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Crónica de un viaje a la frutería en tiempos de covid-19

La incidencia del coronavirus en Andalucía es, en este momento, menor que en el resto del país

Un cliente sale de una frutería, en Sevilla. Raúl Bocanegra
Un cliente sale de una frutería, en Sevilla. Raúl Bocanegra

Los rostros de los tenderos y tenderas se cubren con mascarillas. Las manos, con guantes de plástico azul. La pescadería y la carnicería de la calle Baños, en el centro de Sevilla, están vacías. Son las 11.34 de la mañana. Es miércoles, 25 de marzo. Es el día 11 del confinamiento forzado por el Gobierno –contado desde el sábado, 14 de marzo, en que el presidente Pedro Sánchez anunció el estado de alarma– debido al impacto del coronavirus SARS-CoV-2. 

Ir hoy a la frutería se parece más a un juego de policías y ladrones que a ir a la frutería. "Camina uno por la calle y parece que uno lleva un kilo de droga encima", dice con toda la sorna un sevillano que vive solo y que estos días se ha dedicado, además de a teletrabajar, a tratar de organizar en su barriada, El Fontanal, una mínima red de solidaridad vecinal para que las personas mayores estén –y se sientan– atendidas.

Sevilla, de repente, parece otra ciudad, una de otra latitud. La envuelve un ambiente, una textura, un efecto similar al que causa un eclipse de sol. Un ensombrecimiento tenue que acompaña cada paso y estrecha los pasillos del humor. Resuenan en cada pisada las recomendaciones: "Cuando salgas, a la vuelta, lava las suelas".

Alguien ha pintado un grafiti del coronavirus vestido de blanco sobre una alcantarilla, y otro, esta vez vestido de morado, sobre una pared, una en la que antes había un dibujo de un mono que miraba a una manzana.

Sevilla, de repente, parece otra ciudad, una de otra latitud. La cubre un ambiente, un efecto similar al de un eclipse de sol

Hay un arco iris en un folio que está sujeto con celo en el portal de una casa. Ateniéndonos a la firma, lo ha dibujado una niña que se llama Julieta y que tiene 3 años; hay un letrero de una comerciante que pretende animar el cotarro en el barrio: "Queridos vecinos y amigos. Este virus lo paramos unidos. Todo esto pasará y cuando ocurra, en este barrio lo celebraremos a lo grande. Ahora toca paciencia".

Muestras de solidaridad bullen por todas partes. Y también existe la indigencia ética: aquellos jóvenes de La Línea de la Concepción (Cadiz) que recibieron con piedras a ancianos que venían, enfermos, en autobús desde Alcalá del Valle (Cádiz).

Hay, también, cautela, distancia, cordialidad y tensa educación. Las tiendas de alimentación, en su entrada, están protegidas con barricadas de cajas que ejercen las veces de segundo mostrador. Con ello, evitan que los clientes se mezclen y facilita que se puedan formar colas en la calle, que es peatonal, con distancia de seguridad.

La crisis del coronavirus ha dejado en tierra a buena parte de la flota pesquera, ante la caída de la demanda y del riesgo de contagio en los barcos. También ha traído preocupación a los ganaderos, sobre todo, por el cierre de restaurantes. El acopio de alimentos, las neveras llenas, ha llevado, en estos primeros días del confinamiento, a una caída de la clientela del pequeño comercio.

Grafitti del coronavirus en una pared de Sevilla. R. B.
Grafitti del coronavirus en una pared de Sevilla. R. B.

En la frutería hay una cola de tres personas, tres varones. De nada sirve generalizar, pero la pregunta surge: ¿Salen por la mañana a comprar los hombres, ahora que están en casa con la novedad del teletrabajo o del desempleo forzoso? En Andalucía la tasa de paro era a finales de 2019 del 24% para las mujeres y del 17% para los hombres.

"La calabaza está picada", dice el tendero.

"La quiero para jugar con el peque".

"Esa te la regalo entonces", dice el tendero.

"Vaya, pues te lo agradezco. Dame también una que tengas buena y un par de puerros y, además patatas y zanahorias. Para un puré. Y unos pimientos para asar. Y alcachofas. Unas ocho".

Ambos, comprador y vendedor, están separados por una barricada de cajas de fruta de plástico negro. El pago se hace con tarjeta. Los ojos del tendero parecen alegrarse durante un momento ante la revelación. Manejar monedas, billetes en los tiempos de la covid-19 no le resulta a casi nadie la mejor de las ideas.

Llega el momento de la entrega de la mercancía. Las bolsas, dos, pasan de una mano protegida con guantes a otra mano, esta desprotegida. No tocarse la nariz, no rascarse la cara, no chuparse el dedo. Una bolsa en cada mano.

Sanitarios contagiados

De vuelta a casa, "vecino, Juanma, asómate a la ventana". Se comparten en esas conversaciones reparadoras de abajo arriba, de arriba abajo, miedos y tristezas, preocupaciones y hastío, también. ¿Cómo lo lleva tu niño? ¿Y el tuyo? ¿Tu madre bien? Este año no hay Semana Santa, ni tampoco Rocío. La Feria, con suerte, en septiembre. No pasa nada. Lo primero es lo primero. Salud.

En Sevilla la cuarentena, salvo excepciones y alguna picaresca, se cumple, como revelan, por ejemplo, los datos de tráfico. El movimiento de vehículos particulares cayó un 81% en los primeros días del confinamiento. 

Se dice en conversaciones como esta que, por el momento, la situación no es como la de Madrid. Crucemos los dedos, amigo. La incidencia es menor en Andalucía que en el resto del país. Si la población andaluza supone casi un 19% de la española, las muertes por coronavirus no llegaban este viernes, 27 de marzo, al 3% de todas las sucedidas en España. 144 por 4.858.

Las causas son por el momento desconocidas. Hay quien apunta al tipo de turismo, hay quien señala el clima, más caluroso, también se habla de la distribución de la población en el territorio y de la configuración de la red de ciudades andaluzas, separadas unas de otras, y –más allá de Sevilla y Málaga– sin enormes núcleos de población, donde el contagio es más frecuente.

El personal sanitario supone el 22% de los contagiados identificados en Andalucía, según la Consejería de Salud

Se habla en esas conversaciones también del Gobierno, del de España, que este viernes ha prohibido los despidos mientras dure la crisis, y del de aquí, el de la Junta de Andalucía. Se habla de la situación en las residencias de ancianos, lugares en los que el coronavirus se ha ensañado, de quienes trabajan en ellas, de quienes trabajan en primera línea: en los servicios de ayuda a domicilio, en los hospitales.

Los sindicatos de clase y los corporativos no dan abasto en las denuncias de falta de protección y de material. Las estadísticas de afección en Andalucía son muy duras: casi 900, el 22% de los contagiados identificados en la Comunidad son personal sanitario, según la consejería de Salud. La cifra es tan alta, según el consejero Jesús Aguirre, porque es un colectivo "prioritario" y se les hace el test a la mínima sospecha. En Córdoba ha muerto ya un médico de familia, Manuel Barragán, de 63 años.

Al gobierno andaluz, formado por PP y Ciudadanos, que afirma un día sí y otro también que las cosas están bajo control, le duelen las críticas y arremete contra los sindicalistas. Se da la de cal y la de arena. La Junta destituye a la directora de un hospital público, el Infanta Elena, en plena crisis y, poco después, desde el altavoz del Consejo de Gobierno, el consejero de la presidencia, Elías Bendodo, llama a los sindicalistas liberados a volver a sus puestos.

Economía sumergida

Bueno, Juanma. Cuídate. No salgas. Luego nos hacemos una videollamada y ponemos a los niños.

Las calles están desiertas. Hay un pequeño oasis a la puerta de una tienda de desavíos. Pasan por la estrecha –para los coches– calle Goles una furgoneta de una empresa de telefonía. Luego, al poco, una furgoneta de reparto de alimentos. Lo hacen despacio. Ambos conductores llevan las manos enguantadas sobre el volante, la mascarilla les cubre la cara.

Los gorrillas, como se conoce en Sevilla a quienes se ganan el pan aparcando coches, han desaparecido. También los vendedores de pañuelos de papel que esperan en los semáforos. El confinamiento ha golpeado la economía sumergida, de la que vive un número considerable de personas en Andalucía.

"¿Qué va a ocurrir con las personas empleadas de hogar, las cuidadoras de personas dependientes, aquellas empleadas en la venta ambulante, la recogida de chatarra o con otros trabajos precarios, aquellas jóvenes con pocas horas dadas de alta, las migrantes que trabajan en campos agrícolas alojadas en misérrimos asentamientos chabolistas, aquellas internadas en los CIE o las personas sin hogar. ¿Quién protegerá su salud y sus ingresos?", se pregunta en un comunicado, siempre en su sitio, la Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía. La ONG reclama una renta básica, un ingreso mínimo sin condiciones.

Los hoteles, los restaurantes, los bares están todos cerrados. La hostelería, la restauración, uno de los pilares de la economía sevillana y andaluza, son hoy sectores congelados. Sufren los trabajadores, sufren los emprendedores, no solo en esos terrenos. En todos. El impacto del cofinamiento es tremendo sobre las empresas andaluzas. Sirva como ejemplo la provincia de Granada, en la que se ha pasado de registrar quince ERTE (Expedientes de Regulación Temporal de Empleo) de empresas en un año a 2.947 en tan solo diez días. 

Muertes y nacimientos

Llama Paco. "Ha muerto Rafa", dice. ¿De coronavirus? "Sí. Joder. Era joven. Es raro. No puedo ir al tanatorio". Abrir el periódico. Muertes, contagios, líderes desbordados. El parte de guerra diario.

Además de las muertes, hay también nacimientos. Ha nacido Teo, hijo de Carmen y Mikel, hermano de Ana. Ha nacido Martín, hijo de Laura y de Fernando, hermano de Fernando Jr. Ha nacido Olmo, hijo de Antonio y Paloma. Madres y padres en el hospital, emocionados y solos. No caben las visitas en tiempos del coronavirus. Míralo. Míralo.

En el subconsciente, la tenue sombra del eclipse de sol, el miedo: ¿Nos contagiaremos en el hospital? ¿Se contagiará el peque? El registro civil de Sevilla, además, se ha convertido en un embudo exasperante. La crisis ha complicado de manera inaudita la inscripción, un trámite necesario, por ejemplo, para tramitar una baja, de los recién nacidos. 

El viaje a la frutería termina. Entrar en casa. Lavarse las manos. Y después, hacer el puré de calabaza.

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