Opinión
Ejercicios voluntarios de desorientación

Periodista y escritora
Define la RAE "desorientar" como "hacer que alguien pierda la orientación o el conocimiento de la posición que ocupa geográfica o topográficamente". Estar desorientada significa que una persona "se encuentra en un estado de confusión que le impide percibir claramente dónde está, qué hora es o quién es". Por el momento, nos queda clara la hora en la que vivimos porque los relojes permanecen en marcha. El resto, no lo sé.
Llevo días, quizás semanas o más, buscando la palabra para definir el estado en el que me encuentro. No sólo el mío, el estado en el que se encuentran muchas de las personas con las que mantengo una conversación larga, de años, que me acompaña; también aquellas que leo habitualmente. Pensé que era desánimo, porque pasé —pasamos— por un desánimo hondo y largo como el fracaso de aquello que creímos construir y solo era un espejismo. Los brutales retrocesos en materia de migración dentro de la Unión Europea desde años antes de la pandemia —por poner fechas, sirve el establecimiento de la Agencia Europea de Fronteras en 2016—, las acciones letales en las propias fronteras de España, el avance de los movimientos ultras y, por encima de todo, el inicio del genocidio en Palestina nos sumieron a muchas en un abatimiento sin frutos. Pero no era eso, o no exactamente.
La devastación ha ido avanzando hasta "lo insoportable" en Gaza mientras la UE se convierte en cómplice, pero lo soportamos. Usar el término "insoportable" para algo con lo que se convive —o sea, que se soporta— nos sitúa en un lugar falso. Somos conscientes en todo momento de que maleamos los términos, los pervertimos, y con ello nuestra propia percepción sobre nosotras mismas. Poco a poco nos hemos ido instalando ahí, en un lugar que describimos no sé si mintiendo, pero sí haciéndonos trampas. Tal situación provoca una incomodidad contra la que no se puede luchar sin aceptar nuestra propia mentira, algo que no parece que vaya a suceder.
Una dice: "Lo que sucede en Gaza es insoportable", y probablemente lo siente así. Pero desde el momento que también siente que no puede hacer nada para enfrentarlo, para combatir dicha situación, y sin embargo sigue con su vida como si tal cosa, pasa a colocarse en ese lugar falso. Es falso porque no llama a las cosas por su nombre, las enmascara. Resulta un lugar desconocido porque existe una voluntad de des-conocerlo.
¿Dónde estamos, pues? En este momento creo que, voluntaria o involuntariamente, no sabemos responder a esa pregunta. Es decir, estamos desorientadas. Pero además tampoco sabríamos responder al "quiénes somos", otra característica propia de la desorientación: "Un estado de confusión que le impide percibir claramente dónde está, qué hora es o quién es".
Echemos mano del mapa ideológico/ético o político en el que solíamos situarnos para organizar la vida en común: izquierda, derecha, centro etcétera. Es uno de los ejes que nos sirve de apoyo para identificarnos; como el eje de lo bueno/lo malo o el de lo legal/lo delictivo, que también sirven en este punto. Quienes creyeron en algún momento que Europa podría representar una unión de países tendentes a lo que se llamó socialdemocracia —búsqueda de la igualdad social en el marco capitalista— imagino que deben de encontrarse en serios aprietos para sostenerlo. Hace un par de meses, distintas organizaciones y personalidades bienintencionadas hicieron un llamamiento a reivindicar la idea de "Europa" como marco democrático y de derechos comprometido con la libertad. Recuerdo que, cuando recibí el manifiesto, me pareció que hablaban de un lugar que no existe.
El ejemplo más duro de desorientación lo estamos viviendo en estos momentos es la forma en la que algunos países reprimen a quienes se manifiestan contra el genocidio perpetrado por Israel. De golpe vemos cómo, en Inglaterra o Alemania, las personas que se oponen al genocidio y la masacre son consideradas "terroristas", se les apalea, se les detiene y se les amenaza con penas de prisión. ¿Quiénes son esos que reprimen sino aquellos que representan a la ciudadanía, democráticamente elegidos? ¿Quiénes son los que guardan silencio ante la masacre sino nuestros representantes?
Sólo respondiendo a esas preguntas con sinceridad podremos empezar a saber quiénes somos y dónde estamos. De verdad. Para ello me parece imprescindible llevar a cabo un ejercicio de sinceridad con nosotras mismas. Aquello que se construye sobre el asesinato, la devastación y el latrocinio —o sea, la UE—, sobre la represión y una letal y putrefacta "superioridad" blanca, jamás podrá fundar una construcción éticamente coherente. Una posibilidad sería empezar a desmontarlo minuciosamente, hacerlo con otros y otras, abrir este fortín macho que se siente invulnerable y, por encima de todo, llamar a las cosas por su nombre.
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