Opinión
Trump, un papi guay

"La muestra de la espada rota", uno de los relatos de G. K. Chesterton protagonizados por el padre Brown (1), se desarrolla en el siglo XIX, durante una batalla ficticia entre Reino Unido y Brasil en la que el general St. Clare comandaba un Ejército de 800 soldados de infantería británicos contra el general brasileño Olivier, un enemigo carismático y generoso. S. Clare había liderado dos o tres regimientos británicos en un ataque temerario contra las posiciones brasileñas en el transcurso del cual sus tropas sufrieron duras bajas y se vieron obligadas a rendirse. Olivier había concedido la libertad a los prisioneros, pero poco después St. Clare apareció ahorcado en un árbol, con la espada rota colgada del cuello. Años después, el padre Brown revela que St. Clare, en el transcurso de su carrera militar en India y África, había cometido actos de tortura, lujuria y corrupción, para acabar vendiendo secretos militares de Inglaterra a los brasileños. El mayor Murray, uno de los oficiales de St. Clare, descubre la traición y le exige que renuncie. St. Clare lo asesina, pero se le rompe la punta de la espada dentro del cuerpo del mayor. Haciendo un cálculo a sangre fría, ordena un ataque condenado de antemano, haciendo "una montaña de cadáveres para cubrir el suyo". Los soldados británicos supervivientes, liderados por el capitán Keith, deducen la verdad y linchan a St. Clare tan pronto como los brasileños se retiran.
¿Acaso Israel no está haciendo exactamente lo contrario que St. Clare, centrarse en uno (o algunos: Hamás) para tapar la montaña de cadáveres (los palestinos)? No. El Gobierno israelí está haciendo exactamente lo mismo que St. Clare, aunque con un giro importante. Esta apilando una montaña de cadáveres de palestinos para tapar uno. ¿Cuál? Aquí viene la sorpresa: el cadáver de la identidad judía. Atrapados mayoritariamente en la obsesión genocida, los judíos de Israel están cometiendo un suicidio colectivo en un sentido básico: abandonar la grandeza espiritual que caracterizaba su identidad. ¿Está Trump haciendo lo mismo? El suyo es el cadáver de la libertad y la democracia estadounidenses… Mientras escribo esto, puedo oír ya voces "izquierdistas" gritándome: "¿No eran ya de por sí 'la libertad y la democracia' occidentales una farsa hipócrita? ¿Acaso lo que ocurre ahora no es simplemente que se ha descubierto esa verdad?" Me parece que esta simplificación puede salirnos muy cara, si actuamos basándonos ella.
Nuestro edificio moral básico no solo es hipócrita (como siempre lo ha sido). Con la guerra de Gaza, ha perdido incluso la fuerza hipócrita de la apariencia. En ella y con ella, deja de contener su propia verdad para convertirse de hecho en apariencia sin más. Siguiendo este mismo argumento, Arundhati Roy comentó hace más de un año que si el bombardeo de Gaza continuaba, "la arquitectura moral de nuestro liberalismo occidental dejará de existir. Siempre ha sido hipócrita, lo sabemos. Pero incluso eso proporcionaba una especie refugio. Ese refugio se está desvaneciendo delante de nuestros propios ojos" (2). Lo crucial aquí es la idea de que, pese a su hipocresía (o, por qué no, debido a ella y a través de ella), el edificio moral liberal "proporcionaba una especie refugio".
¿Qué está sustituyendo a la "arquitectura moral del liberalismo occidental"? Por muy a regañadientes que nos sintamos obligados a aceptarlo, tenemos que darle al diablo lo que es del diablo: recientemente Donald Trump ha cosechado una serie de triunfos. El Tribunal Supremo ha reducido el poder de los jueces federales, dándole rienda suelta para gobernar por decreto; su "ley grande y hermosa" convertirá el sueño del MAGA en una realidad jurídica; las medidas contra los inmigrantes, que afectarán incluso a aquellos que tienen su situación regularizada y trabajan legalmente en Estados Unidos; la humillación de Europa, que ha decidido obedecer la sugerencia estadounidense de aumentar el gasto en defensa y abandonar todos los sueños de reconocer unilateralmente a Palestina para seguir el ejemplo de Estados Unidos en el conflicto de Oriente Próximo; y, por último, la imposición del alto el fuego entre Israel e Irán. ¿Cómo ha actuado para conseguir todo esto? Abandonando el sueño MAGA de centrarse exclusivamente en Estados Unidos y no inmiscuirse en los conflictos del resto del mundo, y descubriendo una nueva tarea de pacificador mundial, que no duda en imponer la paz mediante un bombardeo brutal. Ni siquiera finge actuar como igual entre iguales, o como juez imparcial. ¿Qué es, entonces?
"La OTAN ha hecho historia esta semana, acordando una subida enorme del gasto de defensa en la cumbre anual del miércoles. Pero ha sido el "bromance" entre el presidente Donald Trump y el secretario general de la organización, Mark Rutte, el que ha robado todos los focos. Mientras Trump comparaba a los adversarios de Oriente Próximo con "dos niños en un patio de colegio" que "no paran de pegarse", Rutte interrumpía, riendo: "Y a veces papi tiene que usar un lenguaje fuerte para conseguir que paren" (3).
Rutte olvidó incluirse a sí mismo –o a algunas de las principales figuras de la UE– en este conjunto de niños traviesos que necesitaban que un padre firme pero comprensivo les propinase unas azotainas: los países europeos no aceptaron subir su gasto militar al 5% hasta que papá les echó una fuerte reprimenda. Por desgracia, esta subida no ha servido para aumentar la autonomía de la Unión Europea, sino para someterla más que nunca al dominio estadounidense… Trump ha descubierto de este modo su función en el escenario mundial: un papá mundial que defiende la paz con una mezcla de premios y presión brutal, incluido el bombardeo terrorista. De hecho, actúa como un papá tendente a las excentricidades caprichosas, no limitado por las normas diplomáticas universalmente reconocidas, o simplemente por las reglas de la decencia común; que mezcla decisiones de sentido común con vulgaridades ocasionales, todo bajo el sello del realismo pragmático. Y quien da verdadera vergüenza en este asunto no es Trump, sino todos aquellos, como Rutte, que aceptan de buen grado este papel de adolescentes rebeldes esperando a que un padre severo los controle, y que abandonan la posición que deberían adoptar, la de líderes que defienden una política de principios como socios iguales en un diálogo. Recuérdese cómo humillaron Trump y Vance a Zelensky en el notorio enfrentamiento de la Casa Blanca. Mientras que Trump ejerció de papi guay (daddy cool) en estilo furioso, regañando a Zelensky por no querer la paz, nada más terminar el espectáculo este último se sometió desesperadamente a la autoridad de papi y declaró su amor a Trump y a Estados Unidos…
Recuerdo con enojo un éxito de mi juventud, Daddy Cool, de 1976 (interpretado por Boney M.), un caso ejemplar de canción que te persigue con su estúpida y repetitiva representación del disfrute, y cuanto más intentas librarte de ella, más vuelve: para mí, al menos, el mejor retrato musical de Trump. Como si de un papá se tratase, Trump prefiere abiertamente un hijo a otro (amenazando con reducir Teherán a escombros), su decisión económica puede basarse en el gusto subjetivo (le bajó los impuestos a Reino Unido, porque le gusta el país), aunque hay que admitir que al forzar el alto el fuego entre Israel e Irán desplegó cierta versatilidad, permitiendo al oponente salvar la cara. Recuérdese que Trump agradeció a Irán que hubiese informado con antelación a Estados Unidos de que iba a bombardear su base militar en Qatar, permitiendo evacuar a los soldados, y evitando así que hubiera muertes. Pese a toda su cháchara sobre la rendición incondicional de Irán, entendió que tenía que dejarle salvar la cara, permitiéndole efectuar un último ataque que quedara sin respuesta.
Por lo tanto, es cierto que Trump, como él dice, no quiere empezar conflictos, sino ponerles fin. Sin embargo, aunque consiga añadir otros "triunfos" a su lista, el papel de caprichoso papá pacificador se encontrará con claras limitaciones cuando sus oponentes rechacen sin más esa pose de papi guay. Ahora promete llevar la paz a Gaza, pero ¿qué puede ofrecerles a los palestinos que satisfaga también a Israel? En cuanto a Ucrania, con un oponente como Putin, las dos vías que le quedan a Trump son la de ejercer todavía más presión sobre Ucrania o dejar de involucrarse activamente. Por no mencionar a China, con la que Trump está inmerso en una verdadera guerra económica.
El problema es que la posición de pacificador pragmático adoptada por Trump, sus esfuerzos por abordar los problemas como si pudieran resolverse mediante negociaciones empresariales "realistas", es una farsa: las coordenadas de dicha posición vienen determinadas por adelantado por todo un conjunto de decisiones y exclusiones eminentemente políticas. Como en el caso de Irán, sus negociaciones pragmáticas son solo la otra cara de una exigencia de rendición incondicional.
Trump, como un papi guay mundial, nos anuncia así un mundo sin reglas claras y sin ningún principio ético básico, un mundo en el que el agente mismo que pretende controlar a unos hijos sorprendidos en altercados violentos actúa como una autoridad caprichosa e impredecible. En resumen, nuestro mundo se va pareciendo más a un manicomio en el que el paciente más fuerte se ha hecho con el control y ejerce de médico.
(1) G. K. Chesterton, "La muestra de la espada rota", en El candor del padre Brown.
(2) Arundathi Roy, "The siege of Gaza is a crime against humanity. The world must intervene".
(3) Holly Eliyatt, "How ‘daddy’ talk and Trump and Rutte’s bromance stole the NATO spotlight", CNBC, 26 junio 2025.

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