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Sucedió un martes, 14 de abril (de 1931)

'Público' reconstruye la proclamación de la II República a través de las biografías de Fernando Fernán Gómez, María Teresa León, Antonio Machado y María Zambrano, entre otros. 

Celebración por la proclamación de la II República en España. Madrid, 14 de abril de 1931.
Celebración por la proclamación de la II República en España. Madrid, 14 de abril de 1931.

ALEJANDRO TORRÚS

Dejó escrito Fernando Fernán Gómez que justo en el momento en el que rey Juan Carlos I le hacía entrega de la medalla de oro al Mérito en las Bellas Artes, su caprichosa memoria le llevó a aquel martes, 14 de abril de 1931. Su mirada se mantenía fija en el rostro "noble, entrañable y un poco desvalido" de Juan Carlos I, pero en su mente veía "los radiantes colores de aquel día", "sus sonidos", "sus voces populares, triunfales y alegres". También pensaba en su abuela, la mujer que le llevó aquel día al centro de Madrid a festejar. 

- ¡Viva la República, abuela!

- ¡Lo que hace falta es que la dejen vivir! ¡Que no le pase como a la primera!

En la memoria de Fernán Gómez se mantenía intacto el paseo con su abuela, republicana convencida, que le llevó a la Puerta del Sol. No queda claro en su relato si el paseo con su abuela fue el martes o el miércoles, pero sí las imágenes que le quedaron grabadas de gentes y gentes celebrando, festejando y "cantando a voz en cuello el Himno de Riego, no con la letra auténtica, sino con la populachera:

"Si las monjas y frailes supieran
la paliza que les van a dar
subirían al coro cantando:
¡Libertad, libertad, libertad!"

También dice el autor de El viaje a ninguna parte que en las calles de Madrid se coreaban estribillos alusivos al rey Alfonso XIII: 

"¡No se ha ido, 
que le hemos barrido!
¡No se ha marchado, 
que le hemos echado!

Efectivamente, aquel martes, 14 de abril de 1931, el rey Alfonso XIII, abuelo de Juan Carlos I, abandonaba España y llegaba la II República sin una sola gota de sangre ni ningún disparo. El ministro de la Marina de aquel último gobierno monárquico de la primera mitad del siglo XX, José Rivera y Álvarez de Canedo, fue el encargado de sacar al monarca del país. El relato de la segunda y última vez que el país expulsó a un Borbón quedó plasmado en nueve breves páginas firmadas por el propio ministro. 

De hecho, según este documento, eran exactamente las 16 horas de aquel martes cuando Alfonso XIII comunicó al Consejo de Ministros que se iba. No obstante, antes de comunicar esta decisión ya habían pasado muchas cosas. El historiador Josep Fontana señaló que el monarca telefoneó a las 7 de la mañana al subsecretario de Gobernación, Mariano Marfil, que estaba en la Puerta del Sol de Madrid, para preguntar si había manifestaciones y que qué gritaban.

- "No quiero escándalos en la calle", dijo el aún rey, y ordenó al capitán de guardia que saliera a la plaza y acabase con las protestas.  

- "Dígale a su majestad que, por obedecer sus órdenes, estoy dispuesto a salir yo solo a la Puerta del Sol para que las turbas me despedacen, si quieren. Pero no puedo ordenar a la fuerza que salga, porque no me obedecerían los soldados", replicó el capitán que recibió la orden al subsecretario de Gobernación. 

El mismo José Sanjurjo, entonces director de la Guardia Civil y general golpista en 1936, había comunicado también al monarca que no podía garantizar el orden público. Tampoco su seguridad personal, tal y como explicó a Público el catedrático de Historia contemporánea de la Universidad de Murcia Pedro María Egea

1931-04-14. Izada de la bandera republicana desde el balcón del Ayuntamiento.- AYUNTAMIENTO DE EIBAR
1931-04-14. Izada de la bandera republicana desde el balcón del Ayuntamiento.- AYUNTAMIENTO DE EIBAR

A lo largo de aquella mañana de abril el rey ya había sido informado de que en Eibar se había proclamado la República. Había sido a las 6.30 h de la mañana. Las elecciones municipales celebradas el fin de semana, interpretadas como un plebiscito a la monarquía, habían dado como claros ganadores a los partidos de la coalición republicano-socialista frente a los monárquicos. Al anuncio de Eibar le fueron siguiendo el de otras capitales de provincia y núcleos urbanos importantes.

Cuenta La Voz de Galicia que en Vigo, incluso, izaron la bandera republicana alrededor de la una de la madrugada del 13 al 14 de abril. Lo hicieron unos simpatizantes republicanos que, tras conocer la victoria por 1.500 votos en las elecciones, consiguieron colarse en el Ayuntamiento para izar la tricolor. Sin embargo, la Guardia Civil la bajaría solo 45 minutos después y no sería hasta las 20 horas del mismo día 14 cuando el izado de la tricolor fue definitivo.

La escritora María Teresa León y el poeta Rafael Alberti estaban en aquel momento viajando por el sur. El martes 14 de abril sonó el teléfono de su habitación en un hotel de Rota (Cádiz). Era doña Olivia, la madre de León. Le anunciaba la proclamación de la II República. El biógrafo de María Teresa León, José Luis Ferris, recoge en Palabras contra el olvido que la pareja salió disparada a la calle, donde vieron ondear una bandera tricolor de 1873 en la torre del Ayuntamiento de aquel pueblo gaditano.

"Alguien la había colocado allí mientras en un gramófono malsonaba una vieja placa con el himno de La Marsellesa, llenando el aire de aromas liberales. Era un día de fiesta mayor para España", recoge la biografía de María Teresa León Palabras contra el olvido

A Barcelona llegó la noticia de que en Zaragoza ya habían proclamado la República alrededor de las 11 horas. Por la Rambla se extendió entonces una manifestación espontánea que no pudo ser disuelta por las fuerzas de seguridad. Apenas una hora después, Lluís Companys acudía al Ayuntamiento junto a los concejales electos de ERC para pedir que se les entregase la alcaldía respetando los resultados. Así se hizo. Rápidamente, se izó la bandera republicana en el consistorio catalán. Sería más tarde, a las 14 horas, cuando Francesc Macià, desde el Palau de la Generalitat, proclamaría el Estat Català dentro de la Federación Ibérica. 

A esa hora, sin embargo, el rey aún permanecía en palacio y la republicana Constancia de la Mora, nieta del cinco veces presidente del Gobierno durante el reinado de Alfonso XIII, Antonio Maura, se encontraba en un taxi por la Plaza de Cibeles, en Madrid. Iba camino de su casa, cuando, al llegar frente al edificio de Correos y Telégrafos (actual Ayuntamiento), el taxista "pegó un frenazo y el taxi se paró en seco ante un nutrido grupo de personas que miraban a los balcones del segundo piso".

"Saqué la cabeza por la ventanilla para enterarme de lo que sucedía y pude ver cómo el personal de Correos y Telégrafos colocaba en el balcón central una bandera tricolor; la bandera amarilla, roja y morada de la República", describe esta mujer en su autobiografía Doble esplendor

En algún lugar cercano a la Plaza Cibeles se encontraba también aquel martes María Zambrano. La autora de El hombre y lo divino relata en su autobiografía Delirio y Destino cómo una gran cantidad de gente llegaba a la Puerta del Sol mientras el rumor de que el rey Alfonso XIII había abandonado España se extendía entre cientos de manifestantes que acudían a la Puerta del Sol:

"Llegaron aún unas oleadas desde la calle Mayor y Arenal, y como el viento en un campo de grito, se extendió la onda sonora: 'Se ha ido, se acaba de ir, ahora, en este momento'... Y en ese momento todas las cabezas se alzaron hacia arriba, hacia el Ministerio de la Gobernación; se abrió el balcón, apareció un hombre, un hombre solo, alto, vestido de oscuro traje ciudadano; sobrio, dueño de sí, izó la bandera de la República que traía en sus brazos y se adelantó un instante para decir unas pocas palabras (...): '¡Viva la República! ¡Viva España!'. (...) Eran las seis y veinte de la tarde de un martes 14 de abril de 1931". 

14 abril de 1931. El pueblo de Madrid se echa a la calle para celebrar la proclamación de la Segunda República. (Fotografía: Luis Ramón Marín)
14 abril de 1931. El pueblo de Madrid se echa a la calle para celebrar la proclamación de la Segunda República. (Fotografía: Luis Ramón Marín)

Pero el rey Alfonso XIII, a esa hora, aún no se había marchado. El escrito del entonces ministro de la Marina José Rivera y Álvarez de Canedo refleja que fue a última hora de la tarde, ya casi entrada la noche, cuando el monarca emprendió rumbo hacia Cartagena, donde embarcó hacia Francia en un buque que salió de aguas españolas con el nombre de 'Príncipe Alfonso' y retornó con el de 'Libertad'. Días después, el 17 de abril, el monarca derrocado se dirigía a los españoles a través de una carta publicada en ABC para explicar las razones de su abdicación y su salida del país: "Las elecciones celebradas el domingo me revelan claramente que no tengo hoy el amor de mi pueblo".

De aquel momento dejó escrito Antonio Machado que "la República había venido por sus cabales, de un modo perfecto, como resultado de unas elecciones. Todo un régimen caía sin sangre, para asombro del mundo. (...) Salía de las urnas acabada y perfecta, como Minerva de la cabeza de Júpiter". Él mismo, el poeta, fue el encargado de izar la tricolor en Segovia junto a su amigo Antonio Ballesteros. Cantaron La Marsellesa, también el himno de Riego. "Fue un día profundamente alegre – muchos que ya éramos viejos no recordábamos otro más alegre -, un día maravilloso en que la naturaleza y la historia parecían fundirse para vibrar juntas en el alma de los poetas y en los labios de los niños".

Estas palabras fueron escritas por Machado seis años después, en plena Guerra Civil. Era 1937 y el autor de Juan de Mairena temeroso de cómo trataría la historia a la II República quiso dejar por escrito su definición de qué ocurrió aquel martes, 14 de abril de 1931: "Unos cuantos hombres honrados, que llegaban al poder sin haberlo deseado, acaso sin haberlo esperado siquiera, pero obedientes a la voluntad progresiva de la nación, tuvieron la insólita y genial ocurrencia de legislar atenidos a normas estrictamente morales, de gobernar en el sentido esencial de la historia, que es del porvenir. Para estos hombres eran sagradas las más justas y legítimas aspiraciones del pueblo; contra ellas no se podía gobernar, porque el satisfacerlas era precisamente la más honda razón de ser de todo gobierno".

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