Salvador Illa, el corredor de fondo que ha situado al PSC al frente de la política catalana
Profundo conocedor de un partido que controla desde 2016, su etapa como ministro de Sanidad lo catapultó en las encuestas y ahora ha recuperado una Generalitat que su partido no lideraba desde hacía casi tres lustros.
Barcelona-Actualizado a
Salvador Illa Roca ya es, oficialmente, el presidente de la Generalitat de Catalunya, después de tomar posesión del cargo este mismo sábado. El hito supone un nuevo paso adelante en la ya larga trayectoria política de Illa, quien como buen corredor de fondo ―se levanta casi todos los días temprano para hacer deporte y acumula varias maratones en asfalto y carreras de montaña― ha acelerado a medida que avanzaba y se acercaba a la meta. En menos de diez años ha pasado de ocupar cargos orgánicos o institucionales de segunda fila a ser ministro del Gobierno español, dirigir el PSC y, finalmente, presidir la principal institución de Catalunya.
Nacido en la Roca del Vallès en 1966, su afición por la política se despertó muy joven y se estrenó como concejal de su municipio ―situado en el Vallès Oriental― en 1987, con solo 21 años. Era la época en que estudiaba Filosofía en la Universitat de Barcelona, una formación que, según él, le despertó el sentido crítico y lo llevó a hacerse preguntas. Se estrenó como concejal de Cultura de un gobierno local que lideraba Romà Planas, su primer gran mentor político y antiguo asesor del presidente Josep Tarradellas, uno de los referentes a quien el líder socialista suele citar.
La muerte repentina de Planas, en 1995, llevó a Illa a reemplazarlo como alcalde, cuando apenas tenía 29 años. Convertida ya en profesión, la vocación política se aceleraba. Tras una década en el cargo, dejó la alcaldía para pasar a trabajar en la Generalitat como director general de Gestión de Infraestructuras del Departamento de Justicia durante el segundo tripartito, que presidía el también socialista José Montilla.
Después de años de acumular un enorme poder institucional, los socialistas catalanes estaban a punto de iniciar una caída repentina, de la cual no se han terminado de recuperar hasta el liderazgo, precisamente, de Illa. Con el final del tripartito, en 2010, Illa se convierte en el director de Gestión Económica en el Ayuntamiento de Barcelona. La etapa, sin embargo, solo durará unos meses, ya que en las municipales de la primavera de 2011 el PSC de Jordi Hereu se hundirá y la CiU de Xavier Trias le arrebata la alcaldía.
Illa no se moverá de Barcelona y seguirá en el consistorio, donde durante cinco años (2011-2016) ejercerá como coordinador del grupo municipal del PSC en el Ayuntamiento de la capital. Y es justamente ese 2016 el que marca definitivamente un antes y un después en la carrera política de Illa. Después de casi tres décadas de trayectoria, empieza a alargar la zancada y el ritmo se acelera.
El secretario de Organización que controla el partido
En uno de los peores momentos en la historia del partido, Miquel Iceta se impuso a la opción renovadora que representaba la alcaldesa de Santa Coloma de Gramenet, Núria Parlon, en un congreso muy ajustado. E Illa, en ese momento el primer secretario socialista en el Vallès Oriental, fue la opción de consenso para convertirse en el secretario de Organización del PSC. En la práctica se convirtió en la persona que controlaba el día a día del partido y su poderosa estructura territorial, en parte gracias a la engrasada red de dirigentes de su confianza que fue construyendo.
Ya consolidado como una de las personas más poderosas dentro del aparato socialista, junto con Iceta aprovechó el retorno del PSOE al Gobierno estatal, con Pedro Sánchez, para ir recuperando apoyos. Además, en esos años el ahora presidente pasó a ser el negociador por excelencia del PSC. Tanto con el PSOE ―para paliar las cada vez menores discrepancias entre los dos partidos―, como con ERC para garantizar la investidura de Sánchez de 2019, con los Comuns en Barcelona para pactar la entrada del partido en el Gobierno municipal en 2016 como en el más reciente acuerdo del año pasado, o con Junts para cerrar el acuerdo para gobernar conjuntamente la Diputación de Barcelona. Y podríamos seguir.
En enero de 2020 aterriza en Madrid como ministro de Sanidad del Gobierno de Pedro Sánchez. Una cartera en principio secundaria, pero el estallido de la pandemia de covid-19 catapultará política y mediáticamente a Illa, a quien su estilo dialogante, calmado y poco dado a las salidas de tono le ayudará a empezar a subir como la espuma en las encuestas de valoración ciudadana. Y este factor será decisivo para que a finales de año Sánchez, Iceta e Illa adopten un movimiento fugaz y decidan que el ministro sustituya al segundo como cabeza de lista en las elecciones al Parlamento convocadas para el 14 de febrero de 2021. ¿La razón? Illa tenía opciones de ganar, según la demoscopia, como así fue.
La mayoría absoluta independentista, sin embargo, imposibilitó su llegada al Govern ―había empatado a 33 diputados con el ERC de Aragonès, al cual superó en votos―, pero fue la primera victoria electoral del PSC desde 2009. Desde entonces se ha impuesto en todas las citas con las urnas: municipales y generales de ese año, autonómicas y europeas de este año, y con una distancia creciente con los rivales.
Consolidado como líder incuestionable del PSC y con un equipo de máxima confianza tanto a nivel orgánico ―con la presidenta de la Diputación de Barcelona, Lluïsa Moret, como número dos― como en el Parlamento ―con la maratoniana Alícia Romero de mano derecha―, Illa ha pasado de alinearse con los sectores más antisoberanistas de los socialistas catalanes a defender la amnistía y pactar un cambio de financiación con ERC que lo acerca al concierto económico. Gestos que le han permitido romper los bloques del procés, desmovilización del independentismo aparte. Un camaleonismo político muy en la línea de Pedro Sánchez.
Sus principales retos durante la presidencia serán lograr la acordada nueva financiación catalana y la mejora de las infraestructuras y, especialmente, los servicios públicos. Un mandato en el que el conflicto territorial perderá peso y donde la defensa de la España plurinacional será la bandera del Govern de la Generalitat, en manos de los socialistas por primera vez en 14 años.
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