Opinión
¿De qué valores del deporte me habláis?

Periodista
Un abuelo de 68 años ha fallecido después de acompañar a su nieto, de 16, a arbitrar un partido de cadetes de balonmano que se disputó en diciembre del año pasado en el municipio pontevedrés de Sanxenxo. Su delito, cruzarse con un orangután, padre de una de las jugadoras, que decidió agredirlo cuando este hombre le recriminó meterse con las jugadoras del equipo contrario y con su propio nieto durante la celebración del encuentro. La sentencia fue un empujón fatal que lo mantuvo dos meses en la UCI hasta su muerte, el pasado lunes, y una familia rota de dolor ante la incomprensible barbarie de quienes practican el deporte de ir por la vida repartiendo hostias. La noticia caía esta semana como un jarro de agua fría no solo entre su familia y seres queridos (su hija ha dejado claro que no está dispuesta a aceptar el perdón del agresor), también en el mundo del balonmano gallego y en el del deporte base en general. El rechazo unánime tanto de la Federación Gallega de Balonmano como de los dos equipos implicados y de la corporación y vecinos de O Grove -municipio del que era vecino Andrés Rico, como se llamaba este señor- no puede alejarnos de una realidad: la violencia en el deporte base no es, ni nunca ha sido, un hecho aislado. Somos muchas las personas de mi generación que hemos asistido como espectadoras a partidos bochornosos entre adolescentes en donde los valores del deporte brillaban, únicamente, por su ausencia.
La semana pasada, la madre de una niña de 13 años que arbitraba un partido de prebenjamines de Segunda Fugal en A Coruña denunciaba en redes sociales que su hija había sido acosada y vejada “en manada” por los delegados y los entrenadores de ambos equipos, generando un clima de violencia entre los propios jugadores, niños de 6 y 7 años de edad. Unos días después del encuentro, Raquel leía un manifiesto de LaLiga en el estadio de Riazor en contra de la violencia en el deporte. Lo que más me sorprendió de algunos comentarios vertidos en redes sociales a raíz de este manifiesto, era la burla reiterada que hacían de la árbitro por ser, al parecer, demasiado blanda para dedicarse a arbitrar. “Esto es así siempre” y “si no aguantas los insultos y vejaciones, mejor dedicarte a otra cosa” fueron algunas de las perlas escritas en Instagram. Lo que debe de significar que si no estás dispuesta a pitar un partido siendo violentada (o violentado) no te queda otra salida que alejarte del deporte porque, al parecer, los hombres de cualquier edad sí están curtidos para tragar humillaciones y desprecios en el terreno de juego. Y si no lo están, que espabilen, porque para participar en los deportes de equipo tradicionalmente masculinizados el mayor entrenamiento al que algunos someten a sus jugadores e hijos es el de aceptar los valores de la masculinidad más gañana.
Cuando gana la Selección todo el mundo se refiere a los valores del deporte como si los mandamientos se tratasen, pero si analizamos más de cerca el comportamiento de muchos aficionados de los deportes de equipo más populares, vemos una ausencia total de esos valores. Insultar y agredir verbalmente a árbitros y jugadores está tan normalizado, que no hay más que ir al bar a la hora del partido para ver cómo hay tipos que se pueden pasar 90 minutos más prórroga, cerveza en mano, insultando a una pantalla. Tan normalizado, que no solo se insulta al oponente, sino también al jugador del propio equipo. El respeto al trabajo en equipo, la tolerancia, la empatía, la gestión de la frustración o la disciplina son valores del deporte de equipo, pero no son virtudes de las que hagan gala muchos simpatizantes. Ante este panorama, se vuelve inevitable que la tensión salte de las gradas al terreno de juego, en donde cada domingo, muchos menores de edad, son agredidos verbalmente por otros padres o por los suyos propios, por entrenadores y por compañeros.
Mientras se multiplican las campañas para que llevemos a nuestras hijas a deportes tradicionalmente masculinizados los niños y las niñas deportistas siguen sin tener el derecho a divertirse en espacios libres de violencia. Niños que, por cierto, no se desconectan de la violencia al salir del campo y que relacionan con otros que también sufren en sus carnes el acoso aprendido. Por eso, mientras las reglas del juego extradeportivo no cambien de verdad, seremos muchas las madres y padres que seguiremos dudando de la maravillosa oportunidad de ver a nuestras hijas vistiendo la camiseta de su equipo.
Espero que esta tragedia marque un antes y un después para que muchos vayan con la lección aprendida cuando se acercan a un terreno de juego. En el caso de Andrés, la jueza ya ha elevado el delito al que se enfrentaba el investigado, inicialmente procesado por lesiones, y que ahora será encausado por un homicidio imprudente. En el caso de la joven árbitra Raquel, la Federación castigó a los delegados de ambos equipos implicados por acoso y coacciones. Espero que, en todos los casos venideros, los equipos y las federaciones actúen de oficio y cuenten con las herramientas necesarias para poder expulsar de inmediato a cualquier persona que no tenga ni idea de los valores que dice defender, muy especialmente, en los encuentros entre menores de edad.
Mientras esos valores no se cumplan, los únicos abucheos de los que yo disfrutaré serán los que señalen a presuntos delincuentes sexuales que se lo pasan bien difundiendo videos de menores de edad.
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