Opinión
Reclamar el odio

Por Noelia Adánez
Coordinadora de Opinión.
-Actualizado a
Siempre que pienso en Lauren Berlant, muerta en 2021, pienso también en Mark Fisher -que nos dejó cuatro años antes que Berlant- y no puedo evitar creer que a ambos nos los arrebataron enfermedades de algún modo conectadas al peso de sus respectivas clarividencias. Puede que solo sea superstición, pero también puede que yo necesite una cierta dosis de sugestión para tolerar, en este caso, dos pérdidas dramáticas, dos grietas insoportables por las que se escurre la posibilidad de entender cabalmente nuestro mundo.
Un año después de la muerte de la autora de El optimismo cruel, se publicó un libro póstumo de Berlant que a principios de 2025, la editorial mutatis mutandi se ha encargado de sacar con una pulcra traducción de Tamara Tanenbaum en castellano. El libro se titula Sobre la inconveniencia de otras personas. En este verano de pogromos, cacerías, persecuciones y genocidio, parece que es justamente en esto en lo que estamos: en la exacerbación política de los afectos negativos que nos despierta la irremediable inconveniencia del otro.
Como dice Lauren Berlant, cualquier clase de política implica que al menos un grupo se convierta en inconveniente para la reproducción del poder. Un poder, a su vez, que en lugar de canalizar reproduce inconveniencia, es un poder amenazante y totalizador. Un poder que mutila en lugar de matar para mantener el orden, goza imponiendo el teatro continuo de la inconveniencia de otras personas. ¿Acaso no es eso lo que está haciendo Israel al impedir que los gazatíes tengan acceso a la comida y a la ayuda humanitaria?; ¿al llevar a cabo un reparto insuficiente y negligente de esa ayuda con la colaboración, por cierto de la propia Unión Europea? Israel no solo extermina palestinos ante los ojos del mundo, sino que parece necesitar que algunos continúen parcialmente con vida (famélicos, mutilados, inermes) para hacerlos depositarios de la inconveniencia absoluta en la que el Estado sionista funda su supremacismo, su afán colonial, su propia esencia.
Y es que por el hecho mismo de existir, poblaciones históricas subordinadas son consideradas inconvenientes para los privilegiados que las convirtieron en tales. Y esto, exactamente, es lo que ocurre con las poblaciones migrantes. Pero no es la condición de desplazados de los migrantes lo que despierta el sentimiento de inconveniencia en nuestra Europa, es el racismo: es un tipo muy concreto de afecto que se experimenta como aversión y que se está teatralizando como conflicto. Los pogromos en Torre Pacheco -como los del pasado verano en Reino Unido- son exactamente eso. El conflicto no antecede a la persecución; es una mala gestión de la inconveniencia, una incapacidad por parte de las instituciones para generar las condiciones que hacen posible negociar los ajustes que la convivencia requiere, lo que termina por validar el discurso de los traficantes de contenidos en los que el odio teatralizado como drama violento es un actor protagonista.
Porque los pogromos no resultan de “estallidos de odio”; resultan de la pericia de unas élites (digitales y partidistas) para sentimentalizar la imposibilidad, de una determinada sociedad, de gestionar la inconveniencia. El odio no “estalla”; es la sociedad la que implosiona cuando las instituciones se desentienden de las necesidades de las poblaciones y la trama civil que sostiene lo comunitario carece de fuerza para seguir haciéndolo.
A veces, como sucede con las mujeres trans, la expectativa de inconveniencia puede ser un efecto de la especulación previa al movimiento que crea hipervigilancia, imágenes o escenarios en respuesta a encuentros potenciales recitados como un mantra a partir de, por ejemplo, un recorte del Daily Telegraph. Encontrarte con una mujer trans en el baño se ha convertido en una de las escenas más obsesivas y delirantes de cuantas ha creado la imaginación transfóbica. Aquí es la expectativa de inconveniencia, como diría Lauren Berlant, lo que directamente aflora un afecto -de aversión- antes incluso de que de facto aparezca. Esto es algo que facilita nuestra contemporánea sentimentalización (segunda vez que utilizo la palabra en este artículo) de la sexualidad y nuestro abandono progresivo de la realidad, mucho más habitable, de que el sexo es, quintaesencialmente, una inconveniencia.
La importancia de Sobre la inconveniencia de otras personas radica precisamente en que también es un libro acerca del encuentro con y el deseo de encuentro con otras personas, trata del problema del deseo vinculado al mantenimiento de relaciones a veces perturbadoras y de todo aquello que, en definitiva, es difícil de negociar, con nosotros mismos, con los demás, con el mundo.
En las clases que integran el volumen Deseo Postcapitalista, Mark Fisher se pregunta lo mismo que Deleuze y Guattari en El Anti-Edipo: “¿Se puede desear el fascismo?”. Es decir, ¿pueden los grupos subalternos ir en contra de su propio interés? Para responder a esta pregunta, Fisher analiza textos que contribuyen a esbozar una historia en la cual la conciencia de las clases trabajadoras quedó obnubilada por el resentimiento individual, identitario y antisolidario, dirigido no ya contra el capital ni contra los ricos, sino contra los inmigrantes, los profesionales, los periodistas, los académicos o los políticos.
La pregunta de Fisher es cómo es posible que las clases subalternas se identifiquen con los ricos y sientan un profundo resentimiento hacia los intelectuales, los políticos o los periodistas y la respuesta la tiene en parte Berlant: son los ricos, a través de un poder material o fantasmático, quienes instigan todos aquellos afectos negativos que moviliza la incapacidad de gestionar en un sentido positivo y no sentimental (tercera vez) la inconveniencia.
Y, aunque no lo dice Berlant, puede extraerse de la lectura de su libro: los dueños de tu odio, y los dueños de tu deseo, son hoy por hoy los ricos, por eso tus objetos importantes -aquello que deseas- son cúmulos de promesas, proyecciones y especulaciones del mundo que ellos necesitan sostener en nuestra contra, desposeyéndonos incluso de la capacidad de recurrir a la autodefensa, desposeyéndonos incluso de la capacidad de dirigir políticamente el odio hacia nuestros verdaderos enemigos.
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