Opinión
Vendrá la guerra y no sabremos de dónde

Periodista y escritora
Cuando yo era niña y adolescente, la idea de una guerra era un tema en el libro de Historia, algo del pasado o de territorios lejanos. También era algo que pertenecía al mundo de los abuelos y abuelas. Yo nací en el 68, cuando la Guerra de Vietnam, pero de eso las niñas españolas no sabíamos nada. Después fui creciendo en una sociedad que, con sus más y sus menos, su coja Transición y su democracia, entró a formar parte de lo que hoy es la Unión Europea dejando atrás los debates sobre la OTAN. Dieron igual esos debates, dieron igual las movilizaciones contra todo aquello frente a una decisión que ya estaba tomada. Estudié en la Universidad y participé en el movimiento por la insumisión que echó abajo el servicio militar, la “mili”. Y seguí mi camino, la profesión, el mundo laboral, la maternidad, ajena, lo confieso, a toda idea bélica.
Mi generación ha crecido y madurado entre los algodones de una paz blanca engordada en privilegios, que ha sembrado de muertos los lugares desde los que no llegaban más que los ecos de muertes lejanísimas. Nos hemos construido una paz a medida cercada y coronada de cuchillas que nos ha permitido no temer al conflicto bélico, la tortura y la masacre. Hasta tal punto ha sido así, que el pacifismo prácticamente desapareció de cualquier ideario político hace ya algunas décadas. En las periódicas preguntas que la Administración hace a la ciudadanía sobre sus “preocupaciones”, a nadie se le ocurriría nombrar la guerra junto al precio de la vivienda, el paro juvenil, la pobreza o, pongamos por caso, la desinformación.
La guerra no ha dejado de existir. Sin embargo, ni siquiera nos resulta una posibilidad, aunque la tengamos aquí al lado, en nuestro Mediterráneo, ahora mismo en Gaza, o en Europa, ahora mismo en Ucrania. Hace ya mucho tiempo que colocamos la guerra en el pasado, y con ella, el dolor, el frío, el hambre, la muerte. Por eso, no atendemos a la realidad cuando la ministra del ramo o el presidente del Gobierno hablan de aumentar el gasto en material bélico, de comprar y vender armas. Son asuntos que pertenecen, en nuestro día a día, al territorio de la ficción.
La guerra es algo que llega sin avisar, porque no damos crédito, eso no puede pasarnos a nosotras, a nosotros. Probablemente siempre sucede así, pero no puedo saberlo porque yo he sido educada y he madurado contemplando la guerra como algo que solo les sucede a otras personas, gentes distintas a nosotras. ¿Distintas en qué? No tengo respuesta para eso, porque es una idiotez. Lo que sí sé es que en este momento la Unión Europea se está rearmando, los gobiernos negocian multiplicar el gasto militar, vuelve a hablarse de guerra con pasmosa soltura, y aquí seguimos como si hablaran de otras gentes, otros pueblos y países. Países que, sin embargo, se llaman España, Francia, Alemania o Italia. Por eso, si viniera la guerra, no sabríamos de dónde nos llega, y como siempre, nos preguntaremos con la boca abierta de los lerdos: “¿Cómo no lo vimos venir?”.
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