Opinión
El amor y la ciencia
Por Ciencias
EL JUEGO DE LA CIENCIA // CARLO FRABETTI
* Escritor y matemático
El amor es el mito nuclear de nuestra cultura. Necesitaría un libro entero para demostrar (o simplemente para mostrar) esta tesis, así que me limitaré a aclarar que no me refiero al amor en su sentido más amplio, sino en el más coloquial y restringido de enamoramiento, máxima expresión cultural de una de las tres pulsiones básicas –hambre, sexo y miedo– que compartimos con los demás animales, o tal vez de las tres. Y si el amor es el mito nuclear de nuestra cultura, es casi inevitable que el binomio reflexión-mito, que tanto interés ha despertado entre mis queridos lectores y lectoras (ver blog: La reflexión y el mito, La razón del sueño, Razón y fe, etc.), nos lleve a plantearnos la relación entre el amor y la ciencia, que es la más cumplida formalización de la reflexión.
¿Existe una ciencia amorosa o, como asegura Emily Dickinson, “que el amor es lo único que importa es todo lo que sabemos del amor”? Decía Rutherford que toda ciencia es física o es una colección de sellos. Y a su vez la física lo es en la medida en que es matemática, como ya comprendieron Leonardo y Galileo. En este sentido fuerte del término ciencia, no solo no existe una erotología digna de ese nombre, sino que cabría discutir si es tan siquiera posible. Lo cual remite a una cuestión más general y ampliamente debatida: ¿es la psicología una ciencia o una mera colección de sellos conductuales? Porque si no puede haber una ciencia del amor, tampoco puede haberla de la conducta humana, cuya clave es la afectividad (o el deseo, si se prefiere). Y, por otra parte, ¿solo la conducta es susceptible de estudio riguroso, o la psicología puede y debe contemplar también datos más escurridizos, como los supuestos significados ocultos de los sueños y del lenguaje?
Frente a los defectos –y los excesos– de una hermenéutica empeñada en la interpretación de las obras artísticas, Susan Sontag propugna una erótica del arte. Frente a los excesos –y los defectos– de una psicología que, al igual que la religión, pretende convertir el mito en doctrina (del drama edípico al complejo de Edipo, del oráculo a la interpretación de los sueños), cabe propugnar un arte de la erótica. Sin renunciar a la reflexión sistemática y rigurosa, sin sacralizar el mito –o el arte– para hurtarlos a la mirada de la ciencia. Reducir los sentimientos a fórmulas químicas o ecuaciones matemáticas sería como reducir un paisaje a su descripción topográfica. Renunciar a las fórmulas y las ecuaciones sería como prescindir de los mapas.