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EmigraciónEl acoso sexual a las empleadas del hogar gallegas en Argentina: la historia de la emigración que no nos contaron
La historiadora Pilar Cagiao y la cineasta Margarita Ledo relatan la visión estereotipada de la "mucama gallega", explotada laboralmente y objeto de abusos sexuales por parte de los señoritos en el Buenos Aires del pasado siglo.
Madrid-Actualizado a
Dejaron atrás su tierra y viajaron hacinadas en las bodegas de barcos que las trasladaron hasta la esperanza de una nueva vida. La mayoría trabajaría en el servicio doméstico, aunque algunas fueron engañadas y caerían en las redes de prostitución. El objetivo de instalarse en Buenos Aires era prosperar económicamente, si bien muchas tuvieron que ayudar desde allí a los familiares que se quedaron atrás, sobre todo las hijas mayores. Otras optaron por emigrar cuando el padre enviudaba y se casaba en segundas nupcias.
"Podrían añadirse otro tipo de factores que estarían relacionados con las situaciones puntuales de aquellas mujeres que hubiesen sido víctimas de la pérdida de reconocimiento social en la prejuiciosa escala de valores de la sociedad de origen: madres solteras, hijas de madres solteras, matrimonios indeseados, agresiones sexuales, etcétera", detalla Pilar Cagiao Vila en Género y emigración: las mujeres inmigrantes gallegas en la Argentina.
La profesora titular de Historia de América en la Universidade de Santiago de Compostela (USC) señala que a partir de 1880 era frecuente que muchas madres solteras emigrasen solas y dejaran a sus hijos a cargo de familiares. Lo explica en el citado estudio, un capítulo incluido en La Galicia austral: la inmigración gallega en la Argentina (de Xosé Manoel Núñez Seixas) que, bajo el título La experiencia argentina de las mujeres gallegas, también figura en Buenos Aires Gallega. Inmigración, pasado y presente (Temas de Patrimonio Cultural).
A diferencia de los hombres —quienes tenían en mente regresar tras hacer fortuna, aunque eso no significaría que llegasen a hacerlo—, su travesía era sin retorno. "Estas mujeres emigran sabiendo que no tienen billete de vuelta", recuerda la cineasta Margarita Ledo Andión, quien aborda la temática en el filme documento A cicatriz branca, protagonizado por una gallega que comienza a abrirse paso en la ciudad porteña tras pasar tres noches en la estación Constitución y ser ayudada por otras emigrantes.
La exdecana de la Facultade de Ciencias da Comunicación de la USC llevó a cabo una investigación a partir de los trabajos de historiadoras como la propia Cagiao y de una serie de entrevistas con testigos directos e indirectos de la situación que vivieron las empleadas del hogar gallegas desde finales del siglo XIX hasta mediados del XX, época en la que se ambienta su película. "Fueron acosadas en las casas donde trabajaban como criadas de camadentro e incluso hay episodios de abusos por parte de familiares, quienes llegaron a organizar tramas de trata", asegura Ledo.
Trabajaban como internas, si bien la periodista recurre al concepto de camadentro, un término "muy sugestivo" que, sin embargo, no tiene connotaciones sexuales. Otra cuestión es lo que ocurriese durante sus extenuantes jornadas laborales: "Vivían en la casa de los señores y salían a dar un paseo una vez a la semana. Sin embargo, dentro estaban sometidas a cualquier demanda", afirma Ledo, quien rememora una anécdota que le contó el escritor Xosé Neira Vilas: "Cuando eran forzadas por el señorito y se quedaban preñadas, les metían joyas en el bolso, las acusaban de robo y las despedían".
Los abusos que a veces habían sufrido en su tierra volvían a repetirse en el extranjero. "De hecho, muchas habían partido por su exclusión de las comunidades de origen, donde habían sido violadas, o porque eran hijas de curas", añade la cineasta, quien articuló testimonios reales para dirigir una película de ficción que, en el fondo, es un documento de la experiencia de las emigrantes gallegas en Argentina. "Todo lo que se cuenta pasó en realidad", explica Ledo, quien en Apuntamentos para un filme recoge las conversaciones con las que modela a los personajes de A cicatriz branca.
"Me mandaron con trece años con un pariente que no era tal. Me vine con la máquina de coser en la cabeza. Limpié, cosí para él, hice de comer… Se dedicaba a la trata. Cuando salía, me dejaba encerrada", relata una de las protagonistas de la película, donde se narra el acoso, la huida y la capacidad de resistencia. "Cuando éramos mucamas, lo que más me inquietaba era [que me espiasen por] la mirilla. Una tarde, a la hora de la siesta, me fui con todo lo que podía llevar encima de la cabeza. No sabéis bien cuánto puede aguantar la cabeza...".
También se describen las penosas condiciones del viaje en tercera clase: "En el barco no hablábamos entre nosotras, hasta que una mujer que venía como ama de cría nos fue juntando y sonsacando". Cuando le preguntan qué hacía para que no se le retirase la leche durante la travesía, responde: "Esta traía un perrito para amamantar. Debió de ser eso lo que me dio tanta confianza. Le conté que había sido forzada y que por eso me mandaron [a Argentina]. Esa Singer te dará la vida, me dijo".
La referencia a la máquina de coser no es gratuita. Muchas conocían el oficio y terminarían trabajando en talleres textiles o en sus propias casas para sastres. De hecho, Ledo pretende reflejar en A cicatriz branca cómo la industrialización permitió a mediados de siglo que las mujeres diesen el salto del empleo doméstico al fabril a través de la costura. Un paso de la servidumbre al trabajo asalariado, que además les permitía escapar de las asfixiantes cuatro paredes de una casa y relacionarse con otras compañeras. Mujeres que, recuerda, habían partido solas, huyendo de un estigma y sin billete de vuelta, excepto que regresasen casadas. Por ello plantea la emigración como una expulsión hacia el abismo.
Mientras que Cagiao sostiene que los testimonios sobre las jóvenes prostituidas son indirectos, por la dureza que suponía reconocer lo que habían sufrido, Ledo afirma que el tabú caló más en la colectividad que en las mujeres: "Algunas contaron su experiencia personal, pero era muy complicado que se transformase en un elemento de conocimiento o de debate público porque había un rechazo por parte de la comunidad gallega, que ejercía la censura". Incluso la prensa y la legislación, en su intento de que no fuesen captadas por redes de trata, plasmaban su paternalismo y las trataban como un elemento subalterno.
En Argentina arraigó el estereotipo de "persona inculta, burlesca, chocalleira [ordinaria] y al servicio de", añade la cineasta, quien alude al "síndrome de la gallega", que se manifiesta "en su inseguridad, en su desasosiego y en su gran sentimiento de culpabilidad". Hasta el tango, según ella, reforzaba la idea de que era "ligera de cascos", como refleja la letra "eras linda galleguita / y tras la primera cita / fuiste a parar al Pigall", en referencia al cabaré situado en la avenida Corrientes de Buenos Aires. "De ahí la autoculpabilización: si alguien abusa de ti, piensas que tú le diste pie".
Sin embargo, la situación era extendida: chicas solas, que apenas salían de la casa donde servían y que eran agredidas sexualmente por los señores y por sus hijos. "Eso fue muy frecuente y está presente en los textos de los escritores gallegos que residieron en Argentina. Incluso podrían entrar en juego paisanos bien posicionados que reclamaban una mucama joven con otros fines", explica a Público Pilar Cagiao, quien lo califica como "una especie de derecho de pernada" y una práctica en la que "se mezcla el género, la explotación y el machismo".
Beatriz López recoge un ilustrativo relato en Hasta la victoria siempre. Testimonio de Carmen Cornes, emigrante gallega y militante de la vida (Ediciós do Castro). "Llegué en 1928. Mi tío colocó a Aurora, a Rosa, a Felisa y después a mí. Rosa se colocó y nunca más la pude ver y a Aurora tampoco. Porque te colocabas en una casa y nunca más te daban permiso para las visitas, para recibir a las amigas. Cada quince días te daban tres horas libres", rememora la entrevistada, quien recaló en Argentina a los dieciséis años.
"Mi tío me colocó en una casa con la señora, una viejecita y el niño. Que tenía como cuarenta años el niño. Me pasaba todo el día encerrada. A veces hasta me venían ganas de tirarme por el balcón… Era yo sola para todo y además era gente muy miserable. Me daban un pancito para todo el día [...]. A veces me mandaba despertar al niño. Yo tenía miedo, porque decían que los niños... Bueno, eran niños de veinte, treinta años... y siempre les gustaban las chicas. Querían una mucama buena moza y que les fuera a servir el desayuno a la cama; decían que eran para todo trabajo", añade.
Carmen Cornes, como la protagonista de A cicatriz branca y otras compatriotas, logró dejar atrás el servicio doméstico e incorporarse al trabajo industrial. Su caso, indica, no era aislado. "Pasaba mucho en esa época. Salías de ahí, te ibas a otro lado y era lo mismo. ¿Y a quién le ibas a decir?, ¿quién te defendía? [...] Pero por fin dejé esa casa y puse un aviso en el diario. Entonces fui a trabajar a una fundición de bronce".
María José Lojo, en Los gallegos en la literatura argentina. Autobiografías y memorias, escribe que "las gallegas jóvenes como criadas suelen estar asociadas al atractivo sexual que las convierte en objetos de deseo". En el texto, incluido en Buenos Aires Gallega. Inmigración, pasado y presente (Temas de Patrimonio Cultural), subraya que "la fuerza del prejuicio alcanza el delirio esquizofrénico en un libro de memorias contemporáneo, Cuadernos de la sombra, de Ernesto Schóo", donde el escritor argentino describe su infancia y su juventud. En él, recuerda a la modista de la familia, Adelina, quien tiene "una preocupación que la aflige y probablemente un secreto inconfesable".
Esther, su supuesta sobrina, muere de tuberculosis y la madre del autor alude a un rumor contaminado de pecado: "Supongo que te darías cuenta de que lo de sobrina era un cuento. Esther era hija natural de Adelina. ¿De Adelina con quién?, me dije a mí mismo. Con un criollo, evidentemente. Entendí entonces, de pronto, algunas cosas: que ser hijo natural (el eufemismo me sigue causando gracia y también fastidio) era un oprobio", escribe el crítico y periodista en su biografía.
"Cabe preguntarse por algunos otros aspectos en la vida de las gallegas empleadas en casas de familia, teniendo en cuenta que, como dice Schóo, se solía confiar a las sirvientas jóvenes la iniciación sexual de los muchachos de la casa", reflexiona Lojo. "¿Se prestarían a estos servicios las inevitables muchachitas gallegas, alguna de las cuales se hizo la permanente hasta quedar convertida en una cordera de karakul? ¿O se acudiría para ello a las cobrizas hijas de la tierra? Nada se dice en el libro, al menos, acerca de la mayor o menor proclividad o complacencia de las gallegas para estas tareas extras que retrotraían la dignidad humana a un estado de servidumbre feudal", critica la investigadora.
Caricatura y prejuicio
Pilar Cagiao sostiene que los medios y la literatura contribuyeron a fijar en el imaginario popular el perfil de la mucama gallega. "El reflejo más común de esta imagen la revelaba en su aspecto positivo como un dechado de virtudes en cuanto a su honestidad, fidelidad y el grado de confianza que en ella se podía depositar", escribe la historiadora, quien remite a la descripción de Bernardo González Arrili como "enérgica y decidida, trabajadora y resignada". El periodista apunta que "giraba a España sus primeros pesos convertidos en pesetas para pagar los anticipos del viaje, los duros prestados por el cura, y aún mandaba para el pasaje del hermano menor que tenía que entrar en quintas...".
La profesora de Historia de América también cita a Antonio Pérez Prado, quien ensalza su diligencia en Los gallegos y Buenos Aires: "Se puede decir que ellas educaron a los porteñitos y, sin duda, a los de la clase alta". Sin embargo, su omnipresencia en los hogares bonaerenses contribuyó a alimentar la caricatura tanto en la prensa (Lino Palacio dibujó a Ramona en una tira cómica del periódico La Opinión) como en la radio (Cándida, interpretada por Niní Marshall, dio el salto al cine), que proyectaban la imagen de una mujer simple e inculta.
La sinopsis de A cicatriz branca resume la visión negativa en una frase: "Representadas en el imaginario como animalitos fieles, trabajadoras y analfabetas; casi siempre como túzaras [cazurras], atravesadas y agarradas; con ocurrencias y chocalleiras [ordinarias] en Cándida; como objeto de deseo, por veces, el síndrome de la gallega se identifica por ciertas fobias, una culpabilidad marcada, el miedo al ridículo, el pánico a estar en la boca de los otros y el temor a ser juzgada". Su directora, Margarita Ledo, recuerda que esa idea burlesca difundida por los seriales radiofónicos o por el cine generó reacciones de la comunidad.
Cagiao recupera en Acerca de las mujeres gallegas en el Uruguay: voces y papeles de un siglo de inmigración un texto publicado en 1917 en el semanario Tierra Gallega, donde dos paisanos apodan despectivamente como Marica Berberecho a una emigrante "que estuvo de mucama en la casa de aquel estanciero rico de Paysandú" y, en palabras de la historiadora, comentan "con naturalidad algunas lindezas sexistas dedicadas a su físico". Esto lleva a la experta en migraciones de la Universidade de Santiago a afirmar que, en la mayoría de los casos, los estereotipos "contribuyeron a la ridiculización de la mujer gallega y, por extensión, de toda la colectividad".
Por ello, ante la escasa consideración social, dejaban el servicio doméstico cuando se casaban, de modo que el matrimonio funcionaba como "un ascensor social". Además del exceso de trabajo a cambio de un magro sueldo, la historiadora plantea su situación de desamparo al no poder jubilarse, pues carecían de una paga. "Llegó a representar un grave problema cuando muchas de estas mujeres, sobre todo las que carecían de familiares, se hicieron ancianas y tuvieron que recurrir a diversas estrategias para poder sobrevivir", escribe Cagiao en La Galicia austral, donde indica que las quejas eran muy frecuentes "por haber padecido falta de libertad y abusos en todos los sentidos".
Las reclamaciones y las reagrupaciones familiares permitieron a muchas mujeres viajar a América, donde se emplearon en el servicio doméstico. La escritora Carmen Sampedro deja constancia de este testimonio en Madres e hijas. Historias de mujeres inmigrantes (Planeta): "Fui a vivir a la casa donde trabajaba mi tía Soledad como sirvienta [...]. Vivía en la pieza de servicio y allí pusieron un colchón en el piso para que durmiera yo [...]. Estuve quince días allí [...], pero un día mi tía comenzó a dar vuelta a las hojas de un diario hasta llegar a los avisos clasificados [...]. Mi primer sueldo fueron ciento veinte pesos y lo primero que pensé es que le debía mil trescientos a un tío que me había pagado el pasaje...".
Cagiao menciona el relato en Mujer y emigración en la historia contemporánea de Galicia, donde destaca que la visión estereotipada se prolongaría durante décadas: "La constante perpetuación de las inmigrantes gallegas en este tipo de labores continuó alimentando los clichés creados en el imaginario popular durante el período masivo, al punto de que una conocida telenovela emitida por el Canal 9 de la televisión argentina a fines de los años sesenta, bajo el título de Nuestra galleguita, tenía como personaje principal a una mujer de Galicia que en los setenta tuvo continuidad bajo el no menos expresivo título de Carmiña".
El oficio proliferó entre las emigrantes debido a su escasa formación, hasta el punto de que la Sociedad Protectora de la Joven Sirvienta o las Hijas de María Inmaculada las instruían como empleadas en el servicio doméstico. Encerradas entre cuatro paredes, sin posibilidad de salir durante días y carentes de una mano amiga que las pudiese ayudar, muchas fueron forzadas por los llamados señores o por los señoritos, niños que, como señalaba Carmen Cornes, tenían veinte, treinta o cuarenta años.
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