Opinión
Ruiz Mateos disfrazado de sí mismo
Por David Torres
Escritor
José María Ruiz Mateos podría haber sido escritor, pero nunca habría superado su propio personaje. Hizo algo bastante más difícil que escribir novelas: protagonizar una saga a todas luces excesiva y tragicómica, una biografía escandalosa que mezclaba la payasada con la mística, el victimismo con el fútbol y el cómic con el martirio. Era la teleserie vital de Ruiz Mateos, que se escondía y reaparecía como el Guadiana y que aguantó décadas en antena. Una función interminable que fue del triunfo al descrédito y de la gloria a la cárcel, pero cuyos intermedios se estancaban durante años en los juzgados. En buena parte de esa función lo acompañaron, como en un circo ambulante, su mujer y sus trece hijos.
Era bastante difícil que Ruiz Mateos superase a su personaje porque, sobre el papel, entre las cubiertas de una novela, nadie se lo hubiera creído. Para creérselo hacía falta la seriedad de los periódicos, el cinema verité de los telediarios, la letanía inmisericorde del lenguaje jurídico. El día en que se disfrazó de Superman en la escalinata de los juzgados, recordó con uno de sus parlamentos estrambóticos que Clark Kent (el alter ego de Superman) trabajaba en la prensa. Abochornó a la profesión entera recordándonos que un periodista, si no es un superhéroe, es un payaso, y en venganza la profesión se dedicó de ahí en adelante a reírle las gracias (que fueron muchas y variadas) y las desgracias (que giraban siempre en torno al dinero, su sistema solar de empresas opacas, holdings, pagarés, testaferros y chanchullos astronómicos). Se equivocó al disfrazarse de Superman cuando el camuflaje que mejor le hubiera sentado era el de Batman, quien, al fin y al cabo, ya era millonario de fábrica. El dinero era su kryptonita particular. Cuanto más acumulaba, más alto se pegaba el batacazo.
Se disfrazó sucesivamente de empresario triunfador, de beato profesional, de abeja camorrista, de antisistema a capón, de superhéroe en horas bajas, de mártir narcisista y de presidente de club de fútbol -una subespecie que, de Jesús Gil a Lendoiro, y de Lopera a Florentino, merecería una enciclopedia del gangsterismo en diez tomos. Eligió el Rayo Vallecano, un pupas por antonomasia, porque el otro equipo pupas de la capital, el Atlético de Madrid, no hubiera sobrevivido a otro presidente estrafalario. Como Jesús Gil, como Roldán, como Mario Conde, como Rodríguez Menéndez, como tantos otros ejemplares fastuosos de la fauna ibérica, Ruiz Mateos resulta estrictamente inverosímil: demasiado fantástico para ser real, demasiado real para ser fantástico. Sin embargo él acentuó los términos grotescos de su ficción hasta que se extravió en su propia tienda de disfraces, sin saber ya si era la abeja o el beato, el empresario o el justiciero de película, el Opus Dei o el Opus Night. Se pasó media vida disfrazado de sí mismo y la otra media escenificando sketchs, convocando a los periodistas y alentando a las masas a una revolución de pacotilla, a ver si por lo menos le devolvían Rumasa. Tenía un archienemigo, Boyer, que nunca se lo tomó muy en serio, a pesar de que en aquella mítica refriega a capones perdiera algo más que las gafas. Sólo en un país de pandereta la gente podía creer en un hombre así hasta el punto de elegirlo eurodiputado, aunque fuese disfrazado de eurodiputado. Pero nunca acabó de encontrar el disfraz que le permitiera concluir la farsa en paz, la máscara que coincidiera punto por punto con su cara. Habrá que esperar al Juicio Final.
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