Opinión
Letra pequeña, cabreo grande
Por Isaac Rosa
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Lo de “léete bien la letra pequeña” es uno de esos consejos que nuestros padres nos dan desde pequeños, del tipo “ve por la sombra” o “no hables con extraños”. La letra menuda de las promociones comerciales, tan diminuta a veces que requiere lupa, es fuente habitual de decepciones pero también de reclamaciones de los consumidores. Uno cae seducido por la letra grande y luego se entera de que, una vez más, nadie da duros a cuatro pesetas.
Estos días le ha ocurrido a algunos, tras el triunfo de la selección en el Mundial. Varios fabricantes que habían prometido devolver el importe de lo comprado si España ganaba, se han enroscado en la letra pequeña y dicen que ah, se siente, hubieran leído bien todo lo que ponía el anuncio. En algún caso ni siquiera había texto ilegible, sino que remitían a una web, que es una forma más sofisticada de letra pequeña. Así le ha pasado a algunos compradores de un televisor Toshiba o un navegador TomTom, que se alegraron doblemente con la victoria deportiva y ahora se enteran de que había que rellenar un formulario o registrarse en la web.
Toda promoción lleva su letra pequeña, lo mismo las ofertas de vacaciones que la tarifa telefónica o el producto bancario. Y si no la lleva, la buscamos y rebuscamos, y nos mosqueamos si no aparece.
No sólo la publicidad usa letras pequeñas que dan disgustos. La política está llena de ellas, la legislación ni les cuento, y la justicia es toda ella una sucesión de letras pequeñas que además exigen traducción. Días atrás, por ejemplo, conocimos un adelanto de la sentencia del Constitucional sobre el Estatut. A muchos les pareció mala, pero hubo que esperar a la letra pequeña del texto íntegro para completar el cabreo, incluidos unos votos particulares que parecían escritos hace medio siglo.