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Dar a la lucha contra el ERE de Coca-Cola el significado político  que  se merece

Lo primero expresar mi máximo apoyo a los trabajadores y trabajadoras de Coca-Cola frente a lo que el profesor Baylos llama “el despido o la violencia del poder privado”. Son muchas las movilizaciones y las luchas de un colectivo al que me une un gran afecto y respeto, y que hoy por hoy, junto a colectivos laborales como los de Telemadrid, son la dignidad de Madrid. Si el cambio es posible en nuestra Comunidad, en gran parte es gracias al impacto de luchas como la de los Espartanos de Fuenlabrada.

El sindicalismo de clase madrileño está dando muestras de una tenacidad y de una audacia digna de ser estudiada por una izquierda muchas veces ajena al mundo del trabajo. Las huelgas y movilizaciones obreras en nuestra Comunidad están dando un resultado inesperado una vez aprobadas las dos las últimas reformas laborales y los ataques recibidos por la negociación colectiva. Las victorias en los conflictos de barrenderos de Madrid y Alcorcón, Aserpinto, alumbrado y jardinería son muestra de ello. Senda que hoy siguen los trabajadores de Madrid Río.

En este sentido la lucha de los trabajadores y trabajadoras de Coca-Cola están asestando un fuerte golpe a la imagen de la transnacional norteamericana, que seguramente no esperaba, y ponen de nuevo en primera línea el mayoritario rechazo ciudadano a unas reformas laborales que son las responsable del paro estructural y del marco de precariedad laboral generalizado en nuestro país. Una mayoría social cansada de la inseguridad laboral y de la explotación recibida a diario, ve en los conflictos sindicales articulados la forma de poder expresar un rechazo que no puede materializar en unas empresas dónde la libertad sindical no existe.

Es conocido de sobra las sin-razones de un ERE de extinción en una empresa con beneficios millonarios, Expediente declarado nulo por la justicia, lo que no impide a la empresa actuar contra la plantilla, desmontar ilícitamente la fábrica o no pagar a sus trabajadores, sin que pase nada, muestra de un país donde la ley se aplica con rigor para echarte de casa si lo pide un banco pero no si es para readmitir a un trabajador despedido ilícitamente.

Pero no quiero hablar del conflicto en concreto, sino de lo que en mi opinión expresa el ERE en cuestión. El bloque inmobiliario y financiero español entiende que la forma de perpetuar su posición dominante en nuestra sociedad, pasa por aprovechar la crisis y crear las condiciones concretas para construir un capitalismo periférico perfecto, dentro de la división del trabajo que se dibuja en la Europa pos-crisis.

Dicho lo anterior considero que la izquierda transformadora no prestamos suficiente atención a este escenario, y de ello da fe el escaso desarrollo de nuestra alternativa económica, la cual muestra un atraso considerable respecto a nuestra propuesta política. En mi opinión la izquierda responde a la crisis, no tanto en su programa, como en nuestro discurso cotidiano, con los mismos latiguillos de hace cuatro décadas, es decir, con entender que con políticas de demanda (inversión y aumento de salarios) y con centrarnos solo en la esfera de la distribución (en concreto, impuestos y servicios públicos) basta para solucionar el problema. Sacar a este país de la periferia europea requiere de un esfuerzo mayor.

En primer lugar las reformas laborales sirven de herramienta facilitadora de una nueva geografía productiva en nuestro país; o mejor dicho, llevar hasta sus últimas consecuencias la política anti-industrial que tan bien definió el PSOE en la década de los ochenta del siglo XX con la ya famosa sentencia de “la mejor política industrial es que no existe”. Si nos centramos en Madrid, el proceso de deslocalización se acelera con la crisis, deslocalizaciones fundamentalmente que se dan hacia otras regiones españolas, en concreto hacia el área del Este mediterráneo. Esto significa que, en la nueva realidad productiva de la Europa alemana que nos domina, Madrid queda descentrada, debido a los costes de transporte y de localización de una producción que no tiene como referencia un mercado deprimido como el español. Madrid está lejos de las áreas europeas centrales y lo paga, más si tenemos en cuenta las políticas industriales horizontales (no selectivas) o pro-cíclicas (recortes presupuestarios).

En una situación de crisis provocada originalmente por desajustes en la estructura productiva y por el tipo de tecnología (intensiva en recursos naturales, en la explotación de una fuerza de trabajo precaria y en energía) utilizada, los cambios en la división internacional del trabajo son intensos, y la superación de la crisis, en una u otra dirección, exige una profunda reestructuración de la división del trabajo actualmente existente en Europa, que caminen hacia un mayor equilibrio en las estructuras productivas de países y áreas geográficas. Esto permite afirmar que políticas encaminadas a reactivar la demanda son, por sí solas, ineficaces.

En segundo lugar, las reformas laborales aprobadas por Zapatero y por Rajoy buscan un objetivo claro: configurar un panorama laboral acorde con un objetivo central, el ajuste salarial permanente como única política económica de cara a la crisis. El caso de Coca-Cola en Fuenlabrada es evidente, despedir hoy a 700 trabajadores con derechos y carreras profesionales asentadas, para contratar mañana a trabajadores precarios más baratos. En este sentido, ¿cuál es el marco de relaciones laborales que defendemos la izquierda?, creo que ninguno.

En mi opinión esta dejadez se debe a motivos políticos de fondo que trataré en otra ocasión, pero no quiero pasar la ocasión sin hacer referencia a uno en especial. Desde la izquierda transformadora debemos entrar al debate relativo a la relación tecnología-salarios-productividad. Al respecto existe una posición neoliberal bien definida por el profesor Fernando Luengo en un reciente artículo en El País, basada en presionar a la baja sobre los salarios (costes laborales) como única forma de mejorar los beneficios empresariales y fomentar la inversión privada “creadora de puestos de trabajo”. Una alternativa de izquierdas consiste en aceptar los niveles de salario real como un dato y operar sobre la tecnología y la productividad para conseguir mejorar el excedente (el valor agregado), lo que implica de forma derivada, que el tema central es el aumento de las posibilidades de control de los trabajadores sobre el tipo de inversión, el reparto del excedente, la orientación de la inversión y actuar sobre las condiciones de trabajo en la empresa. Realidades que nos obligan a la izquierda a volver a situar nuestra alternativa económica sobre el proceso de producción, y no solo sobre los procesos de distribución y circulación.

Por tanto campañas contra la imagen de la empresa que despide o boicots a sus productos, son respuestas acertadas para el conflicto concreto, pero no para la solución del problema general que padecemos, como es la defensa de un tejido industrial propio y de derechos laborales en el marco de la globalización. Tenemos que dejar de dar respuestas defensivas y pasar a tener una alternativa estratégica.

Pero mientras resolvemos nuestro déficit y mejoramos nuestras propuestas, tenemos que tener claro que la lucha de clases se da en un tiempo concreto. Y en relación al conflicto de Coca-Cola, tenemos que dirigirnos en contra de la empresa, pero también en contra de los responsables políticos de estas reformas laborales. Centra la actividad política por tanto, en tres ámbitos:

1. Denunciar la reforma laboral y la política de la empresa. Si hay beneficios no hay despidos.

2. Y por parte del pueblo madrileño, pelear y pelear como hicimos como en Sanidad y tantos otros conflictos hasta lograr doblegar a Coca Cola y al Gobierno central y regional que la amparan. Hoy es Coca Cola, pero mañana podemos ser los demás.

3. Acudir a las movilizaciones, como la de hoy en Madrid. Es lo que más daño hace a la empresa y lo que más apoyo da a un colectivo que siempre presta el suyo a cualquier conflicto que surja.

Y recordar, si Madrid no consume Madrid no produce.