Opinión
La Vuelta de Pedro Delgado

Periodista
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En 1938, en una ciudad de Donostia recién tomada por las armas, el redactor falangista Manuel Fernández-Cuesta mandó a la imprenta un nuevo semanario deportivo llamado Marca. Del fundador puede decirse que tenía una familia de alcurnia. Su padre, Nemesio Fernández-Cuesta, fue médico personal y amigo de Miguel Primo de Rivera. Su hermano, Raimundo Fernández-Cuesta, fue líder de Falange y ministro franquista. Su sobrino, Nemesio Fernández-Cuesta e Illana, fue cronista de Marca, yerno del marqués de Luca de Tena, ministro de Franco, consejero de Vocento y presidente de Petronor. Digamos que todo quedaba en casa.
De este mejunje sucesorio puede deducirse no solo un matrimonio entre el poder político, mediático y empresarial, sino también un vínculo inmediato entre política y deporte. Marca nació como un panfleto doctrinal de inspiración germano-italiana. El semanario Lo Sport Fascista, por ejemplo, fue un paradigma de seducción de masas a través del espíritu deportivo. En su primer ejemplar, Lando Ferretti presenta a Mussolini como “el primer y más completo deportista de Italia”. En la portada del primer Marca, una joven saluda a la romana desde un trineo: “Brazo en alto a los deportistas de España”.
Han pasado los años y las élites continúan sirviéndose del deporte para consagrar una determinada visión del mundo. Las marcas han colonizado las camisetas deportivas. Países de dudosa reputación democrática pagan al mejor postor para lavar su imagen con eventos internacionales. En otro orden de cosas, el discurso liberal del hombre hecho a sí mismo ha triunfado sobre la idea del deporte colaborativo. Véase el nuevo modelo de centros deportivos de Madrid, que no solo privatiza la actividad física sino que además desalienta la práctica de deportes de equipo en favor de disciplinas más rentables.
Pese a las evidencias, nuestros gobernantes insisten en separar política y deporte. Así lo pedía la diputada general de Bizkaia tras la cancelación de la llegada de La Vuelta a Bilbao. Según Elixabete Etxanobe, las manifestaciones solidarias con Palestina “no deben perjudicar a otro tipo de eventos que no tienen nada que ver con las mismas. No hay que mezclar las cosas". El ciclista Carlos Verona se sumaba al coro con una lamento extemporáneo: “Hay que mantener el deporte alejado de la política”. Más recientemente, el director de La Vuelta ha reivindicado el ciclismo como una suerte de burbuja libre de impurezas ideológicas. “El deporte sirve para unir”, dice Javier Guillén.
En la misma trinchera combate también la Internacional Flacofavorista, una pertinaz alianza de voces autorizadas que no se atreven a criticar el fondo y por eso se ceban con la forma. “Flaco favor hacen al pueblo palestino”, escribía Pedro Delgado desde su cuenta de X. Se refería aquí a las protestas bilbaínas. El equipo Israel—Premier Tech, objeto del boicot, difundió un comunicado que abundaba en esos argumentos: “El comportamiento de los manifestantes hoy en Bilbao ha sido no solo peligroso sino también contraproducente para su causa”. Los solidarios con Palestina, por lo visto, deberían protestar con los métodos que exigen los solidarios con Israel.
Contra la opinión de Pedro Delgado y Sylvan Adams, los activistas de Bilbao, Figueres, l'Angliru o Mos no protestan tanto por iniciativa propia como por petición expresa del BNC. La coalición más ancha de la sociedad civil palestina ha reclamado el boicot de La Vuelta a través de las campañas internacionales de BDS. “Vamos a asegurarnos de que se cierre la carretera a los genocidas”. Cuando las víctimas de un genocidio exigen medidas eficaces en medio de tanta palabrería, lo mínimo que puede hacer un comentarista deportivo es reflejar la realidad de las protestas y hacerse a un lado en lugar de ofrecer lecciones militantes que nadie le ha pedido.
El caso es que Pedro Delgado ha seguido regando su retransmisión con gracietas de todo a cien. Que si Palestina sufre un problema político y no deportivo. Que si los parones son desafortunados. Que si alguno se está forrando con la venta de banderas. La presencia de Delgado en los micrófonos de La Vuelta, valga la paradoja, es una decisión tan política como su publicidad a favor de una cadena de supermercados señalada por el movimiento BDS y mencionada en el último informe de la relatora de la ONU en Palestina. Mientras los cuñados patrios llamaban a escindir con bisturí el deporte y la política, Netanyahu daba una lección de realismo exhibiendo su apoyo a Israel—Premier Tech.
Ahora, al tiempo que Delgado se deleita con chascarrillos de suboficial chusquero, José Luis Martínez Almeida advierte que reprimirá sin contemplaciones las protestas contra La Vuelta. El Ayuntamiento de Madrid, que aprobó conceder la Medalla de Honor municipal al pueblo de Israel en los primeros compases de la invasión de Gaza, es juez y parte de un genocidio que según Almeida no existe. De forma más bien accidental, el PP de Madrid ha convertido el final de La Vuelta en una especie de plebiscito. El clamor es tan sonoro y la expectación tan grande que se hace difícil mantener la neutralidad. A ver cómo sale de esta Pedro Delgado.
Hace cinco años, por cierto, Almeida felicitaba a Ayuso por haber acudido con la cabeza descubierta a la final de la Supercopa que se celebraba en Arabia Saudí. “Ha hecho más por los derechos y libertades de las mujeres que el feminismo de las bonitas y de los bonitos”. Obviaba el hecho de que las extranjeras están exentas de obligaciones indumentarias. Tres días después, el país árabe continuó segregando a las mujeres en los rincones de menos visibilidad de los estadios. Pero ya daba igual. La política y el deporte se habían dado la mano gracias a los manejos mercantiles de Luis Rubiales. El sportwashing no es una moda sino un negocio y una larga tradición.
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