Opinión
La voz de Hind: ¿es posible el futuro después de Gaza?

Por Octavio Salazar
Catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Córdoba y miembro de la Red Feminista de Derecho Constitucional
Hay películas que no solo se ven con los ojos. Hablo de esas raras ocasiones en que es todo el cuerpo el que es atravesado por la pantalla, de tal manera que los personajes y las historias recorren piel y glándulas, zarandeando desde el estómago hasta el corazón y hasta dejando los huesos y los músculos doloridos, como si hubiéramos subido una montaña bien alta. Son esas películas que se pegan a tus entrañas y permanecen latiendo durante días, como uno de esos virus que se adentran en nosotros y nos provocan fiebres extrañas. La voz de Hind es uno de esos largometrajes, una historia que, ahora, cuando escribo de ella, me revuelve las tripas y me activa las emociones que sentí en la sala oscura. En una noche de sábado en la que puse nombre al horror y no me salió ni una lágrima, tal vez porque la presión en mi pecho era tanta que mis ojos se quedaron secos y bloqueados.
Escuchar la voz real de esa niña de 6 años rodeada de tanques y disparos en Gaza, atrapada en un coche en el que sus tíos y sus primos duermen para siempre y la sangre la rodea, mientras que la ayuda humanitaria no llega por culpa de un estúpido protocolo que ha de seguirse para que una ambulancia se abra camino entre las balas, nos permite poner rostro y cuerpo a todo eso que algunas y algunos llevamos meses gritando. Supongo que desde esa cómoda distancia privilegiada que nos permite contemplar la guerra siempre en otro lugar, a lo lejos, sin que nos llegue a salpicar la sangre. La directora tunecina Kaouther Ben Hania consigue que, de manera prodigiosa, y dramáticamente impecable, el relato de lo real adquiera el vuelo de la ficción pero sin que ésta nos distancie de lo humano. En un reducido espacio, y solo con las voces y los rostros de los protagonistas, y muy especialmente con la voz de socorro y miedo de la pequeña, la película nos traza todo el arco de emociones y pesares que con frecuencia se diluyen en los grandes discursos sobre los conflictos o incluso en las manifestaciones en las que las banderas son incapaces de expresar el sufrimiento que se ceba con los y las más vulnerables. De esta manera, Hind, su voz, su miedo, su petición de socorro, su soledad y su inteligencia acelerada por el terror, se alza como el símbolo encarnado de una barbarie que me niego, pese a todo, a aceptar que se prolongue entre la indolencia de los poderosos y el progresivo olvido de quienes, sin poder, acabamos domesticados por la potencia de lo inmediato y de lo irreversible.
Lo más prodigioso de La voz de Hind es que, aunque a diario estamos viendo imágenes que nos muestran el genocidio, nos sacude con la fuerza de un relato en el que es imposible no empatizar con quienes en la pantalla luchan contra ese gigante indomable que es la violencia elevada a la enésima potencia. Los rostros de Omar y de Rana, gracias a las interpretaciones desgarradas de Amer Hlehel y Saja Kilani, nos colocan como espectadores en ese filo de la pregunta ética que nos lleva a dar el salto de la indiferencia a la responsabilidad que como humanos tenemos frente a la ferocidad y el desamparo. Los primeros planos, la fusión con la voz que en la pantalla nos avisa de la vida que se escapa, la tensión que estalla entre cuatro paredes o la aparición final de los verdaderos protagonistas, suman intensidad emocional sin que nunca la película nos lleve a ese lugar perverso del melodramatismo. Por el contrario, La voz de Hind es tan dolorosamente de verdad que en nosotros genera amargura y rabia, y sí, también, ojalá también, impulso ético para salir del cine con el convencimiento de estar en el lado correcto de la Historia.
Escribió Adorno que escribir poesía después de Auschwitz sería un acto de barbarie. Tal vez hacerlo después de Gaza no sea sino, como de manera muy pesimista escribe Franco Berardi, hacerlo "sin futuro, sin esperanza, sin universalismo, sin humanidad". Porque tal vez no nos quede más remedio que admitir que la ferocidad le está ganando la batalla a la ley, a la dignidad traducida en derechos, a la palabra como arma cargada de porvenir. Sin embargo, y pese a tanto dolor que me atraviesa el pecho cuando escribo estas líneas recordando la película, no me resigno a seguir confiando en las promesas. No me resigno a no llevar en mí el aliento ético y radicalmente humano de Omar y Hana. Por Hind. Por tantas niñas como ellas. Por las que vendrán. Por tantas escuelas que se están quedando sin mariposas.
"Pensar después de Gaza significa, ante todo, reconocer el fracaso irremediable del universalismo de la razón y de la democracia, es decir, la disolución del núcleo mismo de la civilización"
Franco Berardi "Bifo", Pensar después de Gaza. Ensayo sobre la ferocidad y la extinción de lo humano.
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