Opinión
'Weapons': ¿solo el pueblo salva al pueblo?

Por Guillermo Zapata
Escritor y guionista
Weapons es la última película del guionista y director Zach Cregger. ¿Qué debemos saber de él? Dirigió Barbarian, una de las películas de terror más estimulantes de los últimos años. En sus películas se mezcla el humor y el terror con estructuras narrativas que juegan con el punto de vista. Una de sus obsesiones es el urbanismo como fábrica de formas de relación, desde el Detroit vaciado por la crisis capitalista de Barbarian a los suburbios llenos de secretos y vergüenzas de Weapons.
Weapons cuenta la historia de la desaparición de los alumnos y alumnas de una clase de primaria en los Estados Unidos. Todos menos uno salen de su casa una noche a las 2:17 de la madrugada y se lanzan a la oscuridad para no volver a ser vistos. Algunos de ellos son grabados por las cámaras que sus padres tienen instaladas como dispositivos de seguridad en sus casas. Se les ve salir corriendo entregados a la noche con una felicidad tan liberadora como inquietante. A partir de ahí, la comunidad tiene que lidiar con el trauma de la desaparición y el vacío.
El problema que coloca Weapons desde su primera escena es el de una comunidad que se nombra como tal, pero que ha dejado de serlo (si es que alguna vez lo fue) hace mucho tiempo. Todos los personajes están solos. Ninguno de los personajes que aparecen en la película tiene vínculos profundos con nadie y todos ejercen una feroz defensa de su intimidad (con lo que tampoco hablan de su dolor) que se vuelve inútil para resolver el problema colectivo que tienen y que está afectando de manera terrible a sus hijos e hijas.
Al salir del cine, bastante removido por la película, hablé un buen rato de ella con Alejandra Baciero, experta en participación y narrativas digitales, que me dijo algo que me resultó muy interesante: "La película coloca en el centro del terror la descomposición social derivada del fin de las historias compartidas. No hay lugares comunes. Ese tipo de aislamiento social" —me contó— "está cada vez más normalizado en internet". Por ejemplo, en la experiencia de los chicos jóvenes y las chicas jóvenes.
De una sociedad llena de interacciones vitales ricas se pasa a una fragmentada y sin puntos de contacto. Para ella, por más que la geografía de la película nos coloque en un suburbio estadounidense, el tipo de experiencia que propone: gente sola, que se proyecta siempre hacia afuera a través de identidades muy fuertes, pero también muy ficticias, y que a la vez oculta sus vergüenzas (sus vulnerabilidades, sus miedos) sistemáticamente, que no dialoga más que con sus iguales y, por tanto, cada vez tiene más dificultad para ponerse en el lugar del otro, etc. Define perfectamente una experiencia que es, hoy por hoy, mayoritaria. Que la película juegue precisamente con el punto de vista todo el rato nos obliga a reconstruir la experiencia de lo real siempre a través de unos ojos que no son solo los nuestros.
Durante años, la vanguardia cultural de la extrema derecha nos ha señalado un peligro central de nuestras sociedades aparentemente dominadas por modelos culturales progresistas. Sociedades en las que el Estado oprime al individuo a través de instituciones que le niegan su libertad y lo debilitan. El planteamiento constante es que los modelos de estado social producen una alineación en la que somos siervos de un sistema de protección hecho para adocenarnos.
Cuando sucede algún tipo de desgracia y de forma muy especial las desgracias que tienen que ver con las negligencias políticas basadas en modelos de precariedad neoliberal (recortes, privatizaciones y negacionismo climático), ese supuesto Estado opresor desaparece y la crítica es su ausencia, pero sobre todo se construye la emergencia de ese "pueblo que salva al pueblo" y que siempre está solo. Como si los horrores en forma de incendios o DANA fueran en el fondo una oportunidad para sacar lo mejor de los individuos (sobre todo, aunque no exclusivamente, varones) para recuperar la épica de la defensa de lo que es nuestro, que se reduce fundamentalmente a la casa y la familia.
Tenemos que ser capaces de romper con la mayor contundencia con esa falacia inicial. Ser progresista es defender, sobre todo, sociedades fuertes. Sin sociedades fuertes no hay supervivencia.
La pregunta es: ¿cuál es la fortaleza de esas sociedades? Para la extrema derecha, la sociedad fuerte es la que nos presenta Weapons: entornos homogéneos, vinculados a la propiedad del hogar y la familia, que desconfían del resto, sin servicios públicos, sin derechos para la reproducción social (los derechos se basan en el trabajo y en la economía privada) y sin afectos compartidos.
En un contexto de crisis sistémica necesitamos sociedades fuertes y esa fortaleza se mide al contrario de lo que la extrema derecha propone: buenos servicios públicos, un sistema de derechos que sirve de impulso para la autonomía y la independencia social, una estructura social abierta, rica y diversa con numerosos puntos de encuentro entre personas iguales en derechos y diferentes en experiencias, trayectorias, culturas, etc. Una sociedad fuerte con estructuras civiles bien financiadas y volcadas hacia afuera, que reconstruyen su propia confianza y su capacidad para salir adelante juntas.
Sin esa riqueza social, solo quedará la impotencia y la angustia ante los monstruos.
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