No es la noticia de la semana. Pero que el mayor diario papelero español no dedique más que una columna eclipsera en su sección Pantallas a la denuncia admitida a trámite contra El Gran Wyoming y Dani Mateo es un atentado, por omisión, contra la libertad de expresión. La Audiencia Provincial de Madrid considera judicializable un chiste sobre la cruz del Valle de los Caídos, denunciado por una asociación en defensa del monumento franquista.

Peor es lo de El Mundo, que ni siquiera eso. Como La Razón. En ABC, David Gistau no cita a los cómicos en cuestión, pero dedica su columna de este viernes al asunto de la criminalización del chistoso con curiosos argumentos: "Esta actividad repentina de la censura otorga a los cómicos, no sólo una dimensión heroica que en una democracia rutinaria jamás debería acompañar el oficio del humor, sino un retrato social que conviene a la narrativa podemita de la Transición pendiente. El Valle de los Caídos y Carrero Blanco han irrumpido de repente en nuestra actualidad. No hay un gracioso profesional que no haya hecho durante estos días su propio chiste del atentado de la calle Claudio Coello. Se diría, de hecho, que estamos en plenos estertores del franquismo y que los humoristas se enfrentan con gran coraje a una dictadura que aún los puede represaliar, cuando en realidad terminó hace cuarenta años".

No por zafia, la pirueta intelectual del brillante Gistau deja de tener su aquel. O sea, que prácticamente los humoristas son los culpables de ser criminalizados para aromarse de heroicidad.

En estos días pasados sí se gastó mucha tinta en analizar si los tuits de Cassandra Vera (condenada a un año de prisión y siete de inhabilitación por burlarse de la muerte de Carrero Blanco) merecían o no cárcel y garrote vil. Con Wyoming esto no ha sucedido. Y eso a pesar de que el personaje vende, sin duda, más que cualquier Cassandra, Strawberry o Vigalondo.

Es curioso el ninguneo al personaje público Wyoming en estos tiempos en que los periodistas nos quejamos de la frivolización de los diarios, que se llenan cotidianamente de noticias absurdas sobre demandas de paternidad o por difamación entre maniquís catódicos. Si a Wyoming le hubieran pillado manteniendo tiernas relaciones con una mandril, los teclados de las redacciones hubieran explotado de exceso de adrenalina. Pero una nueva decisión judicial disparatada contra la libertad de expresión solo ha inspirado esta vez alguna tierna gracieta sobre si el franquismo sigue o no vigente entre nuestros togados. Que parece que sí.

Hasta estos días, no había imaginado yo que Wyoming pudiera inspirar tanto miedo a la prensa liberal. Porque solo así se explica que nuestros cuatro grandes diarios eludan un debate que les afecta tan directamente. La derecha española ha conseguido que sus tics antidemocráticos sean considerados algo consuetudinario, paisajístico, inevitable como la salida del sol. Ni siquiera nos importa que un chiste haga arrancar la costosísima y obsoleta maquinaria judicial española. Estamos pagando con nuestros impuestos de mileuristas el absurdo inexplicable de judicializar la risa. Pero no pasa nada. Nuestros jueces y periódicos solo son reflejo de una sociedad que acepta las rémoras franquistas del primer partido del país sin inmutarse. Casi nadie pide el procesamiento de Aznar por apología del terrorismo cuando defiende la invasión ilegal y asesina de Irak. Venezuela tendrá presos de conciencia, pero España tiene reos de risa. No sé qué será peor.