Cristina Zalba, la campesina que se jugó la vida por refugiar a un maqui en su casa durante 508 días
Esta antigua militante de la CNT y esposa de un marido que cayó preso en la Batalla del Ebro no dudó en dar cobijo a Crispín, uno de los guerrilleros que seguía la lucha armada contra Franco desde el monte. Ahora, la Amical d'Antics Guerrillers de Catalunya busca apoyo económico para contar su vida en un documental.
Madrid-
Lucha guerrillera, emboscadas de la Guardia Civil y exilio. Valentía y honestidad a unos ideales. Silencio cómplice de una historia denostada durante décadas. Una mujer que se jugó su vida por aquellos que se jugaban la suya mientras soñaban, juntos, un país mejor. Todos estos son los ingredientes de la historia de Cristina Zalba, quien el 13 de enero de 1945 acogió a un maqui herido durante año y medio. Un ejemplo perfecto de cómo el silencio se está rompiendo a nivel transgeneracional, la producción de un documental que narre lo acontecido y para el que sus promotores piden colaboración será una prueba más de cómo la historia y el recuerdo se imponen al olvido.
Todo comenzó el último día del año 1944. Aquel 31 de diciembre, una emboscada sorprendió a dos guerrilleros que habían bajado de la montaña de Santa Bárbara a Oix (Girona) para conseguir algo de comida. El que era conocido como Palau murió ametrallado por la Guardia Civil, pero todavía quedó otro herido en una pierna. Tiempo después, desde la Amical d'Antics Guerrillers de Catalunya, quienes preparan el documental 508 días , supieron que su nombre era Antoni Figueras Cortacans, alias Crispín. Él fue quien durante 508 días recibió la asistencia de Cristina Zalba, una antigua sindicalista de la CNT cuyo marido, Enric Sala, había caído preso en la batalla del Ebro y ya había retornado del campo de concentración al que fue destinado.
Zalba, una mujer aguerrida donde las haya, se enfrentó a toda su familia para dar asistencia a Crispín, quien poco a poco se fue recuperando de sus heridas. "Nosotros llegamos a esta historia por un documento de un guerrillero que se exilió en Francia y pidió auxilio médico al Partido Comunista por una herida en la pierna. Eso es lo que nos conectó con lo sucedido", relata Raúl Valls, el presidente de la Amical. Después, desde la Universidad Complutense de Madrid, entidad que atesora el archivo histórico del PCE, les remitieron toda la información sobre el caso.
"Nuestra sorpresa llegó cuando, además de documentos que ya conocíamos, nos hicieron llegar un informe que Crispín, como guerrillero, redactó al llegar a Francia. Ahí, contaba cómo tras ser herido en una pierna primero se refugió en una ermita y más tarde en una casa cercana. En ella, la familia le protegería durante 508 días, año y medio, hasta que pudiera pasar la frontera", continúa explicando Valls. La valentía de Cristina Zalba, desde luego, no fue baladí. Por aquellos años y en la comarca de la Garrotxa, cercana al país galo, las patrullas de la Guardia Civil inspeccionando casas no era algo inusual.
Se jugaron la vida para salvar otra
Esta es la pequeña biografía que Crispín escribió de ella: "Sr. Cristina Delos, su verdadero nombre Cristina Zalva [sic.] Rodiz de 37 años, natural de la Maternidad de Barcelona, durante nuestra guerra de independencia [sic.] perteneció a la CNT. Mujer de gran valor, que posee un sentimiento humanitario y un corazón de gran madre, muy valiente y coraje como poseían nuestras gloriosas mujeres, como Agustina de Aragón, Aida Lafuente, Lina Ódena y otras; ella ha hecho todo lo que ha sido a su alcance [sic.] para salvarme la vida".
Tal y como agrega el presidente de la Amical, "la familia estaba algo asustada, porque si les pillaban como mínimo les caería una pena de prisión, si no la pena de muerte, por esconder a un guerrillero antifascista". Aun con ello, las convicciones de Zalba prevalecieron y, lejana a cuestiones caritativas, su solidaridad se impuso ante el terror infundado por el nuevo régimen.
El informe del guerrillero lo atestigua. Tal y como se explicita en el documento: "(…) esta mujer no paró de decir a su familia que no había derecho que me abandonasen, que yo debía ser cuidado y protegido por ellos, y les dijo estas palabras a toda la familia: No olvidéis que la lucha de los maquis es por nuestro propio bienestar y para liberarnos del terror cruel de Franco y el fascismo. (...) Ellos se juegan la vida por nosotros, bien podemos jugárnosla nosotros por ellos, y le dijo al final a su marido: No olvides, Enrique, que prefiero ser más viuda de un héroe que mujer de un cobarde".
Y pasaron los días, y Crispín fue mejorando. Llegó el momento de intentar ponerse a salvo de la represión franquista, en Francia. "Y así, el día 7 de junio de 1946, a las 8 y cuarto de la noche, salimos, y yo hacía exactamente 508 días que estaba encerrado dentro de esta casa sin tomar el sol y el aire libre que la naturaleza nos dio", relata el guerrillero en su informe. Anduvieron nueve horas, Cristina y él, y en la frontera se despidieron. Jamás se volvieron a ver. Pese a que sí se cartearon durante unos años, aunque esos documentos ahora de gran valor fueron quemados para no dejar ninguna prueba sobre tamaña hazaña, por cierta influencia de Enric Sala, el marido, se dejaron de escribir.
La memoria transgeneracional
La vida, como no podía ser de otra forma, se ha ido sucediendo, y ahora es el turno de Sónia Sala de recordar a su valiente abuela: "Lo primero que supe de esto fue a finales de los 80, cuando me dijo de pasada una vez que si sabía lo que eran los maquis, y me dijo también que ellos habían tenido un maqui en su casa, pero no me dio muchos más detalles y yo tampoco pregunté". De esta forma, el pasado quedó sepultado, otra vez, pero no para siempre.
La historia y la memoria, de nuevo, prevalecieron, aunque en esta ocasión en otra familia: "Durante el tiempo que Crispín estuvo en la Sala, como se llamaba la casa de mi abuela, por casualidad igual que el apellido de Enric, también había otro hombre que trabajaba de mozo. Este se había exiliado por haber sido un dirigente del PSUC y retornó con apellidos falsos. Se llamaba Joan Camps Solá, y con él sí que mantuvo Crispín una correspondencia asidua hasta la muerte de éste, el 1 de febrero de 1984", se explaya Sònia. Esta fecha, por otra parte, la supieron después de descubrir que Crispín no se llamaba Antoni, sino Agustín, tal y como se padre le había inscrito en el registro civil y de la misma forma que aparece en su certificado de defunción.
Un pasado olvidado y escondido
Antes de que la familia conociera todo esto, la Amical ya había comenzado con la investigación. Lo primero que hicieron fue buscar a la familia Sala-Zalba en Google, lo que les arrojó un nombre y un teléfono, el que pertenecía a María Sala, una de las hijas de Cristina y tía de Sònia. "Su hija nos contó que Cristina había nacido el 7 de mayo de 1909 en una inclusa. Era huérfana y la adoptó una familia que vivía por el Pirineo, y Zalba es el apellido que parece que el juez registró en su nacimiento", añade Valls.
"Cuando le contamos la historia a María —quien nació justo cuando Crispín era protegido por su madre y falleció hace apenas unos meses—, quedó totalmente impresionada, porque no sabía la envergadura de lo sucedido y el peligro que había corrido su madre por defender a un antifranquista. Hay que recordar que en 1945 Franco todavía no sabía si los aliados iban a entrar en España y las intervenciones guerrilleras en el Pirineo eran frecuentes", desarrolla el mismo presidente de la Amical.
Ahora, Sònia ya sabe lo que ocurrió con Crispín después de que su abuela lo mantuviera escondido durante año y medio y le ayudara a pasar la frontera. Una vez a salvo fuera de España, el guerrillero se casó con la enfermera del hospital en el que le trataban la herida de su rodilla, con quien tuvo una hija. Al poco tiempo, la enfermera murió, así que Crispín se volvió a casar con otra mujer con la que tuvo dos hijas más.
Pero el hilo de la historia parece infinito aquí. Por el momento, Sònia ya ha contactado con la familia de Crispín que aún queda en Lleida, su lugar de procedencia. "Ellos tampoco sabían nada de esto, solo conocían que había un hermano de sus abuelos que se había exiliado a Francia", aduce. En el país galo, Crispín también conserva familia: "Luego hay unos primos, digamos, que sí tuvieron relación con él tras pasar la frontera, y con ellos sí que he tenido relación telefónica. Gracias a ellos hemos podido ver fotografías de Crispín y esquematizar algo mejor su árbol genealógico", apunta la misma Sònia.
Hay futuro
Por otro lado, el padre de Sònia, otro de los hijos de Cristina, jamás llegó a conocer lo que su madre hizo en el pasado. Murió en el año 2000, y Sònia nunca pudo hablarlo tranquilamente con él. Por suerte para la familia, las cosas han cambiado. Ahora es la bisnieta, Iona Pujol, quien a sus 17 años ha hecho propia la historia y no deja de difundirla allá donde puede. Así lo atestigua el trabajo que ha realizado y que expuso a su clase de segundo de Bachillerato. "Pienso que es una historia muy emocionante, porque nunca llegamos a saber casi nada de nuestros bisabuelos, son personas que nos quedan muy lejanas", apunta la joven.
Ella, que sabe que quiere estudiar una carrera universitaria el próximo año pero desconoce cuál, dice que es incapaz de ponerse en la piel de su bisabuela, Cristina Zalba. "Yo creo que no hubiera tenido el valor de acoger a un fugitivo. Conozco bien la historia y se enfrentó a unas represalias durísimas, extremas, y la podían hasta fusilar si la descubrían", finaliza Pujol.
Crispín, por su parte, también dijo algo así en su informe: "No me gusta hacer elogios, pero sí que tengo que decir la verdad de las cosas y si no dijese la verdad faltaría a la justicia y siempre será poco lo que diré de esta admirable campesina que por su valor y sacrificio me ha salvado la vida". Ella era Cristina Zalba. Que su nombre tampoco se borre de la historia.
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