Opinión
Con mi 'Verano Joven' hasta Teherán

Por Israel Merino
Reportero y columnista en Cultura, Política, Nacional y Opinión.
-Actualizado a
Gracias, Óscar Puente, por financiarme este verano unos buenos autobuses y trenes que sin tu ayuda no podría pillarme porque mi casero me extrae la renta; me mola que otra vez más, lo digo sin ironía, pueda pillarme un Alsa o una buena combinación de trenes de Media Distancia —AVE no me queda, niño— para ir a algún lugar masificado de España a instalar una tienda de campaña en la ilegalidad de la noche o a alquilar una decadente casa rural entre seis amigos en la que enciegarnos a Johnnie Walker con cosas. He estado bicheando las compañías de transportes que se adscriben al programa y hay cosas guapas; puedo ir de tranquis a algún puertito sereno cerca de Cádiz a comerme unas gambas rojas y escuchar a Camarón, o puedo calentarme de lo lindo e ir a Pamplona a dormir rodeado de pulgas y cachis pringosos en el masificado césped de cerca de la Ciudadela. Algo haré, supongo, aunque todavía no sé el qué; algo haré, supongo, porque igual no tengo otra opción que huir de las bombas de racimo que estallan a tres mil quinientos kilómetros de Madrid.
Me siento cínico, sucio, solo de pensar en viajar mientras allí fuera muere gente; me siento mal, como una garrapata o una bolsa o un contenedor en Villa de Vallecas. Yo no puedo hacer nada, no he provocado nada y no puedo frenar nada, pero ahí fuera hay gente eviscerada o con las pestañas empanadas en polvo mientras yo pienso en quemar el Verano Joven, que los 24 años duran poco. La sensación es más desagradable que agridulce, es tan irreal que duele, es como follar empapado en sudor mientras escuchas de fondo un telediario.
Llevo desde que mi tocayo genocida comenzó a masacrar gazatíes pensando qué podemos hacer nosotros no tanto para pararlo, porque poca fuerza tenemos, sino para proseguir con nuestras vidas. ¿Es justo que sigamos como si nada, pensando en las vacaciones de julio, en las bodas de nuestros amigos y en los niños que nacen e incluso en ese mar Mediterráneo en el que nosotros nos bañamos mientras la otra orilla se convierte en un desagüe de sangre?, ¿debemos frenar nuestras vidas y encerrarnos a llorar y enlutarnos como Bernarda y copular despacio y pidiendo perdón con un rosario en cada mano? El goce duele un poco cuando allí fuera solo piensan en sobrevivir, pero qué otra opción tenemos; es una puta mierda que nuestras vidas sigan como si nada mientras en el otro lado segan cientos cada día.
Probablemente cualquier palestino o iraní me escupiría en el ojo solo de leer esta columna narcisista y blanquitademierda, pero necesito que alguien escriba un libro de instrucciones para saber cómo gestionar este sentimiento horrible y de culpa que, lo digo otra vez, cabrearía a los dos millones que están sufriendo un genocidio en ese territorio que quieren limpiar de vida y al que quién sabe si quizá llegue el Verano Joven dentro de un lustro: reserve con su bono su vuelo con Trump Airlines a Palestina Land. Ya sabe que lo que pasa en Gaza City, da igual que sean limpiezas étnicas, se queda en Gaza City – infanticidios con fósforo blanco no incluidos en la promoción, consulte condiciones –.
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