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Sanfermines 78, historia de un crimen sin resolver

La Policía mató de un disparo a un joven de 23 años, Germán Rodríguez, tras efectuar 160 disparos en la plaza de toros de Pamplona el 8 de julio de 1978. Los asistentes solicitaban amnistía para los presos. La figura de Germán Rodríguez es recordada año tras año en la plaza de toros durante los Sanfermines

Cargas de la Policía en la plaza de toros de Pamplona
Cargas de la Policía en la plaza de toros de Pamplona.

Ramón Vélez tenía 23 años cuando ocurrió. Ese 8 de julio de 1978 acudió a la plaza de toros de Pamplona sin saber que poco después saldría de allí en una ambulancia con una bala que le había atravesado hígado, estómago e intestinos. Casi medio siglo después, esa bala disparada por la Policía Armada sigue en su interior. Muy cerca de donde sufrió el impacto también estaba Jaime Zelaia, que a sus 11 años presenció unos hechos que le dejaron marcado de por vida: integrante de las peñas txikis, un duro golpe propinado en su espalda por alguno de los agentes que entró a cargar a la plaza de toros le tiró al suelo, lo que le provocó una desviación en la columna que todavía hoy le causa dificultosos estragos.

Se sabía que algo iba a pasar. Eran tiempos convulsos en los que Franco ya había muerto pero la actitud de las fuerzas del orden continuaba inalterable a los mandos de Rodolfo Martín Villa, ministro de la Gobernación en aquel momento y antiguo alto mando de la dictadura. Y pasó. Tras finalizar la corrida de toros, varios jóvenes enseñaron en el ruedo una pancarta que clamaba por la amnistía para los presos del franquismo, lo que suscitó un pequeño desencuentro con otras personas desde los graderíos. Según Vélez, ese mínimo encontronazo fue el pretexto que buscaban para provocar los disturbios de después que dejaron más de 150 heridos, once de ellos de bala, provocados por los 130 disparos de fuego real que se efectuaron en tan solo seis horas.

Uno de esos once heridos fue el propio Vélez, que en esos instantes desconocía el asesinato de Germán Rodríguez a consecuencia de un tiro en la cabeza. "Yo bajé al patio de caballos, donde escuché un gran alboroto. Vi a la Policía entrando por el portón principal de la plaza de toros y la lógica respuesta de los presentes con el lanzamiento de almohadas y algunos otros objetos a los agentes por su actuación. Cuando ya se habían replegado al callejón, recibí un impacto de bala", relata. Lógicamente, se cayó al suelo y varias personas le recogieron. En la enfermería de la plaza de toros, repleta del humo que la Policía había utilizado para dispersar a las personas, le dijeron que sería el primero en salir hacia el hospital en la próxima ambulancia disponible. Su caso era de los más graves.

Carga de la Policía en la plaza de toros de Pamplona en julio de 1978
Carga de la Policía en la plaza de toros de Pamplona en julio de 1978.

Tenía que ocurrir algo así

Junto a él iba un señor de edad avanzada con una importante brecha en la cabeza y otro chaval con un disparo de bala en el brazo. "La bala que entró en mi cuerpo pasó entre la columna vertebral y la vena aorta. Su trayectoria ya iba debilitada y no tuvo la suficiente fuerza de romper ninguna de las dos, si no yo no estaría aquí hablando contigo", expresa Vélez. Su opinión está clara: "A nadie se le escapa que esto, si no ocurría el día 8, ocurriría el día 9".

Lo mismo opina Marta Aparicio, actual representante de la Federación de Peñas de Pamplona. Así lo explica: "Las peñas siempre habían sido una referencia de la sociedad en la ciudad, una expresión del sentir popular. El guion de lo sucedido el 8 de julio de 1978 ya se había mucho escrito antes porque la situación era complicada y sabían que había que dar un escarmiento a lo que es Pamplona y Navarra en sí, y decidieron darlo durante sus entrañables fiestas", desarrolla. Vélez aún recuerda aquellos momentos del enfrentamiento: "Estamos hablando de que algunas personas lanzaban almohadillas y cubos y la Policía les disparaba con balas, fuego real, no solo pelotas y gases lacrimógenos".

Poco más tarde, este pamplonés pensaba que se moría. "Yo tuve esa experiencia del túnel, que ves pasar toda tu vida en milisegundos. Luego supe que eso es una reacción puramente química del cuerpo ante una situación superestresante", concretiza. Cuando se despertó de la larga operación, en la que el cirujano decidió dejarle la bala dentro, se encontró en una gran sala redonda donde tan solo escuchaba llantos, lamentos y quejidos. "Luego supe que todos ellos eran víctimas de los disturbios, heridos de bala, de pelotazos o apaleados. Escuchaba idiomas y acentos de todo tipo, gente venida de Andalucía, de Madrid y del extranjero. Éramos tantos que habilitaron una sala solo para nosotros en el hospital", incide.

El juez "de los demonios"

Una vez que lo subieron a la habitación, un juez de paz le visitó. "Al menos se presentó con ese nombre, aunque más que juez de paz era un juez enviado por los demonios", describe el afectado. Vélez dice que dicho juez, mientras testificada y contaba lo sucedido, le interpelaba de malas formas, elevando el tono de voz: "Me decía que tuviera cuidado, que lo que estaba diciendo era muy grave. En realidad solo contaba lo sucedido, porque yo me acordaba bastante bien de todo, incluso vi cómo la bala salía del callejón en el que los policías se refugiaban". La declaración la realizó sin estar asistido por ningún abogado.

Estuvo ingresado un mes en el hospital, hasta que volvió al año siguiente por una "brutal infección", tal y como la caracteriza él mismo, causada por la bala todavía alojada en su cuerpo. Ahora tiene 67 años y así explica aquello: "El movimiento popular de Navarra estaba decantándose por formar una sola comunidad con el País Vasco. Aquí todo el mundo sabe que los disturbios estaban preparados, solo necesitaron encontrar una mínima excusa, y la plaza de toros se había convertido en el mayor referente de las reivindicaciones populares. El que no quiere verlo que no lo vea".

La Policía, sin miedo a matar

Los audios enviados entre los agentes policiales tampoco dejan espacio para pensar que las fuerzas del orden actuaron con proporcionalidad. En uno de ellos se llega a escuchar una frase lapidaria, trágicamente hecha realidad: "No os importe matar".

A Jaime Zelaia no le mataron, pero sí le dejaron secuelas de por vida. "Los primeros que recibimos las cargas fuimos nosotros, las peñas txikis, niños de 8 a 14 años que tras la corrida entrábamos en la plaza", comienza a decir. Tras recibir un duro golpe en la espalda fue pisoteado por los agentes: "Desde el suelo solo veía pantalones grises y botas de militar. Era la Policía que entraba a cargar a la plaza". Cuando se pudo levantar, un socio de su peña le resguardó entre almohadillas para evitar que un pelotazo pudiera impactar en él. Poco después pudo localizar a su hermano, con quien pasó por los baños de la plaza: "Ahí mojaban los pañuelos de San Fermín con agua en los cubos de la sangría para ponérnoslos en la cara y evitar el humo", recuerda. También recuerda a la mujer embarazada que estaba a su lado y su marido, puesto encima de ella para taparla; al igual que a la gente corriendo despavorida e intentando entrar en los camiones de la carne del toro para intentar alejarse del lugar.

Secuelas de por vida

Jaime Zelaia en 1982, con el corsé
Jaime Zelaia en 1982, con el corsé.

Las mayores dolencias aparecieron dos años después con una importante desviación en la columna. Tan grave era el asunto que desde la Seguridad Social le derivaron a la Clínica Universitaria de Navarra. "Allí el médico me preguntó que si había tenido algún accidente y le comenté lo que me había pasado en 1978, y me dijo que seguramente una cosa estaba relacionada con la otra", narra este pamplonés. Empezó a no poder crecer más a causa de una escoliosis aguda, así que le intervinieron: "El resultado fue tener que ir con una escayola desde la cintura hasta el cuello, primero, y luego hasta los casi 20 años con un aparato ortopédico".

Desde entonces nunca más ha podido doblar su cuerpo, ni tampoco acceder a algunos trabajos. "Hay fotos, imágenes, y multitud de testimonios sobre lo que sucedió. Este es un caso de impunidad del que ahora solo espero algo de justicia, nada de dinero. Que el Gobierno español pida disculpas por lo que allí hizo, aunque sea a nivel simbólico", admite Zelaia. Sus esperanzas ahora están puestas en la querella argentina que investiga cientos de crímenes franquistas y en la que Martín Villa estuvo imputado.

Las peñas se unen por la justicia y la reparación

Marta Aparicio tenía 10 años cuando aquello ocurrió. Ahora es representante de la Federación de Peñas de Pamplona y así rememora la respuesta de estos colectivos a la carga mortal por parte de la Policía: "Se habló muy poco de la reacción de las peñas, pero guste o no fueron las que tomaron el protagonismo; al fin y al cabo, éramos una importante referencia para la sociedad. Formamos una comisión investigadora de lo sucedido a través de la comisión de peñas, en la que reconstruimos los hechos y recogimos todos los testimonios que pudimos", se explaya.

Así, las peñas se unieron mucho más después de aquel 8 de julio. La figura de Germán Rodríguez es recordada año tras año en la plaza de toros, además del homenaje que se realiza en el monolito que recuerda a este joven de 23 años muerto por un disparo de bala en la cabeza. "Este año iremos las 16 peñas al acto con nuestras pancartas y desde la Federación leeremos un comunicado. Las peñas siempre pediremos justicia y reparación para las víctimas, y estaremos apoyando a San Fermines 78 Gogoan", concluye Aparicio en referencia al colectivo memorialista que se creó en torno a estos hechos.

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