo que hace unos días la escritora Cristina Fallarás describía como un generalizado estado de desorientación, un atisbo de futuro.
La historia es narración y comparación, pero es imposible e inútil hacer estas operaciones sin precisar el significado de los conceptos de los que nos valemos para escribirla y comprenderla. En cierta medida, la desorientación que Fallarás mencionaba guarda relación con la dificultad de fijar conceptos: democracia, humanidad, violencia, genocidio, verdad … han quedado expuestos como la estructura derruida del edificio de una época que ha saltado por los aires.
Nuestro paisaje teórico es ruinoso, por lo que nuestra capacidad para comprender se ve mermada. Como lo está también nuestra capacidad para sentir una rabia y un dolor más que justificados, para albergar este tipo de afectos y actuar de un modo consecuente. No es únicamente la saturación de imágenes de criaturas gazatíes desnutridas, otrora mutiladas, lo que nos adormece, es también la imposibilidad de ponerle a lo que sucede un nombre con implicaciones; de describir lo que ocurre de forma que tenga consecuencias.
Se ha discutido durante meses si lo que Israel estaba haciendo en Gaza era un genocidio. A estas alturas ya nadie puede dudar de que eso exactamente es lo que el Estado israelí, con el gobierno de Benjamin Netanyahu al frente, está llevando a cabo en la Franja: un genocidio. El problema es que admitir que esto es así, no parece implicar gran cosa.
A principios del mes de agosto, Netanyahu anunció que se completaría la ocupación de la Franja con la toma de ciudad Gaza, a pesar de la oposición de las familias de los rehenes y de algunos de sus mandos militares. Hasta Alemania, en un gesto tan ridículo como ineficaz, proclamó que cesaría el comercio de todas aquellas armas que Israel pudiera utilizar en Gaza.
Ayer, Israel bombardeó el hospital Nasser al sur de Gaza. Su ejército asesinó a varios periodistas (y ya van 244), mientras continúa empleando el hambre como arma de guerra contra la población civil.
La impunidad absoluta con la que Israel está llevando a cabo este genocidio, hace que la palabra misma pierda la posibilidad de albergar algún tipo de contenido jurídico. En adelante, el genocidio no solo refiere el exterminio de los palestinos de Gaza, sino también la incapacidad del mundo para actuar frente a este acontecimiento. Una incapacidad dolosa y culpable, y si no, miren a Europa.
Mario Draghi escribe estos días, en una carta abierta a los ciudadanos y ciudadanas de la UE impregnada del espíritu del célebre Informe que presentó hace justo un año, que el euroescepticismo ha crecido a un nivel y a un ritmo hasta ahora desconocidos. ¿Por qué será? La UE se ha mostrado cómplice con Israel, mientras aceptaba de un modo cobarde y vergonzante los aranceles americanos y las imposiciones de Trump con relación al gasto militar y al coste de una guerra -la de Ucrania- en cuyos eventuales acuerdos de paz ni Rusia ni los Estados Unidos le han invitado a participar. Europa carece por completo de relevancia geopolítica y ha perdido toda credibilidad moral. La Unión Europea se ha revelado como lo que siempre ha sido: una organización aglutinada en torno a la unidad monetaria, gestionada por unas elites y una burocracia muy distanciadas de las necesidades de los pueblos e incapaz de generar ningún tipo de adhesión en torno a su heterogeneidad política y cultural.
La Unión Europea ha existido, por encima de cualquier otra cosa, como garante de la unión monetaria para la que Dragui tanto trabajó y que ahora admite que, tal vez, resulte insuficiente para justificar la existencia de una organización supranacional en Europa. Según él, Europa debe propiciar una mayor integración a través del reforzamiento de la competitividad, la emisión de una deuda común y el desarrollo de la celebérrima autonomía estratégica.
Draghi, un economista cuya trayectoria y planteamientos se resume en la entrega de la soberanía y los intereses populares a actores e instituciones monetarias del tipo de Goldman Sachs (de la que fue vicepresidente por Europa), el Banco Mundial (que presidió) o el Banco Central Europeo (que presidió también), recibió hace pocos meses el Premio Princesa de Asturias a la Cooperación Internacional. Así que, sinceramente, no veo porqué Donald Trump no puede conseguir el Nobel de la Paz que tanto anhela ni, ya que estamos, porqué Netanyahu no podría optar al premio de los Derechos Humanos que otorga Naciones Unidas, la organización que jugó un papel tan determinante en el reconocimiento del Estado de Israel. Fuera caretas.
Comentarios de nuestros socias/os
¿Quieres comentar?Para ver los comentarios de nuestros socias y socios, primero tienes que iniciar sesión o registrarte.