Público
Público

La marca en la frente que dejaron los campos franquistas de trabajo forzado

Miles de republicanos pasaron por ellos, obligados a redimir sus penas en el hambre, la miseria y el frío que sufrían al mismo tiempo que levantaban las grandes obras del régimen. Sus hijas e hijas vivieron con ello, y muchos casos es hoy cuando son conscientes de lo que aquello significó en sus vidas.

09/08/2022 Vista del Valle de Cuelgamuros, a 17 de noviembre de 2021, en San Lorenzo de El Escorial, Madrid.
Vista del Valle de Cuelgamuros, a 17 de noviembre de 2021, en San Lorenzo de El Escorial, Madrid. Rafael Bastante / Europa Press

Ahí continúan las grandes edificaciones levantadas con el poco sudor que les quedaba tras haber luchado por la República. Miles de kilómetros de vías ferroviarias, decenas de puentes y mausoleos faraónicos como el del Valle de Cuelgamuros son solo algunos ejemplos de ello. Apenas nada recuerda esta parte de la historia, a la par que los destacamentos penitenciarios repartidos por toda España caen en el olvido si alguna asociación memorialista no los recuerda y pone en valor. Pero eso tan solo es una parte de la historia, una experiencia que marcó a los prisioneros y también a sus familias que fueron detrás de ellos, de campo en campo, esperando el día en que salieran. Fuera esperaba la vida.

Pedro Monje tiene 75 años y la voz algo quebrada. Sus progenitores eran labriegos al estallar la Guerra, en 1936. Vivían en La Pueblanueva, en Toledo, y Domingo Monje, el padre, no dudó en defender la legalidad vigente. Apenas tienen fechas concretas, pero piensan que al terminar la guerra, en 1939, cayó cautivo del bando sublevado y, para entonces, ya victorioso. "Entonces comenzó un recorrido carcelario tormentoso, pasó por Talavera y el penal de Ocaña, y muchos centros más", relata Pedro.

Su memoria es una de las tantas que desde la Asociación Los Barracones, en la localidad madrileña de Bustarviejo, están tratando de recuperar teniendo entre ellas un único nexo de unión: todos pasaron por el destacamento penal del pueblo y que sirvió para levantar la vía de tren que une Burgos con Madrid.

Domingo nunca llegó a contar mucho y el silencio eterno llegó con su fallecimiento en 1956. Algo parecido sucedió con su mujer, la infatigable madre de Pedro, quien le acompañó de penal en penal para estar cerca de él, aunque tuviera que vivir en pequeñas chozas y rodeada de penurias. "Creemos que se vio envuelto en Bustarviejo porque en la Guerra le hicieron especialista en explosivos, aunque muchos otros compañeros de mi padre en el destacamento no eran nada de esto y también estaban ahí, así que no sabemos nada seguro", indica el hijo.

La vida entre el destacamento y las chabolas

La familia piensa que llegó a Bustarviejo en 1946, una fecha que recuerda con algo de sorna: "Lo sé porque yo nací un año después y tenía referencias de que me fabricaron allí". Poco después, abandonó el destacamento, pero no le permitieron volver a su pueblo. Desterrados, fueron a Montearagón, también en Toledo. Pedro se encargó del cuidado de su padre, tullido totalmente después de haber trabajado en Bustarviejo para redimir la pena.

Según recuerda, la peor parte se la llevó su hermano mayor, fallecido hace dos años. "Él sí que acompañó a mi madre en las chabolas cerca de las prisiones y los campos de trabajo, y lo utilizaban para transportar explosivos porque era una forma de tenerlos como rehenes, porque allí no había vallas, ni cercados, pero a dónde te ibas a escapar si tu mujer e hijos estaban ya cerca de ti", rememora.

La marca en su frente le llegó cuando vio a su padre, un hombre grande y fuerte, salir tullido y enfermo de Bustarviejo al que operaron en el hospital ubicado en el actual Museo Reina Sofía. Eso le generó un mal carácter que Pedro no olvida. "Después de aquello tuvimos que vivir con el estigma de ser unos rojos, desterrados de nuestro pueblo y sufriendo la vigilancia de los guardas de la zona", agrega. Ese estigma les persiguió hasta la llegada de la democracia, como pudo comprobar su hermano mayor, quien quiso sacarse el permiso de armas para cazar y siempre se lo denegaban "por ver en los archivos que era hijo de un rojo", en palabras del mismo Pedro.

Silencio, miedo y una vida después de Franco

Ángeles Herrera también tuvo a su padre trabajando en Bustarviejo. Nacido en 1916, le detuvo el bando franquista cuando volvía del frente a su pueblo. En total, estuvo desde 1943 hasta 1950 en ese destacamento penal, momento en que consiguió la libertad provisional que no sería total hasta siete años después. Hasta 1958 estuvieron en un pueblo de la provincia de Málaga, en cuyo cuartel de la Guardia Civil debía presentarse Pedro Herrera de forma periódica. "Él solo empezó a hablar de esto cuando Franco murió. De hecho, tras instalarnos en Madrid y ocurría cualquier altercado con estudiantes o trabajadores, venían a nuestra casa a averiguar dónde estaba mi padre", relata su hija.

Ella ahora tiene 68 años y su hermana 71 pero no olvidan la losa de silencio que pesaba sobre los labios del combatiente republicano. "Siempre nos decía que tuviéramos mucho cuidado, que él estaba muy señalado, y que a ver si nos iban a pillar en alguna reunión", determina Ángeles. Con la llegada de la democracia y la legalización del PSOE, Pedro volvió a engrosar las filas del partido al que había estado afiliado antes de estallar la Guerra.

Atrás quedaron la docena de años de penurias de Bustarviejo, una realidad que sus hijas conocieron hace poco: "Cuando vimos el campo fue una cosa horrible, el pensar que solo comían piel de naranjas y zanahorias cocidas…", recuerda Ángeles. La marca en la frente que le acompañó a ella y a su hermana, esta vez, se veía desde lo lejos: "Pasamos muy mal nuestra niñez en Madrid. Cuando la iglesia daba cosas para los pobres, leche y queso de bola, a nosotros nunca nos daban nada porque mi padre era un rojo y parecía que los rojos no se merecían ni respirar", en las palabras de su hija, quien también recuerda lo duro que era preguntarle a su madre cuántas aceitunas podía comer.

Pedro murió en el año 2000. Ahora, sus dos hijas se apenan de no haber sabido más cosas, de ese silencio que acompañó a su padre para protegerlas. "Desde que murió el dictador, él empezó a vivir. Su vida era el PSOE. En lo que tardaron en abrir una sede en Vallecas, allí se pasaba todas las tardes, ayudando y haciendo lo que fuese con tal de estar por la democracia y la libertad", enuncia Ángeles.

España de prisión en prisión

El padre de María Peláez también pasó por Bustarviejo. Natural de Trubia, en Asturias, nació en 1918 en el seno de una familia obrera. "Intentó participar en la revolución de 1934, pero no le dejaron porque era muy joven, así que le relegaron a labores en la retaguardia. Con la llegada de la Guerra, además, mintió con su edad para poder alistarse", comenta María Peláez, la hija de 60 años de José Manuel Peláez. Su condena a muerte fue conmutada por una pena de trabajos forzados. En total, encarcelado estuvo desde 1939 hasta 1951, visitando prisiones de Cantabria, Tarragona, Extremadura, Cartagena y Cádiz.

Llegó a Bustarviejo en 1946 y fue trasladado en 1950 tras realizar una huelga en el destacamento para denunciar el hambre que pasaban los presos. "Yo nació en mayo de 1962, con la gran huelga minera. A mi padre ya le habían detenido en 1958 y mi hermana recuerda cómo iba con ella a firmar al cuartel de la Guardia Civil, porque así no le pegaban", refleja María.

La situación era mucho más insostenible que la marca en la frente que acompañaba a la joven, por lo que decidieron mudarse a la zona de Castellón en 1964. "A mí me lo camuflaba todo mucho, pero era un hombre muy positivo que jamás escondió sus ideas y que nunca pasó por la vida como lo que no era", dice compungida. María solo vio tener miedo a su padre en una ocasión: con el fallido golpe de Estado de tejero en febrero de 1981. Mucho después le llegaría la inesperada amnistía, ya en 2002. Según su hija, no tienen ni idea de por qué, pero un día llegó a su casa una carta en la que le amnistiaban como preso político del franquismo.

La incansable vida se empezó a apagar hasta que en 2006 José Manuel falleció. "Mi padre siempre habló de lo ocurrido, pero hay tantos que no lo hicieron… Me arrepiento de no haberle escuchado más, haber puesto más atención, porque solo fui consciente de lo que sufrió cuando visité el destacamento penal de Bustarviejo", afirma María. En 1936 José Manuel salió de casa con 17 años, y no volvió hasta cumplidos los 33. Desde entonces, militó clandestinamente en el Partido Comunista hasta su legalización. "Y a pesar de las penurias que sufrió, nunca habló con rencor u odio", concluye su hija.

¿Te ha resultado interesante esta noticia?

Más noticias